Así le plantó cara una mujer a los agroquímicos, a la Iglesia y al Estado en Paraguay

En enero de 2003, Petrona Villasboa y toda su familia sufrieron los efectos negativos de los agroquímicos con la pérdida de sus hijos, Silvino Talavera. Foto: Leonor de Blas, usada con permiso.

En su oficio de partera, Petrona Villasboa ayudó a nacer vivos a más de 200 niños, pero cuando su hijo Silvino Talavera se intoxicó, no pudo salvarle la vida. Sin embargo, Petrona se entregó a la batalla contra los productores sojeros y logró la primera condena de dos de ellos en un caso de muerte por uso indiscriminado de agroquímicos. Si no fuera por los pesticidas de esos productores Silvino tendría hoy 26 años.

A los once años, Silvino ya trabajaba la tierra junto a sus hermanos mayores y su padre, Juan Talavera, en la compañía Pirapey del distrito de Edelira, en el departamento de Itapúa, al sur del país. El 2 de enero de 2003 fue en bicicleta, junto con su primo Gabriel Villasboa, por las compras para el almuerzo. A su regreso, entre la polvareda y el abrasante sol, vieron que el vecino de ascendencia brasileña, Hermann Schlender, pulverizaba sus plantíos en el camino vecinal. Mientras Gabriel esperó a que el tractor terminara de pasar, Silvino aceleró el pedaleo pero no logró escapar de la máquina que le roció de cuerpo entero. Su ropa quedó empapada y también la bolsa con la comida para su familia.

El rancho de los Villasboa queda al final de una pendiente muy pronunciada. Un arroyo, el Pirayu’i, lo bordea. La suya es una casita de arquitectura típica campesina, un «culata jovái«: dos habitaciones con paredes de tablas, unidas por un techo común y separadas por un espacio mixto, techado, pero sin paredes laterales. Cuando Silvino llegó, entregó el puñado de carne y fideo a su hermana Sofía, entonces de 12 años, y salió a bañarse en el arroyo. Allí la mamá lavaba la ropa, pero Silvino no le dijo nada. Solo mencionó que, de repente, le empezó a dar comezón en los ojos. Después se tumbó en la cama y no se levantó a comer. Al paso de la siesta, empeoró con vómitos y diarrea.

Alarmada, Petrona Villasboa observó cómo sus otros hijos también iban sufriendo síntomas similares y al cabo de un tiempo, ella misma comenzó a sentirse mal. Preparó una infusión con jaguarete ka’a y hoja de mandarina y se la dio de beber a todos. Pero su hija Patricia, de 2 años, se puso peor. La llevó de urgencia al hospital más cercano, en la localidad de María Auxiliadora. Allí no contaban ni con implementos ni con profesionales, así que se trasladaron a la colonia Hohenau, ubicada a 60 km de Pirapey. La pequeña quedó internada hasta el 5 de enero, mientras los otros hijos de Petrona fueron tratados con medicamentos para la fiebre y los vómitos.

El cuerpo de Silvino estaba paralizado y presentaba moretones. Le brotaba sangre por la nariz que Petrona limpiaba mientras lloraba. En Hohenau, la doctora sugirió que llevaran al niño hasta la ciudad de Encarnación para un lavado de estómago urgente. Lo trasladaron en la camioneta del intendente.

Silvino no resistió y sufrió dos paros cardíacos. Murió la siesta del 7 de enero en Encarnación. El diagnóstico: intoxicación grave.

Unas 20 personas fueron afectadas por esas fumigaciones en Pirapey. En la familia Talavera Villasboa, Sofía y Patricia requirieron internación, pero sobrevivieron a la segunda fumigación; igual que los otros hijos de Petrona y Juan: Norma, Juan Ignacio, Antonio, Darío, Juan Alberto y Justiniano. Un bebé de apenas seis meses y otro de poco más de un año también murieron por esas fechas en la comunidad, pero sus familias nunca presentaron denuncia.

Políticas tóxicas 

Las multinacionales que producen los llaman «plaguicidas». Algunas, como la multinacional Bayer, les denominan ahora «defensores agrícolas». Para Petrona Villasboa son sencillamente venenos. 

