Recientemente, The Guardian publicó un artículo de Tristan McConnell, su corresponsal en Nairobi, Kenia, titulado «¿Quién mató a Kuki Gallman? La historia de una heroína conservacionista». McConnell intenta contar la historia de un conflicto en Laikipia, condado en el norte de Kenia, a través de los ojos de Gallmann, más conocida por su autobiografía «Soñé con África», de la que hicieron una película en 2000 con Kim Basinger.
Laikipia ha estado en las noticias debido a la migración, desencadenada por duras condiciones climáticas, de pastores locales con decenas de miles de vacas, cabras y ovejas para buscar agua y pastos. Los pastores migrantes y su ganado han traspasado las cercas y los límites de conservaciones naturales privadas, que son casi la mitad de las tierras de Laikipia. Aprovechando los reclamos históricos, los políticos han provocado a los pastores. Su llamado a los pastores para que ocupen las propiedades de grandes terratenientes en la zona, blancos y negros, ha agitado Laikipia.
El relato de McConnell sobre Gallmann como una heroína majestuosa, galante, que lucha para «salvar el medio ambiente» contra las hordas merodeadoras de «empobrecidos lugareños» está tan plagada de metáforas coloniales que sorprende que The Guardian lo haya publicado con ese lenguaje intacto.
Empecemos con las descripciones del artículo del paisaje de Laikipia —»ondulantes sabanas, bosques, ríos serpenteantes, caídas de agua, colinas rocosas y pronunciadas colinas. La tierra alberga elefantes y rinocerontes, jirafas, cebras y antílopes, perros salvajes, zorros con orejas de murciélago y leones». Fue ahí, continúa el artículo, que «colonizadores blancos, a menudo británicos, llegaron a cultivar trigo y criar ganado en la primera mitad del siglo XX, antes de la independencia». La falta de exactitud histórica de la descripción es sorprendente. Sugiere que Laikipia era tierra de nadie, una amplitud vacía y sin reclamar a la espera de alguien que le diera buen uso. Por supuesto, ese no es el caso.
Laikipia fue el hogar tradicional de los pueblos maasái y samburu. Fue la violencia —armas, coacción y engaño — lo que hizo salir a estos pueblos y creó el «vacío» tan querido para los colonizadores blancos. Laikipia no es solamente el hogar de zorros con orejas de murciélago y perros salvajes —es hogar de seres humanos reales, de carne y hueso. Y los colonizadores no eran un grupo de granjeros benignos que buscaban criar ganado. Los respaldaba el poder de las armas y la maquinaria de coacción del estado colonial.
Según el artículo, Kuki Gallmann llegó a Kenia de Italia en 1972, llegó tarde a la empresa de los ranchos, con un montón de equipaje embarcado desde Venecia y una romántica nostalgia por un lugar donde nunca había estado. «Me enamoré total y absolutamente de Ol Ari Nyiro», escribió, «y sentí —y es irracional y difícil de explicar— que había llegado a casa y que había una razón para que yo estuviera ahí».
¿No es interesante que haya maravillosos espacios vacíos en esta bella Kenia que esperan que llegue alguien y se enamore? ¿Que puedas llegar a un lugar en el que nunca has estado, donde por «enamorarte» tiene 88,000 acres de tierra de rancho de primera? La casual eliminación de la violencia colonial que hizo posible la adquisición de Gallman, y su costo humano y social, es chocante.
«Desde hace muchos, muchos años, mi meta es tratar de probar que las personas y el ambiente pueden sobrevivir juntos, tienes que tener un equilibrio», dice Gallman, la conservacionista. ¡Qué revelación! Si no fuera por «los conservacionistas», sugiere el artículo, los kenianos nunca lo hubieran entendido. El Salvador Blanco al rescate, otra vez.
Es insultante. Los africanos han estado coexistiendo con la naturaleza por milenios. ¡Es por eso que el continente tiene ahora que conservarla, para empezar! Para los africanos, preservar la naturaleza no era algo que se hacía para captar la atención de otros, como expresaron el dúo de periodistas y ecologistas Mordecai Ogada y John Mbaria. Se consagró en la vida diaria, ordinaria, mundana, en la forma de tabús contra matar algunos animales, y se reforzó en rituales, historias y canciones. No fue la exagerada fascinación posindustrial con la naturaleza que desarrollaron los europeos después del amplio y sistemático saqueo del mundo natural en el nombre de la «industrialización».
Debido a la actual violencia, informa el artículo de McConnell, algunos ranchos han cerrado y algunos dueños están evaluando la posibilidad de vender. Pero otros, entre ellos Gallmann, están acomodándose. «Se van a cansar», dice. «Sé que voy a durar más que ellos. De eso, no hay duda en mi mente». «Ellos» son las empobrecidas milicias locales de pokot que se acomodan en «el medio ambiente». Se van a cansar. Kuki Gallmann va a durar más que ellos.
De una manera, Gallmann tiene razón. Se van a cansar. Después de todo, son pobres, empobrecidos y lugareños. Sus hijos tendrán hambre y sed. Se pelearán entre ellos. Se les acabarán las municiones. Habrá cambios políticos. Y se van a dispersar.
Pero hay tanta crueldad en alguien que espera que «los otros» se esparzan, que tengan hambre y sed, que se peleen entre ellos y que solamente se vayan y desaparezcan. O que al menos vuelvan ser pobres, lugarenos y empobrecidos, pero en silencio. Me afecta que alguien esté esperando nuestra muerte, nuestros silencio, nuestro hambre, sed y confusión.
Esto no es para decir que el conflicto en Laikipia no sea complejo, o que haya respuestas fáciles. El cambio climático está provocando sequías más frecuentes y duras. Agreguen la mezcla de presiones demográficas y la política es explosiva. Pero tenemos que contar bien la historia. Encuadrar el conflicto como si fuera entre una noble reina de la conservación y una turba salvaje de personas empobrecidas no solamente es irresponsable y cruel. También está simplemente lejos de la verdad.