“¡Que sea una muerte rápida!”: Testimonio de Aous Al Mubarak, dentista de Ghouta Oriental

Foto de Samir Al Doumy. Usada con permiso. Fuente.

Este es el testimonio de Aous Al Mubarak, dentista en la ciudad de Harasta en el asediado distrito sirio de Ghouta Oriental, donde el régimen sirio y sus aliados han estado llevando a cabo una intensa campaña de bombardeos. Controlada por rebeldes contrarios al régimen, Ghouta Oriental ha estado bajo el asedio del régimen sirio y sus aliados desde finales de 2013.

Más de 120 personas han muerto solo entre el 6 y el 8 de febrero de 2018, y durante el 19 de febrero, perdieron la vida más de 110 personas en un solo día. Algunas estimaciones ponen el número total de civiles muertos en alrededor de mil durante los últimos tres meses. Las infraestructuras civiles también han quedado seriamente afectadas, con cuatro hospitales bombardeados el 19 de febrero. 

Esta historia se publicó originalmente en árabe el 1 de marzo de 2018. 

Escribo esto diez días después del peor sufrimiento del que he sido testigo en los últimos siete años. Contengo la respiración, como todos aquí, a la vez que mi pecho se llena de tristeza por los continuos horrores que presencio, mientras que el bombardeo no cesa. El bombardeo sobre civiles ha disminuido, pero en general todo se ha intensificado y los enfrentamientos continúan durante todo el día, en todos los frentes de Ghouta atacados por las fuerzas de Assad y sus aliados.

No me gustaría que mis lectores pensasen que evito la verdad con lo que digo, especialmente después de la Resolución 2401 del Consejo de Seguridad, que fue aprobada por todos los miembros del Consejo de Seguridad, el Gobierno ruso incluido, y después de que el Gobierno ruso anunciase cinco horas diarias de alto al fuego para evacuar a civiles, en contradicción con la resolución del Consejo de Seguridad. Nos hemos acostumbrado a las declaraciones de parte de grandes poderes que contradicen sus acciones. La realidad es que nosotros no hemos presenciado ni cinco minutos de alto el fuego durante los últimos diez días.

Me resulta difícil describir el agotamiento, el desastre y los horrores, y su efecto acumulativo durante los últimos siete años, pero para poder describir la realidad del contexto actual, es necesario hacer un resumen.

La revolución siria comenzó en la primavera de 2011, inspirada por las revoluciones de la Primavera Árabe que la precedieron, y que buscaban poner fin a la tiranía y la dictadura y devolver el poder al pueblo. Comenzaron a darse protestas pacíficas por casi todas las ciudades y pueblos de Siria. Estas protestas se encontraron con la respuesta de Assad, que heredó el poder sobre la república de su padre, que desató sobre ellas la represión, y los asesinatos, y la detención, y la tortura hasta la muerte, cuando se negó dar derechos a su pueblo.

Poco menos de un año tras el comienzo de la revolución, miles de mártires y cientos de miles de detenidos después, tras la falta de respuesta del régimen a las demandas, sin importar si eran pequeñas, y la continuación de su represión brutal, los manifestantes empezaron a portar armas. La revolución se adentraba en la militarización. Grupos radicales, facilitados por el régimen sirio, explotaron esta situación bajo la excusa de proteger a los civiles y su legítimo derecho a la defensa propia, imponiendo sus propias agendas radicales y pretendiendo, en cambio, dar estos pasos en nombre del altruismo y el autosacrificio. A medida que sus fuerzas crecían en número, empezaron a hacer ostentación de su ideología radical y sus violaciones contra los derechos humanos, sin que nadie se atreviera a enfrentarlos por no legitimar la campaña indiscriminada del régimen contra todo el mundo. El régimen nunca dejó de bombardear las zonas que ya no estaban bajo su control, y atacaba diariamiente a los civiles.

Esta era la situación en la mayoría de las zonas que quedaron fuera del control del régimen tras los primeros tres años, incluida Ghouta Oriental, cerca de Damasco. Sin embargo, en 2013, Ghouta Oriental experimentó dos acontecimientos de gran importancia que tuvieron un tremendo efecto sobre la zona.

El primero es la segunda masacre más grande con armas químicas desde la Segunda Guerra Mundial (precedida solo de la masacre de Halabja a manos de Saddam Hussein en 1988). Asesinaron a personas, la mayoría mujeres y niños, y cientos de miles quedaron heridas. Fue un día horripilante, cuyos testigos lo compararon con las descripciones que habían leído del Día del Juicio Final. El régimen de Assad quedó impune tras acordar entregar las armas químicas. Pero en realidad, el régimen no entregó su arsenal completo de armas químicas, las ha vuelto a utilizar decenas de veces. El mayor caso es el de Khan Sheikhoun, que un mecanismo conjunto de investigación de Naciones Unidas y la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas atribuyó al régimen de Assad.

