Puerto Rico, atrapado entre el colonialismo y los huracanes

Puerto Rican Graffiti. Photo by Flickr user Juan Cristóbal Zulueta. Used under Creative Commons Attribution 2.0 Generic (CC BY 2.0) license.

Graffiti en Puerto Rico. Foto en Flickr del usuario Juan Cristóbal Zulueta. Usada bajo licencia de Creative Commons Attribution 2.0 Generic (CC BY 2.0).

Viniste a Puerto Rico por la arena dorada y el sol —el oro, como recordarás, fue también la base de la inicial atracción de nuestros primeros colonizadores. Por las interminables piña coladas y los misterios regados con ron. Por el encanto colonial y el modo de vida pintoresco y humilde. La pobreza luce tan atractiva en el Caribe, con los brillantes colores, las aguas cristalinas y el trasfondo de un verde exuberante —además, solamente es por una semana. Tus amigos dicen que es el lugar más de moda para las vacaciones de primavera; los periódicos dicen que es un desastre ahogado por la deuda; tus padres, que es peligroso y que el agua no es potable; y los folletos dicen que es un paraíso (fiscal), un verdadero edén. Así que aquí estás, con tu traje de baño y tu sarong, mojito en mano, todo listo para concentrarte en tu tarea de esta semana: broncearte.

Pero resulta que el sol no está clavado en el cielo y no funciona con un millón de bombillas de 100 vatios infalibles. La marea sube y el oleaje es feroz. Cocos, palmeras y ramas son potenciales proyectiles. Y un huracán está en camino, directo hacia tu fantasía sin preocupaciones.

Así pues, intentas tomar un vuelo lejos de este paraíso convertido en infierno, porque un huracán no aparecía en tu itinerario de visitas obligadas. En lugar de eso, JetBlue te lleva a un refugio en San Juan, un coliseo húmedo y caluroso, donde tu hamaca de playa ha sido sustituida por un catre; tu piña colada por una botella de agua Walgreens; tu sueño, por nuestra realidad.

La luz de mi casa estaba cortada mientras me imaginaba el escenario descrito anteriormente, que había tenido lugar el día anterior, justo antes de la llegada de Irma. A la mañana siguiente, tras el paso de Irma, más de un millón de hogares estaban sin electricidad. La Autoridad de Energía Eléctrica preveía que los apagones durarían de dos a cuatro meses, y casi 80,000 hogares habían perdido también el servicio de agua. Más de 6,200 personas se encontraban en refugios en el lado noreste de la isla, y la industria agrícola había sufrido pérdidas por valor de 30.4 millones de dólares estadounidenses (USD). La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA por sus siglas en inglés) y el gobernador Ricardo Rosselló estaban aún evaluando los daños en residencias e infraestructura. Y ahora, una nueva y poderosa tormenta estaba en camino: María.

Puerto Rico no es ajeno a las crisis. Previamente a la devastación causada por Irma en el archipiélago, Puerto Rico ya estaba sumergido en una de las crisis financiaras y sociopolíticas más devastadoras de su historia reciente, con una deuda sin auditar de 74,000 millones de dólares (USD) sobre sus hombros, 49,000 millones de dólares en pensiones obligatorias, y el valor de varias décadas de emisiones ilegales de bonos y operaciones comerciales relacionadas con su promocionada condición de paraíso fiscal. Políticas neoliberales como los recortes presupuestarios draconianos y las extremas medidas de austeridad, habían hecho que la vida en Puerto Rico fuera bastante precaria. Y todo lo supervisaba y administraba simultáneamente el gobernador Rosselló, una Junta de Control Fiscal no elegida y antidemocrática, y la juez Laura Taylor Swain, todos de un lado para otro en los procesos de gestión fiscal y reestructuración de la deuda del país.

Pero incluso mientras se aproximaba el huracán Irma, para muchos fuera del país, Puerto Rico es un mero parpadeo en el boletín de noticias de la CNN, una encantadora isla propiedad de Estados Unidos en un folleto turístico, ese lugar exótico donde se grabó el video musical de «Despacito» (mejorado aún más por Justin Bieber), una piedra que se hunde entre un océano y un mar que ha visto demasiado.

Pero el paso y las consecuencias de Irma han vuelto a poner de manifiesto el problema primordial de Puerto Rico: el colonialismo.

Puerto Rico ha sido una colonia estadounidense (Estados Unidos prefiere las designaciones eufemísticas de «commonwealth», «territorio no incorporado» y «estado asociado libre») durante 199 años, una relación que ha llevado al país a quedar atrapado en una espiral descendente. La actual crisis fiscal y sociopolítica es apenas uno de los efectos secundarios de esta relación.

El paso del huracán Irma subrayó el daño causado por las medidas neoliberales de austeridad impuestas por la Junta de Control Fiscal y los delitos cometidos por las corporaciones aprovechando la condición colonial de Puerto Rico. Para empezar, como resultado del cierre masivo de las escuelas públicas, solamente 329 escuelas en toda la isla estaban disponibles como refugios de huracanes en comparación con las 372 disponibles durante el paso del huracán Bertha en 2014.

