Este post es una versión reducida del trabajo hecho por Kurtural y se publica en Global Voices con permiso y participación de sus autores. Forma parte de la serie de crónicas «Los desterrados no van al supermercado«, que será publicada y re-editada por Global Voices.
Cristóbal Martínez vivió el segundo desalojo de su comunidad frente a Itaipú, la hidroeléctrica más grande del mundo. Los Ava Guaraní de Sauce, un pueblo del agua, observó el fuego de los policías arrasar su aldea. Escondidos con sus pupitres y pizarrón en los últimos montes de su territorio ancestral, vieron su tapỹi, su aldea, volverse cenizas. Pero esta vez no abandonaron su río Paraná.
La mañana del 30 de septiembre de 2016, doce patrulleras, agentes del Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la Policía Nacional, un escuadrón de la Policía Montada y funcionarios del Instituto Paraguayo del Indígena (Indi) llegaron a la aldea de los sauceños, pero no los encontraron.
Hombres, mujeres, niños y ancianos buscaron refugio cerca del río Paraná que habitaron hasta finales de la década del 70 en el departamento de Alto Paraná, al este de Paraguay, cerca de Brasil. Para los guaraníes, el Yvy Marãe'ỹ, o «Tierra sin mal», es un lugar en este mundo donde pueden ser felices. Para los ava guaraní paranaenses, su tierra sin mal tiene agua, mucha agua: el río Paraná, el segundo más largo de Sudamérica.
Para Cristóbal Martínez, el líder de la comunidad, la palabra del hombre blanco no vale nada y las mentiras en papeles escritos son peligrosas. Ese fue el caso de la orden judicial de desalojo firmada el 13 de septiembre de ese año por el juez Emilio Gómez Barrios, a pedido de Germán Hutz, un poderoso productor de soja y cuñado del vicepresidente de Paraguay, Juan Afara.
Desde que volvieron a Sauce, Cristóbal Martínez recibió varias amenazas e intentos de soborno de hasta cincuenta mil dólares por parte de enviados del sojero Hutz. Él cuenta que también el Indi le ofreció dinero y un terreno en un esteral, pero al rechazar la oferta, la institución retiró la ayuda prometida.
Los orígenes de un gigante binacional
El símbolo más grande de progreso para la dictadura militar de Alfredo Stroessner fue la represa hidroeléctrica de Itaipú. En abril de 1973, Stroessner firmaba junto con el general Emilio Garrastazú Médici, entonces presidente de Brasil, el Tratado de Itaipú. La influencia norteamericana en las dictaduras militares de la época ofrecía grandes préstamos, e Itaipú no fue la excepción. El resultado no se dio a esperar y se tradujo muy pronto en la construcción de la hidroeléctrica.
Fue así como el coloso paraguayo-brasilero se imponía como el proyecto de mayor envergadura para la historia de ambos países.
En total fueron 38 comunidades indígenas, 688 familias, las que fueron desplazadas de sus territorios con la expropiación de 165.000 hectáreas para la construcción de la represa Itaipú. Un informe de la propia binacional deja en evidencia que Itaipú no los indemnizó y que su territorio solo fue ocupado parcialmente.
Para la binacional Itaipú, en los años de construcción de la hidroeléctrica se realizaron numerosos operativos de salvataje a los animales de los territorios que fueron tomados. Pero no hay una sola mención sobre rescate alguno que se haya hecho a los indígenas desplazados, ni del cumplimiento de los compromisos asumidos en su informe.
Tampoco figura lo que padecieron los ava paranaenses del lado paraguayo en el informe final de la Comisión de Verdad y Justicia de Paraguay que buscó dar cierta justicia a las víctimas de la dictadura entre 2002 y 2008.
Un Sauce renace a orillas del Paraná
Los sauceños no olvidaron a pesar de todo la promesa de que sus tierras serían devueltas. El retorno era un tema recurrente entre Cristóbal Martínez y su comunidad. Y fue con ese fin que comenzaron a hacer averiguaciones y expediciones para saber del estado de sus tierras.
Escucharon el rumor de la existencia de más de 1000 hectáreas de tierras fiscales ubicadas frente a la Reserva Limoy de Itaipú, lo que los empujó a aventurarse. Luego de más de 30 años, en agosto de 2015, volvieron a Sauce. Las familias reconstruyeron sus casas, chacras, los pozos de agua, los gallineros. Un nuevo Sauce renacía, y así lo hacía también la vida ava paranaense en tierra originaria.
A casi un año del violento desalojo, el pasado 18 de agosto la comunidad se retiró de la mesa negociadora porque ninguna de las instituciones cumplió sus promesas. Sin embargo, continúan exigiendo la recuperación de su territorio y al Estado que cumpla con sus obligaciones.
La supervivencia de la comunidad es la prioridad principal y lo que mueve a sus miembros a continuar en el terreno y buscar trabajar en él. En particular porque para los ava paranaenses es imposible respetar un acuerdo que ya se ha roto.