Incluso el mejor bailarín deja la pista de baile: Hombres fuertes africanos y transición política

Comprar lo que importa. Foto de Pernille Bærendtsen.

El 4 de agosto, Ruanda acudió a las urnas para elegir a su próximo presidente. Cuatro candidatos se presentan a las elecciones, incluido el actual presidente, Paul Kagame, aunque casi no existía duda sobre quién se alzaría con el triunfo: Kagame fue reelecto por abrumadora mayoría. Tal como expuso un artículo reciente en The Economist: «El 4 de agosto los ruandeses volverán a elegir al señor Kagame. No hay duda en el resultado. Ya antes ha ganado con más del 90 % de los votos».

Esta victoria electoral de Kagame supone su vigésimo tercer año como líder de facto de Ruanda. Paul Kagame llegó al poder por primera vez en 1994 como vicepresidente y ministro de Defensa, en aquel momento, básicamente el líder del país, y posteriormente se convirtió en presidente en el año 2000. En 2015, presidió un referéndum para modificar la constitución de Ruanda para permitirle presentarse por tercera vez al puesto y posiblemente servir durante otros siete años. El procedimiento podría tenerlo en el poder hasta el año 2034.

Sin duda, el panorama político africano está salpicado de líderes cuyo gobierno se extiende durante más de dos décadas. Muchos de estos hombres fuertes son eligidos democráticamente, aunque solo en teoría, ya que se aferran al poder con un control autocrático. Buena parte de ellos tienen 70 años o más en un continente donde, según los datos de las Naciones Unidas, la media de edad de la población se encuentra en 19,5 años. Fuera de sus países, se tiene buena opinión de pocos. Kagame es una notoria excepción.

Kagame ha sido considerado durante mucho tiempo como el favorito de la comunidad internacional de donantes y de lo que The Economist se refiera como «la élite de Davos» (the Davos Crowd, en inglés), grupo de líderes empresarios, políticos y economistas mundiales de élite que se reúnen anualmente en el Foro Económico Mundial.

Los logros de Kagame como líder son ciertamente notables. Llegó al poder en Ruanda tras un genocidio en el que asesinaron a más de 800 000 tutsis y hutus moderados de las formas más horribles a manos del régimen extremista hutu. Se aniquiló también a los indígenas Twa, que suponían alrededor de un tercio de las minorías étnicas de Ruanda.

Kagame consiguió transformar un país devastado por una guerra civil en uno con índices de desarrollo impresionantes y luchar contra la corrupción. Ruanda es uno de los pocos países con un Parlamento cuya mayoría está formada por mujeres (un 64 por ciento, el índice más alto del mundo). Su PIB anual creció un promedio de 8% entre 2001 y 2015. Los ciudadanos de Ruanda tienen acceso a una asistencia sanitaria básica y los ministros del gabinete son responsables de su cumplimiento.

Pero las pruebas indican, por una parte, que la estabilidad y el nivel de desarrollo del que actualmente goza el país ha tenido un coste y, por otra, que Ruanda es un estado policial donde los disidentes, tanto en el propio país como en el extranjero, son silenciados, encarcelados o asesinados. En su informe del 2015, Freedom House alegó que el gobierno de Kagame participa de forma activa en la represión de la oposición política oficial. Según The Economist, «la libertad de expresión en Ruanda es menor que en cualquier otro país de África, excepto en Eritrea». Tal como lo expresó el exconsejero económico de Kagame: «Para los gobiernos de Occidente, los financistas y los líderes de opinión, el presidente de Ruanda, Paul Kagame, ofrece un pacto fáustico: pasen por alto mi brutal comportamiento y les ofreceré un modelo de crecimiento económico en una nación africana».

Las campañas electorales no son solo cosa de los presidentes. También la gente combate en las calles. Adjumani en Uganda en 2006. Foto de Pernille Bærendtsen.

Además, están quienes sostienen que la supresión de algunas libertades es razonable y justificado debido a la historia de Ruanda y que la «prestación de servicios» es lo que importa. O tal y como reza el titular de un artículo de Global Voices acerca del referéndum del 2015: «¿No es democracia si los votantes en Ruanda quieren un «presidente vitalicio?«.