La infraestructura de Puerto Rico también se encuentra en un estado avanzado de deterioro, incluidos carreteras, puentes, la Universidad de Puerto Rico y los edificios de servicios públicos, todos en peligro crítico durante el paso de Irma. Una buena parte de la «infraestructura esencial» del país está en la costa, lo que la hace vulnerable a inundaciones, mareas altas y oleadas de tormenta, especialmente durante huracanes de la intensidad del Irma o el María.

Es notable que mucha de esa infraestructura fuera construida para el beneficio de la industria turística y del comercio mercantil con Estados Unidos, única y exclusivamente. El dinero invertido en infraestructura tiende a ir destinado a revitalizar estos «elementos esenciales», no a reparar los caminos llenos de baches de nuestras comunidades, a remediar los edificios rebosantes de asbesto o a reemplazar los postes de luz que se vienen a bajo a merced de los vientos huracanados. Todo esto es una prueba más de nuestra dependencia colonial del mercado y de la naturaleza esencialmente colonial de la industria turística, que atiende particularmente a la relación de Puerto Rico con Estados Unidos.

Incluso la declaración de desastre firmada por el presidente de Estados Unidos que autoriza la asistencia de FEMA a Puerto Rico es de segunda categoría, y permite aolamente la búsqueda y rescate, salud pública y seguridad, y retiro de escombros. Sin incluir la reconstrucción o siquiera la restauración de la electricidad, con la actual crisis fiscal y el silencio de la Junta de Control Fiscal desde el paso de Irma, la reconstrucción y reestructuración será una difícil tarea para Puerto Rico dada la falta de recursos disponibles.

Carla Minute, del Centro para el Periodismo Investigativo en Puerto Rico, dijo:

The budget cuts, in an already weak economy, will probably make the storm’s social impact worse.

Los recortes de presupuesto, en una economía previamente débil, probablemente empeoren el impacto social de la tormenta.

Minet agregó que el pronóstico antes de Irma del director de políticas del Centro para una Nueva Economía, Sergio M. Marxuach, predijo que el Plan Fiscal aprobado recientemente daría lugar a otra década perdida, a la continua pérdida de población debido a la migración y a menores tasas de natalidad, menor empleo, menor acceso a la educación pública, recortes de pensiones, deterioro de los resultados de salud, una mayor mortalidad y menor esperanza de vida y, en última instancia, mayores tasas de pobreza y desigualdad. «Ahora agrega el cataclismo de un monstruoso huracán con el que no contaba el plan», dijo Minet.

Es probable que la Junta de Control Fiscal utilice a Irma como excusa para forzar de manera agresiva las muchas políticas que tiene en mente, como la privatización de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE, por sus siglas en inglés). Tampoco sería sorprendente que el gobernador Rosselló y la Junta de Control Fiscal aprovecharan la ocasión para desmantelar y privatizar la Universidad de Puerto Rico, la única institución pública de educación superior del país, así como varias otras instituciones públicas indefensas contra el gobierno colonial de la Junta de Control Fiscal y sus ataques neoliberales flagrantes.

Ahora, apenas dos semanas después del paso de Irma, nos acaba de golpear otro huracán de categoría 5, María. Esto ocurre en un momento en el que algunos hogares acaban de recuperar el suministro eléctrico, mientras que otros continúan en la penumbra; mientras que el suelo todavía está sembrado de árboles y puestos de luz caídos, a la espera de reencarnarse en proyectiles; mientras que muchos, tanto puertorriqueños como refugiados de las islas vecinas del Caribe, todavía se están recuperando de la pérdida de sus hogares, de toda su realidad; y mientras la crisis y el colonialismo continúan tomándose de la mano, como lo hacen cada día.

Y así, sigues sentado en tu catre con tu sombrero de paja, cientos de locales revueltos a tu alrededor con lo que les queda de sus vidas embutido en una bolsa o una maleta, preguntándote por qué JetBlue te dejó aquí y salió rápidamente; por qué el refugio cuenta con tan poco personal; por qué se cortó la luz aunque no haya comenzado a llover aún y ni siquiera ha soplado una ráfaga de viento; por qué CNN no ha hablado del paso de Irma por Puerto Rico. «Estoy aquí, ¡manden a un representante de la embajada por mí!», gritas en tu mente mientras observas la pantalla de tu smartphone ya casi sin vida. Por qué, te preguntas, la vida ha sido tan injusta contigo, y te ha arruinado esas tan deseadas vacaciones en la isla del encanto. 

Se interrumpen tus pensamientos cuando descubres una ventana y caminas de forma sombría hacia ella, y miras a través del cristal bautizado por las palomas, y observas cómo las nubes de la tormenta se aglutinan y las ráfagas de viento golpean una bandera estadounidense —oh, y una puertorriqueña también.

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