La siguiente es una versión re-editada del artículo escrito por Irina Illa Pueyo [2] para Afroféminas en el marco de los debates por la independencia de Cataluña [3].
«Sin migrantes no hay revolución» fue la consigna cantada en la manifestación del 3 de octubre en Barcelona. Éramos una multitud considerable, por lo que las consignas se iban cantando según salían de los diversos megáfonos.
Palabras como »mujer», «abuelas», «pueblo», «trabajadores», «proletariado», «anticapitalismo», «antifascismo», »independentismo» eran en su mayoría aceptadas, pero cuando llegó el turno de decir «migrantes» nos quedamos solxs. Megáfono en mano no perdimos aire ni aliento en subir el tono, y de los cinco sentidos que tiene el ser humano para actuar, en aquel momento solo respondieron las orejas y unos ojos grandes y atónitos de la población ante tal palabra. Parecía que tal término fuera desconocido o, más bien aún; que los presentes no estuvieran preparados para incluir siquiera de una forma simbólica a este colectivo.
Me sorprendió enormemente como rastas, turbantes, trenzas y vestimenta reivindicativa negra fuera llevada a hombros de jóvenes que no reconocen la palabra migrante en una reivindicación de los perjudicados en Cataluña: sus habitantes. Me sorprendió aun más que durante el intermedio de descanso entre la manifestación de la mañana y la de la tarde, los diversos colectivos de la manifestación fueran a comer kebab, la forma de comida rápida con origen en Medio Oriente más popularizada en varias ciudades europeas. Es decir, para comer es útil ir a una kebab, un restaurante de personas migrantes, pero no interesa relacionarse con los ellxs y menos aún incluirlos en la reivindicación. Me sorprendió también que las mismas personas que llevaban rastas, trenzas y turbantes compraran esteladas, las banderas catalanas que más se han visto en las manifestaciones en favor de la independencia, fabricadas bajo la mano explotada en China de personas migrantes.
En el colegio donde trabajo, una niña me dijo que habían pegado a su madre, que es boliviana, por ir a trabajar. Se pega a una mujer migrante por ir a trabajar por no estar apoyando la huelga en contra la brutalidad policial, pero ni siquiera se la deja participar en el voto. Cuando ella se manifieste en contra de la brutalidad policial, la comunidad blanca apenas estará presente en tal reivindicación.
Parece ser que la migración queda siempre un paso atrás de la comunidad blanca, tras la sombra, como simple utilería, llevando a cabo el cansado trabajo manual para dejar paso y dejar pensar a las intelectualidades blancas.
Hay un ambiente general bastante reacio a escuchar a las personas migrantes en ambientes que no son exclusivamente racializados, pues la teoría parece ser cosa de blancxs, mientras que la vivencia y victimización son cosa de migrantes. Se debe comprender la mera estancia de migrantes en todo tipo de espacios como algo normal, no como una amenaza a la homogeneidad de pensamiento y de cultura.