La académica keniana Wandia Njoya, por ejemplo, critcó duramante el artículo de The Economist en Twitter, donde lo calificó de «inmoral e incorrecto en muchos sentidos». La conversación que desencadenó el comentario de Njoya siguió un camino conocido, con críticas hacia el líder de Ruanda combinadas con la minimización del genocidio de 1994. (Hacer declaraciones falsas sobre el genocidio de 1994 está considerado, no injustificadamente, como delito en Ruanda). El país mantiene una máquina de relaciones públicas bien engrasada y sofisticada que enmarca cualquier crítica como de antiprogresista y promueve la idea de que sin Kagame y su timón, Ruanda caería una vez más en el caos.

¿Estabilidad por encima de una democracia real?

El miedo a retar a los líderes que se aferran al poder está arraigado, para muchos africanos, en la angustia y el miedo sobre alternativas desconocidas –alternativas que, como en Ruanda, donde no se ha suprimido la oposición política auténtica, siguen siendo escasas y desconocidas porque nunca se les permite brotar y desarrollarse.

En 2015, los nigerianos eligieron al antiguo líder militar Muhammadu Buhari como presidente. Buhari fue el jefe de gobierno del país desde diciembre de 1983 hasta agosto de 1985, tras tomar el poder en un golpe de estado militar.

Buhari fue elegido bajo la idea de que era un líder fuerte, capaz de frenar al grupo terrorista extremista Boko Haram. También se consideraba que poseía tanto integridad como «estilo de vida austero y espartano«, esencial para luchar contra la corrupción y, meritoriamente, detuvo de forma significativa la violencia desenfrenada de Boko Haram.

Pero Buhari, de 74 años, ha demostrado no estar al corriente de las realidades actuales del arte de gobernar. Sus políticas económicas frente a la disminución internacional de los precios del petróleo han sido desastrosas. Como un columnista nigeriano dijo, tres décadas después de que llegara al poder por primera vez: «Buhari, en su segunda vez, parece haber sembrado sus principios gubernamentales sobre el patrón de la primera vez. Si aquellos principios hicieron fracasar a la nación de forma lamentable en 1984, están aún más lejos de funcionar en el mundo actual que tanto ha cambiado».

Un ejemplo de esto es el intento de la gestión de Buhari de salvar el naira, la moneda nacional de Nigeria, de la devaluación mediante «la tala de árboles situados en las calles de la capital para impedir el mercado negro de intercambio de moneda» y la prohibición de una larga lista de productos de consumo «desde palas y arroz hasta mondadientes«.

La salud de Buhari también ha sido asunto de especulación pública. A principios de 2017, estuvo dos meses en Londres para recibir un tratamiento para una enfermedad que aún no ha sido revelada y recibió de nuevo tratamiento en mayo.

Los nigerianos eligieron a un hombre fuerte frágil como presidente y parecen creer que su país está mejor liderado bajo la mano firme de un exgeneral o alguien que esté unido estrechamente al Ejército, señal de que los efectos de más de 30 años de régimen militar están profundamente arraigados.

La realidad de Uganda durante los últimos 31 años ha sido la mano firme de un general del ejército. En el poder desde 1986, Yoweri Museveni ha sido elegido de nuevo para un quinto mandato en 2016, en unas elecciones que muchos testigos declararon que no no fueron libres ni justas. El gobierno de Museveni ha martirizado a sus rivales más fuertes con ataques físicos, arrestos domiciliarios y la imposición de falsas acusaciones de delitos como terrorismo, violación y traición. Se rumorea que prepara presentar una norma constitucional crucial que podría extender su mandato incluso más tiempo.

Desde 2015, el derecho de los ugandeses a protestar y manifestarse públicamente se ha reducido con la aprobación del Acto de Gestión del Orden Público (POMA, por sus siglas en inglés) en un parlamento dominado por el partido en el poder. La ley otorga aliInspector general de la Policía, aliado cercano a Museveni, el poder de permitirle desalojar reuniones públicas, un obstáculo enorme para la organización política. El patrocinio político y la corrupción también han vuelto al Gobierno incapaz de proporcionar los servicios básicos de salud y trabajos. En el Índice de Percepción de la Corrupción de 2016 de la organización Transparencia Internacional, Uganda se encontraba en el puesto 151 de 176 países del mundo, lo que supone un descenso de 12 puestos desde su posición en 2015.

