Se van los líderes, surge una cautelosa esperanza en el continente africano

Arte callejero en el centro de Nairobi, Kenia, en 2014. Imagen de Pernille Bærendtsen. Usada con autorización. Texto: Los líderes que queremos: visionarios, patriotas, inteligentes, honestos, dispuestos a declarar su riqueza y su fuente, en contacto con el pueblo, competentes, valientes, dedicados a servir, orientados a brindar soluciones, que no compren votos, equidad.

Citando la frase célebre del primer ministro británico Harold Wilson, una semana es mucho tiempo en política. Y nada corrobora esto más que que los recientes sucesos en Etiopía y Sudáfrica.

Tras meses de ejercer presión en las gestiones gobernantes en los dos países, sus jefes de estado renunciaron: Jacob Zuma a la presidencia de Sudáfrica, y Hailemariam Desalegn al cargo de primer ministro de la República Democrática Federal de Etiopía y de presidente del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE). Sus caídas de popularidad, aunque provocadas bajo circunstancias distintas, han avivado conversaciones y la esperanza de un cambio democrático en muchos países africanos con gobernantes autoritarios.

Zuma, el cuarto presidente de Sudáfrica, estuvo en el poder desde 2009. El 14 de febrero de 2018, renunció al mando de una nación que había estado preparada para su partida desde hace años. Zuma era eterno objeto de acusaciones de corrupción, pero sobrevivió varios votos de no confianza del Parlamento. Su salida forzada fue apoyada y llevada a cabo por su partido, el Congreso Nacional Africano (ANC), que le dio un ultimátum –renunciar o enfrentar otro voto de no confianza. Con los días contados, Zuma concedió una larga entrevista sorpresa al canal nacional, SABC, donde afirmó no haber hecho nada incorrecto.

Horas más tarde cedió y dimitió del cargo de «presidente de la República con efecto inmediato». El sustituto de Zuma y presidente del partido ANC, Matamela Cyril Ramaphosa, uno de los hombres más acaudalados en Sudáfrica, fue investido como presidente y, anunció en su primer discurso que «un nuevo comienzo está frente a nosotros».

En Etiopía, Desalegn heredó una situación complicada cuando asumió el poder en 2012, tras la muerte del primer ministro Meles Zenawi. Zenawi se aferró al poder con los medios más represivos, mientras promovía la idea de un «estado en desarrollo» interesado únicamente en el crecimiento económico. Desalegn heredó también su «plan maestro integrado Adís Adeba», que extendió los límites de la ciudad capital de Etiopía en territorio del pueblo oromo, el mayor grupo étnico del país, que por mucho tiempo ha sido marginado por el Frente de Liberación del Pueblo Tigré (TPLF). A pesar de que Desalegn pertenece a un grupo étnico minoritario, formó parte de un régimen que no atendió los intereses de la mayoría de etíopes.

Etiopía se ha visto afectada por protestas desde 2015 por el encarcelamiento masivo de políticos, activistas y periodistas, entre estos, los blogueros del colectivo Zone 9. Las regiones de Oromia y Amhara, las más pobladas del país, fueron el centro de continuas manifestaciones y muchas víctimas, pese a que la agitación se propagó al resto del país. A principios de 2017, una comisión auspiciada por el Gobierno informó que más de 700 personas murieron por las medidas represivas violentas impuestas durante las protestas. El Gobierno reaccionó con un estado de emergencia que duró 10 meses. Unas cuantas semanas antes de su renuncia, en enero de 2018, Desalegn anunció que su administración liberaría a los prisiones políticos. Hasta el momento, a 7000 personas les han retirado los cargos en su contra o han recibido indulto.

Aún no está claro quién asumirá el cargo después de Desalegn, o si su partida representará algún cambio significativo verdadero, pues la estructura del partido que mantiene la represión permanece aún intacta.

Zimbabue

Las salidas de Zuma y Desalegn llegan apenas tres meses después de que a Robert Mugabe, su homólogo de Zimbabue, el Ejército que respaldaba al vicepresidente, Emmerson Mnangagwa, lo obligara a dejar el cargo que ejerció durante 37 años. El ejército ejecutó el cambio, y la batuta pasó a un compinche de Mugabe. Este fue un paso importante, pues permitió que los zimbabuenses se organizaran y promovieran un cambio en las próximas elecciones, programadas para este año.

¿Quién sigue?

Togo

Los ciudadanos togoleses se han congregado en las calles desde agosto de 2017 y las protestas no cesan. Las personas se movilizaron por una solicitud hecha por una coalición de 40 partidos de la oposición, que exige la renuncia del presidente, pues su actual y tercer periodo presidencial infringe la Constitución del país.

