- Global Voices en Español - https://es.globalvoices.org -

Los alcances de la violencia y las historias de sus víctimas se muestran sobre las tablas en El Salvador

Categorías: Latinoamérica, El Salvador, Arte y cultura, Derechos humanos, Guerra y conflicto, Historia, Medios ciudadanos
[1]

Detalle del cartel de la obra Los Ausentes. Imagen de promoción pública de la obra y de gran difusión en las redes. Tomada de la cuenta Twitter de la Secretaría de Cultura.

La violencia en El Salvador se lee no solamente en cifras alarmantes [2], sino también en madres que buscan huesos. A la violencia de las pandillas [3] y del endurecimiento de la policía se suman también las desapariciones [4] de las víctimas. Para muchas familias, perder de vista a uno de sus miembros por algunos días trae consigo casi la certeza de que haya sido asesinado. Pero en muchos casos, no hay cuerpo ni investigación [5] que explique o deje pista de lo que llevó o dejó el crimen. Así, las desapariciones dejan a familias y a comunidades, en particular en los estratos más vulnerables, con heridas abiertas y en buena parte de los casos, sin apoyo ni amparo alguno del Estado [6].

Para poder cerrar el ciclo, las madres buscan entonces los restos de sus hijos para enterrarlos, con esperanza de poder ayudarlos a descansar en paz. Cada búsqueda está llena de piezas sueltas y de preguntas sin contestar [7], y también de historias que se cuentan poco al hablar de la violencia del país.

Las historias de estas madres son las que busca contar la obra Los Ausentes. Escrita y actuada por Alejandra Nolasco [8], la obra se centra sobre Milagro, una madre que busca los restos de su hijo, asesinado por una pandilla. La creación de la obra estuvo ligada al fotorreportaje hecho por Fred Ramos [9], en el que se muestran atuendos encontrados por la medicina forense y que buscan ayudar a reconocer a las víctimas de los asesinatos. Para Nolasco, el fotorreportaje fue una llamada a tomar iniciativa y colaborar con los esfuerzos que buscan poner al centro a las víctimas y a reflexionar en colectivo sobre la expansión de la violencia [10]:

No quiero ver para otro lado. Quiero ver esto que pasa. Me conmueve y me destroza que haya tantas madres en el mismo país en el que yo vivo buscando huesos, aunque sea huesos, para enterrarlos. No tengo idea de lo que es eso, no soy madre ni he buscado a nadie de esa manera. […Pero] me planteo la pregunta, si perdiera a lo más querido ¿hasta dónde estaría yo dispuesta a llegar? Y esa es la pregunta que quisiera que también se planteara el público, para que pudiéramos ponernos un poco en los zapatos de otros que por tener menos que nosotros siempre están más jodidos en este pedazo tan pequeño de país en el que vivimos todos.

El teatro como espejo

Para autores como Carlos Dada, Los Ausentes es una muestra de la transformación del teatro salvadoreño. Para Dada, que escribe sobre la obra de Nolasco en el medio El Faro [11], el teatro salvadoreño continúa tejiendo el relato temible de la violencia que ha acompañado a la historia reciente del país. Una historia que ve como una continuación de rupturas sociales con orígenes más remotos de lo que se cree y con consecuencias que se repiten:

Si el teatro aspira a ser espejo, Los Ausentes es un espejo terrible. Uno que parecerá, a los ojos de los espectadores del Teatro Luis Poma, cóncavo para devolver una imagen grotesca del país que habitamos. […] Hace un cuarto de siglo el Teatro Nacional quedaba marcado por el primer gran estreno de la posguerra: San Salvador Después del Eclipse, de Carlos Velis […] Hoy, después del desencanto, la incertidumbre y el fracaso, el teatro vuelve a ser escenario de representación de nuestros dramas. Son las mismas madres que buscan a sus hijos desaparecidos. La misma sociedad enferma. El tejido roto. El texto roto.

«La vida era aprender a morir»: Desapariciones del pasado y del presente

Otras propuestas teatrales, como las de la compañía Moby Dick, hacen puente entre la historia reciente y la actualidad con la obra Bandada de pájaros. La obra se pregunta sobre lo que pudo haber sido de los desaparecidos de la guerra civil salvadoreña [12], que tuvo lugar de modo más o menos oficial entre 1980 y 1992 después de varios años de tensiones políticas.

Los personajes principales de la obra son un grupo de hermanas, las hermanas Márquez, que parecen haber desaparecido durante la guerra por no haber respondido a los avances de un soldado. Las hermanas brotan de la tierra y de la hojarasca y parecen estar en un limbo entre la vida y la muerte. Comentan eventos propios de la época y dejan salir, de a poco, relatos sobre los horrores de la violencia durante el conflicto.

Los números de asesinados con los que cierra el conflicto rondan los 75000, en su mayoría civiles, y alrededor de 5000 desaparecidos documentados [13] por la Comisión de la Verdad. Para muchos, se ha hecho muy poco para buscar a estos desaparecidos. Al mismo tiempo, gran parte de quienes perpetraron la violencia quedaron protegidos por la Ley de Amnistía [14] que vino con los acuerdos de paz de 1992 [15] y que dejó muchas preguntas sin respuesta para las víctimas.

Para los actores y los directores de Bandada de pájaros la obra es una reflexión sobre el pasado y también sobre el presente. Se trata de traer de vuelta a la mesa temas que muchos consideran tabú, pero que se traducen en la violencia que se vive en la actualidad. El en reportaje hecho por Equilátero [16], la actriz Dinora Cañéguez ve en la obra un modo de hacer rescate de la memoria y también entender el presente: «Hablamos de los mártires de la guerra. Y no solo de la guerra, sino los mártires de hoy en día también…»

María Luz Noches destaca los símbolos que se encuentran en la obra. Los comienzos y los finales vistos en ríos imaginarios y también la estética que recuerda a otras obras de arte, como el conocido Sumpul, de Carlos Cañas [17], un cuadro que tomó el nombre del río en el que tuvo lugar uno de los crímenes más graves [18] de la guerra y que busca conmemorar a sus víctimas:

Bandada de pájaros está lleno de simbolismos: un terreno raso y desabrigado cubierto de ramas secas es el punto de encuentro de Susana y Engracia, desierto; un río imaginado a la orilla del cual se preguntan si ahí comienza la vida; una pila de ropa mugre, lúgubre, reminiscente al Sumpul de Carlos Cañas [17], en donde la sangre se convierte en flor.

“La vida era aprender a morir”, recita Ríos [una de las actrices] citando a Roque Dalton [19]. Y desde el escenario a la butaca, a uno se le muere algo por dentro.