En 2005, los parlamentarios ugandeses fueron supuestamente sobornados para que derogaran un artículo de la Constitución que limitaba al líder del país a estar en el poder durante dos mandatos presidenciales, pero si Musevini vuelve a ser elegido para presentarse de nuevo a las elecciones en 2021 también tendrá que eliminar una cláusula de edad límite que impide que una persona de más de 75 años ocupe el cargo más alto del país. Su gobierno ha avanzado considerablemente en el frente político y económico pero, con una población de más de 37 millones y una maquinaria estatal perteneciente al siglo XX, Musevini está fallando a la hora de cumplir las expectativas de una población joven donde más del 70% se encuentra por debajo de los 30 años. Cuando Musevini finalmente deje el cargo, los ugandeses se sentirán preocupados acerca de si serán testigos de la primera transferencia de poder pacífica desde que el país ganó su independencia en el año 1962.

Sistemas de partidos dominantes

Lema del Gobierno tanzano en 2010 que dice: «Maisha bora kwa kila Mtanzania» (Una vida mejor para todos los tanzanos). Foto de Pernille Bærendtsen.

Esta inquietud aparente acerca de la transición política también podemos encontrarla en Tanzania, donde un solo partido político, el Chama Cha Mapinduzi (CCM), ha dominado la política desde su independencia en 1961, si bien bajo diferentes líderes, entre los que se encuentra el padre fundador Julius Nyerere, que estableció un precedente cuando dejó el cargo voluntariamente en 1985.

En octubre de 2015, este país del este de África, volvió a elegir al CCM con un nuevo líder, John Magufuli, al frente. Las elecciones fueron las más competitivas en la historia de Tanzania y la oposición recibió más votos que en las anteriores elecciones, pero el CCM ganó tanto las presidenciales como las parlamentarias. En una encuesta de la ONG tanzana Twaweza de septiembre de 2016, el 96% de los tanzanos encuestados expresaron su aprobación hacia Magufuli. Otra encuesta de Twaweza de 2016, indicó que los votantes también estaban de acuerdo con un sistema unipartidista, con un 80% de los encuestados que añadían que la oposición «debería aceptar la derrota y ayudar al Gobierno a desarrollar el país«.

Todo esto pese a las pruebas de que el Gobierno tanzano se está volviendo autoritario bajo el mandato de Magufuli. El Gobierno aprobó una ley en 2015 cuyos críticos afirman que restringirá la libertad de prensa. Y en junio de 2016, se prohibió a los políticos de la oposición mantener reuniones fuera de sus circunscripciones. Una encuesta de 2017 de Twazeza mostró que mientras el índice de popularidad de Magufuli ha descendido desde el año anterior, siete de cada diez tanzanos, o el 71% de la población, aún dan su aprobación al presidente.

Incluso en Kenia, donde la mano dura que la Unión Nacional Africana de Kenia (KANU), el partido mayoritario, ejerció en la política desde 1969 hasta que se rompió en 2002, el pluripartidismo ha demostrado ser algo frágil. Las elecciones generales del 8 de agosto, se veían como las más reñidas de la historia de la nación de África Oriental. Aunque el presidente en ejercicio y postulante a la reelección, Uhuru Kenyatta, logró la victoria electoral, existía la posibilidad que no fuera así y que tuviera el vergonzoso mérito de ser el primer presidente de Kenia que no es reelegido. Con el asesinato de un alto funcionario electoral, había preocupación sobre la estabilidad de Kenia para no repetir la crisis de elecciones violentas del 2007-2008.

¿Qué quieren los ciudadanos de sus líderes?

El apoyo de los ciudadanos hacia los líderes autoritarios y una supuesta preferencia hacia un tipo de «autrocracia democrática» da lugar a preguntas e hipótesis sobre qué quieren exactamente los ciudadanos de algunas naciones africanas de sus presidentes y partidos políticos.

En el caso de Tanzania, mientras las encuestas sugieren que una gran proporción de la población actualmente prefiere la estabilidad y la continuidad sobre la democracia, ¿por cuánto tiempo tolerarán los tanzanos el autoritarismo incipiente? Y, en Ruanda, uno se pregunta por cuánto tiempo más serán efectivas las políticas de Kagame para contener a los disidentes.

Estos ejemplos señalan los límites de la política electoral y de las soluciones políticas. Pero parte de la respuesta reside, en efecto, en el desarrollo de electorados fiables e informados políticamente, y en construir y nutrir partidos políticos de la oposición fuertes, y grupos de sociedad civiles. Ninguna es tarea fácil, ya que en muchos países existen fuerzas muy poderosas trabajando contra el éxito. Pero incluso el mejor bailarín abandona la pista de baile y es importante estar preparados para el momento en que eso suceda.

En Kenia, jóvenes activistas toman la calle en 2013 y acusan a su primer ministro de hacer negocio con la política. Foto de Pernille Bærendtsen.

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