Faure Gnassingbé ejerce el poder desde 2005, cuando sustituyó a su padre Gnassingbé Eyadéma, quien desempeñó el cargo de 1967 a 2005. En noviembre de 2017, grupos paramilitares armados, etiquetados por el Gobierno como «comités de autodefensa», recibieron la orden de tomar represalias contra los manifestantes, acción que provocó bastante inquietud a los observadores de la política togolesa y activistas de derechos humanos. El Gobierno se valió de la intensidad de la violencia para suspender el derecho de los ciudadanos a manifestar, algo que únicamente incitó la ira de la oposición.

Vota sabiamente. Mensaje de motivación en las calles de Kibera en Nairobi, Kenia, antes de las elecciones. Imagen de Pernille Bærendtsen. Usada con autorización.

Quiénes se aferran aún

Uganda

Los ugandeses recibieron la noticia de la renuncia de Zuma y Desalegn de la misma manera que la salida de Mugabe el año pasado –con emoción y deseo, y muchos se preguntan cuándo le llegará el turno de su país. El presidente, Yoweri Museveni, ejerce el cargo desde hace 32 años, y no hay señal alguna de que vaya a cederlo. A finales de 2017, suscribió la controvertida enmienda constitucional, conocida popularmente como el proyecto de ley sobre el límite de edad, que elimina el impedimento de edad para los candidatos que se postulan para la presidencia. Como previamente había eliminado la cláusula que limita el periodo presidencial, con 73 años de edad, Museveni se posicionó para competir en las próximas elecciones.

Su régimen, basado en corrupción y clientelaje, tuvo un enorme impacto en el país, donde el promedio de edad de la población es de 15 años. En todo el país hubo fuerte oposición al proyecto de ley del límite de edad, no obstante, con incentivos monetarios aquí y un poco de intimidación allá, su partido, el Movimiento de Resistencia Nacional (NRM), con mayoría en el Parlamento, desafió la voluntad del pueblo.

Guinea Ecuatorial

A finales de 2017, hubo un intento fallido de golpe de estado contra Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, quien ha ocupado la presidencia durante 39 años. Mbasogo atribuyó la culpa del complot a una oposición sin especificar –respaldada por influencia extranjera. Pese a que el país, rico en petróleo, tiene el ingreso per cápita más alto en África, la pobreza y la represión persisten. Su hijo, Teodoro Nguema Obiang Mangue, ejerce como vicepresidente del país.

Los déspotas del continente se observan

Guinea Ecuatorial otorgó asilo al exdictador gambiano Yahayah Jammeh, quien renuentemente dejó el cargo de presidente en 2016, después de 22 años, tras ser derrotado en las elecciones.

El hecho de que el régimen Mbasogo sobreviviera el intento de golpe de estado en 2017 se atribuye ampliamente a la intervención de Uganda. Según se informa, el presidente Museveni envió tropas para reforzar la seguridad tras el golpe de estado. El ejército ugandés dijo que las tropas fueron parte de una misión renovable de un año según el Acuerdo sobre el estado de las fuerzas establecido con el régimen de Mbasogo. Actualmente, Mbasogo visita Uganda con frecuencia, sobre todo durante festividades públicas prominentes.

Un cambio aquí, una recaída allá

Tanzania

“Hay fuertes vientos de cambio en África», tuiteó Zitto Kabwe, líder del partido opositor tanzano Alianza por el Cambio y la Transparencia (ACT) el 15 de febrero, en alusión a las dimisiones de Zuma y Desalegn. La tendencia de aferrarse al poder
también está presente en Tanzania, pero aquí no se trata de la persona sino del partido Chama Cha Mapinduzi (CCM), que ha dominado la política desde que la nación se independizó en 1961.

A pesar de que Julius Nyerere, padre fundador del país, estableció el precedente de ceder el cargo de manera voluntaria en 1985, el partido CCM continúa en el poder y su gobierno con el actual presidente John Magufuli se ha vuelto cada vez más autoritario.

Pese a que Magufuli echazó una petición de extender el mandato más allá de dos periodos, parece que cuanto más se desafía la posición del CCM –por ejemplo, con elecciones más
competitivas– el partido y el Gobierno trabajan más arduamente para reprimir esos desafíos. El tiempo transcurrido desde las elecciones de 2015 ha sido muy duro para la oposición tanzana, puesto que ha experimentado prohibición de asambleas y opresión
de los medios independientes a través de una mezcla de sanciones contra ciertos medios de comunicación, intimidación de actores mediáticos y castigos para los ciudadanos que critiquen al presidente. Destacados políticos de la oposición fueron persuadidos con nuevos cargos de alto perfil dentro del Gobierno. El viernes 16 de febrero, en Dar es Salaam, un estudiante muripo presuntamente por una bala pérdida, y varios otros
salieron heridos mientras la policía dispersaba una congregación de la oposición. Esas acciones, directa o indirectamente, contribuyen a que exista una atmósfera de intimidación, autocensura y temor de expresar opiniones alternativas sobre los líderes del país.

