Este artículo de Anne Bailey se publicó originalmente en PRI.org el 10 de julio de 2017. Se reproduce aquí como parte de uan sociedad entre PRI y Global Voices.
Un bebé llora en busca de atención mientras su madre prepara té y cuida una estufa dentro del ger de su familia, o yurta. El aire adentro de las gruesas paredes de lona es espeso con el olor del humo y cuajada de queso. Dos niños un poco más grandes juegan afuera.
Es una escena que podría ser de cualquier época en Mongolia de hace cientos de años, y casi en cualquier parte de las amplias planicies abiertas del país, donde las familias de pastores nómades han seguido ganado durante incontables generaciones.
Pero las cosas están cambiando rápido en Mongolia. Y recientemente, esta familia nómade armó su hogar portátil en un lugar en el que nunca esperaron terminar — un extenso campo de retazos con caminos de tierra, cercas improvisadas y cientos de yurtas en la congestionada capital del país, Ulán Bator.
Hace algunos años, la familia dejó de lado el pastoreo y se mudó a la cuidad después de perder gran parte de su ganado en un invierno muy duro conocido como un “dzud”.
Y no fueron los únicos.
“Mucnas familias nómades perdieron sus ganados en esa época», dice Jargalsaikhan Erdene-Bayar, el padre de la familia. “Así que empezaron a mudarse acá. Y sigue ocurriendo”.
Los dzuds siempre parte de la vida de Mongolia, pero con el cambio climático parecen ser más frecuentes. Y eso contribuye a un torrente de problemas — pérdida de tradiciones, desplazamiento, sobrepoblamiento. Y esmog.
Si se mira hacia arriba en un día de invierno se puede ver.
“Hay esa bóveda sobre la ciudad, esa bóveda gris”, dice el activista local Tuguldur Chuluunbaatar.
En invierno, muchos de los nuevos habitantes de la ciudad queman lo que tengan para abrigarse.
“Sobre todo carbón”, dice Chuluunbaatar, “pero algunos queman otras cosas, neumáticos, plástico”.
Esos son combustibles muy sucios que se vuelven peores con estufas tradicionales ineficientes diseñadas para quemar únicamente madera o excremento animal. Y el humo que sale, junto con el de los vehículos, plantas de energía e industria queda atrapado entre el aire más frío de abajo y las montañas alrededor. Todo junto contribuye a que la calidad del aire en esta ciudad de 1.4 millones de habitantes sea peor que las notoriamente contaminadas megaciudades como Pekín y Bombay.
Solamente la familia de Erdene-Bayar quema tres toneladas de carbón cada invierno.
Sabe que calentar el hogar familiar de esta manera es malo para la salud. Pero no ve otra salida.
“Quemar carbón es la única opción”, dice Erdene-Bayar. “Mongolia no tiene gas natural, y la electricidad es costosa”.
El Gobierno ha gastado millones de dólares en años recientes para combatir la contaminación del aire. Y planea gastar más para construir edificios de muchos pisos con una calefacción central más eficiente para las familias que ahora viven en yurtas. Pero los avances han sido lentos, y muchos migrantes no quieren sus hogares tradicionales para ir a muros de concreto. Muchos aún tienen esperanzas de regresar a sus antiguas maneras. Pero wesa puede ser una esperanza no realista.
“La desertificación es un problema real”, dice Batjargal Zamba, meteorólogo y asesor del Ministerio del Ambiente de Mongolia. “Y según el calentamiento global, la zona árida de Mongolia se expandirá”.
Eso significa manos pastos para el ganado. Lo que probablemente significa que habrá menos familias nómades, más migración a to Ulán Bator y más desafíos para la ciudad.
Los activistas locales como Chuluunbaatar saben no pueden hacer mucho para resolver esos grandes problemas, pero siguen buscando un cambio. Chuluunbaatar es parte de un proyecto comunitario que ubica condiciones ambientales y sociales en el distrito de ger de la ciudad — todo desde una distancia promedio a suministro de agua a lugares de basureros ilegales a contaminación de aire. El objetivo es usar la información para ayudarles a tener apoyo para sus acciones.
“Es difícil lograr que el Gobierno haga algo cuando estás solo”, dice Chuluunbaatar. «Pero por la comunidad, la voz es muy fuerte”.
Y las cosa están cambiando lentamente. El Gobierno ha dispuesto exoneraciones fiscales para pequeñas empresas para que produzcan mejores estufas, y ha creado incentivos para animar a las personas a calentarse con electricidad más limpia.
Pero es un proceso lento, y el expastor Erdene-Bayar dice que no ha notado mejoras.
“La contaminación del aire es un gran problema”, dice. “Es muy peligroso para nosotros vivir aquí”.
Contra todo pronóstico, Erdene-Bayar y su familia todavía sueñan con regresar al campo, donde el aire es limpio.
“Quiero continuar con mi estilo de vida nómade”, dice. “Me encanta el pastoreo”.