Los agroquímicos son necesarios en los cultivos de soja porque forman parte del «paquete tecnológico» que nació con la Revolución Verde, junto a las grandes maquinarias y las semillas transgénicas. Para los agricultores de pequeña escala se trata de un sistema que degrada la naturaleza, empezando por el suelo, y que se opone radicalmente al modelo de producción tradicional.

Las semillas modificadas genéticamente son diseñadas para resistir fumigaciones que atacan todo lo que no sean sus brotes. Los plaguicidas son sustancias químicas usadas en el sector agrícola para eliminar malezas o enfermedades de las plantas. El crecimiento de cultivos transgénicos, que ya ocupa 95 de cada 100 hectáreas en el país, conlleva el aumento de químicos rociados.

Compuestos como la cipermetrina y el glifosato son utilizados en los cultivos de soja. Son conocidos por los campesinos como «mata-todo». Producen enfermedades cutáneas y cancerígenas. Foto: Leonor de Blas, usada con permiso

Una mujer contra el mundo

«Justicia para Silvino» se llamó la campaña que logró llevar la muerte del hijo de Petrona Villasboa a juicio oral. Fue una batalla que Petrona emprendió con el apoyo de la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas (Conamuri), a la que se sumaron otros colectivos y activistas de Paraguay y de la región.

Petrona Villasboa también demandó al gigante agroquímico Monsanto, la mayor productora de herbicidas y semillas transgénicas del mundo. En Paraguay, Monsanto es la importadora más importante de plaguicidas. Monsanto es la misma empresa que desarrolló los componentes del agente naranja, un herbicida y defoliante utilizado por los estadounidenses en la guerra de Vietnam, y que según la Cruz Roja, dejó discapacitadas a un millón de personas. Hoy en día, Monsanto es conocida por el herbicida que apareció en las muestras de sangre de Silvino Talavera: el glifosato. En 2015, la Organización Mundial de la Salud la clasificó como potencialmente cancerígena. La empresa la comercializaba como inocua para humanos. Petrona Villasboa los demandó por publicidad engañosa ya en 2004.

En su comunidad, Petrona se enfrentó a otras batallas. Sus vecinos recogieron firmas para exigirle que desistiera de la denuncia contra los empresarios sojeros. En una ocasión, un hombre con machete en mano la interceptó en un camino vecinal para amedrentarla. Era un trabajador al servicio de Hermann Schlender. En otra oportunidad, un sacerdote fue hasta su rancho a persuadirle de que abandonase el proceso judicial. Ante su negativa, la excomulgó. Desde entonces, Petrona no entró nunca más a una iglesia. 

Las agresiones, no obstante, no terminaron ahí. Al hermano de Petrona, Serapio Villasboa, dirigente del Movimiento Campesino Paraguayo (MCP), lo asesinaron a puñaladas tres matones días antes de iniciar el juicio oral.

Un camino de tierra roja divide campos de agricultura intensiva y al cementerio en Pirapey. Allí descansa el cuerpo de Silvino Talavera, cuya historia atrae la visita de personas de todos lados. Foto: Leonor de Blas, usada con permiso.

En el juicio de Silvino Talavera, profesionales médicos declararon conocer con exactitud los síntomas de una persona que ha sufrido intoxicación con plaguicidas y que tenían certeza de lo que le ocurrió al cuerpo del niño. Sin embargo, el tribunal dejó en claro que no se estaba cuestionando la fumigación con agroquímicos, sino la conducta imprudente de los acusados al hacerlo.

Los productores sojeros fueron condenados a dos años de pena privativa de libertad: Hermann Schlender por homicidio culposo y producción de riesgos comunes y Alfredo Laustenlager por homicidio culposo, además de la obligación de resarcir a la familia de la víctima, cada uno con la suma de 25 millones de guaraníes, unos 4.500 USD al cambio actual.

A pesar de todo, el fallo judicial en el caso Silvino Talavera sentó un precedente histórico. Ha permitido que se ha avance en materia legislativa ambiental: la obligación de colocar barreras de protección vegetal en los cultivos y la prohibición de fumigar condicionados por la dirección que toma el viento. Estas normativas de carácter local –ordenanzas– y nacional existen hoy como resultado de la perseverancia de Petrona y también del equipo humano que la apoyó.

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