Puño cerrado en una asamblea de la oposición en Tanzania. Imagen de Pernille Bærendtsen. Usada con autorización.

Nigeria

Muhammadu Buhari, de 73 años de edad, fue elegido como presidente de Nigeria en 2015 en medio de una ola de esperanza. La «enorme buena voluntad» que presagió su ascenso al poder casi se redujo a lo que algunos perciben como «graves fracasos» de su gestión. El líder nigeriano fue descrito como «religioso y exclusivista» al momento de nombrar cargos públicos en el país. La ineficaz respuesta del Gobierno a la violencia comunal entre pastores y agricultores en los estados de Adamawa, Benue, Taraba, Ondo y Kaduna también fue criticada como «inadecuada, demasiado lenta, ineficiente, y en ciertas ocasiones, ilegal». De acuerdo con Amnistía Internacional, más de 700 vidas se perdieron a causa de la violencia desde 2017.

Este es el escenario negativo en el cual se basan dos exjefes de estado nigerianos para solicitarle públicamente a Buhari no buscar la reelección. Su primer periodo presidencial de cuatro años expira el 29 de mayo de 2019, por lo que las elecciones están pautadas a realizarse al inicio de ese año. El expresidente Olusegun Obasanjo, mediante una carta abierta, señaló que Buhari no solo fue exclusivista sino, por encima de todo, que también le faltó la capacidad para «disciplinar a los miembros errantes de su corte nepótica». Obasanjo le aconsejó «dejar el cargo de manera digna y honorable» ya que «sin afecciones de salud y tensiones de la edad, dirigir los asuntos de Nigeria es una cuestión de 25 horas al día todos los días, no de 24″. De manera similar, el ex jefe de estado militar Ibrahim Babangida le aconsejó públicamente no postular para la reelección, pues «llega el momento en la vida de una nación en que la ambición personal no debe ser mayor al interés nacional». Babangida declaró que Nigeria del siglo XXI necesita «acceder a la ingeniosidad de la generación más joven».

¿Ondas de cinismo o esperanza?

Por un lado, el humor en el continente es de esperanza, y de restricción palpable y escepticismo por el otro. Las personas recuerdan las duras lecciones que dejó la Primavera Árabe, cuando los tiranos fueron reemplazados por otro grupo de tiranos o el colapso total de las naciones, como en el caso de Libia, donde un breve periodo de protestas conllevó a una intervención occidental que fracturó al país. Aunque el cambio de gobierno de 2016 en Gambia fue recibido con júbilo, existe una creciente desilusión con el actual presidente, Adama Barrow, que sustituyó al dictador Jammeh. Tras un año en la presidencia, Barrow detuvo ilegalmente a un profesor universitario por criticar su gestión.

De manera similar, los cambios de liderazgo en Kenia no han producido la transformación del sistema o eliminado las camarillas gobernantes. La reciente reelección de Uhuru Kenyatta tras una acción firme de la Corte Suprema del país, que anuló su primera victoria, es una de muchas razones por las cuales los ciudadanos africanos continúan escépticos. Como presidente, Kenyatta censuró fuertemente cadenas televisivas por razones políticas, y  desafió órdenes judiciales, tomó acciones nunca antes vistas desde la dictadura democrática de Daniel Arap Moi. También deportó a rivales políticos, estrategia que recuerda la influencia colonial, que exilió a muchos líderes y jefes africanos por discrepar. Kenyatta probablemente luchará por retener la legitimidad hasta que finalice su mandato.

Aunque los dirigentes cambien, existe una continua impugnación de poder ante las crecientes desigualdades dentro de los países africanos. Desmantelar los sistemas construidos por líderes y regímenes opresivos y crear democracias verdaderas requiere de tiempo, el proceso es rara vez lineal, y en algunos casos a la vez que se avanza, también se retrocede. La salida de Jacob Zuma no traerá un cese abrupto a la corrupción, tampoco oportunidades necesarias para la juventud sudáfricana, pero es un paso. En Etiopía, por otro lado, todavía está por verse qué significa la salida de Desalegn, particularmente para el papel del TPLF y la lucha por el control del país pese a los levantamientos en diferentes regiones federales.

En muchas maneras, el cinismo no es rival para la esperanza que hay en muchos países africanos, donde figuras políticas influyentes aún se aferran al poder. La expulsión de Zuma fue consecuencia de una creciente conciencia democrática en Sudáfrica. Y el resentimiento en Etiopía se fusionó para crear una acción colectiva esencial para la «creatividad destructiva» que ayuda a las instituciones a transformarse en culturas democráticas estables. Estas son señales palpables de esperanza.

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