El segundo mayor acontecimiento es el asedio impuesto por el régimen de Assad sobre Ghouta Oriental, que ha llevado a la inanición y la falta de medicamentos, gasolina, electricidad, agua y otros productos de primera necesidad, y forzado a sus habitantes a recurrir a métodos primitivos para cubrir sus necesidades. Cientos han muerto de hambre y por falta de medicina, además de los miles que han muerto bajo los bombardeos diarios sobre la población civil. El asedio continúa, el régimen permite que algunos productos lleguen a la zona, disponibles a precios diez veces más altos que en Damasco, y bloquea la entrada de bienes de forma continuada durante meses, con lo que los precios en Ghouta son los más altos del mundo.

Tras cinco años, los 450.000 habitantes de la zona han olvidado cómo era no vivir bajo asedio, y han nacido niños que nunca han visto una fruta, que no conocen los parques de juegos, la electricidad o la televisión — que no saben lo que es vivir en un lugar seguro. 

Han estallado enfrentamientos entre los grupos radicales y entre los más moderados y los más radicales, lo que ha causado que Ghouta Oriental quede dividida dentro de sí misma. Pero el radicalismo ha disminuido con la debilitación del ISIS y la reducción de los números de Nusra a menos de mil combatientes. 

No me gustaría decir que ha sido espantoso todo lo que hemos vivido. La sociedad ha conseguido dar grandes zancadas hacia el autogobierno democrático, donde destaca la elección de consejos locales donde todos, mujeres y hombres, pueden participar—algo que no ocurrió durante los 50 años de los Assad en el poder. También hemos sido testigos del desarrollo de muchas iniciativas civiles para reforzar la idea de los derechos humanos y el desarrollo social. 

Pero todo esto queda continuamente socavado por los ataques sobre los civiles que lleva a cabo el régimen sirio. El número de muertos en Ghouta ha alcanzado las decenas de miles, incluidas personas cuyos permisos de evacuación por motivos médicos al régimen de Assad fueron negados. A pesar de toda la retórica sobre la reducción de hostilidades y los acuerdos de tregua, los crímenes del régimen no han cesado nunca. Los habitantes de Ghouta escuchan las noticias y las declaraciones, después observan su realidad y se dan cuenta de que nada ha cambiado.

Nadie nos creyó cuando dijimos que el régimen no sabía nada sobre política, más allá de regurgitar su propaganda en el rubro internacional y de aplicar su solución militar, y de rechazar la idea de negociar sobre los derechos del pueblo. No puede alcanzarse ninguna solución política porque el régimen se niega a renunciar a ninguna parte de su «propiedad» del país, quizás no pueda hacerlo.

Como continuación de esta política, el régimen lanzó una campaña de una brutalidad incomparable sobre Ghouta la noche del 18 de febrero de 2018. Hemos vivido cientos de masacres y campañas de bombardeo, pero nada de lo que vimos se asemejó a esto.

Cada día caen decenas de miles de bombas, proyectiles y barriles explosivos. En cualquier momento, los aviones de combate y helicópteros pueden empezar a recorrer Ghouta, y el fuego de artillería y los lanzamisiles bombardean zonas residenciales continuamente. Ghouta está ahora completamente paralizada, y sus habitantes se han visto forzados a resguardarse bajo tierra. Las calles están desiertas y las tiendas cerradas.

Los aviones usan una bomba altamente explosiva que no habíamos visto antes; solo una puede desplomar un edificio de seis plantas. Docenas de edificios han caído sobre sus ocupantes, y los refugios subterráneos han colapsado sobre mujeres y niños, que han quedado aplastados por los escombros.

El bombardeo nos rodea por todas partes, los proyectiles nos ensordecen y nos hacen temer lo que viene después. Algo en lo que todos estamos de acuerdo: si así tiene que ser, que la muerte sea rápida para nosotros y nuestros hijos. Que sea una muerte sin dolor, no una muerte lenta bajo los escombros.

Los hospitales de campaña subterráneos están llenos de cadáveres y de heridos, y los médicos ya no pueden trabajar las 24 horas del día. Los hospitales son bombardeados continuamente para evitar que los heridos reciban tratamiento, como hizo el régimen con los manifestantes de 2011, cuando no permitía que fueran tratados y los arrestaba inmediatamente en la puerta del hospital. 

En cuanto a los Cascos Blancos, son los más nobles que he conocido desde el inicio de la revolución. Son auténticos héroes, corren rápidamente hacia las zonas bombardeadas, a pesar de la densidad e intensidad de los ataques, para salvar a los heridos y sacar a las víctimas de debajo de los escombros. Los refugios subterráneos derrumbados son un fenómeno nuevo para los Cascos Blancos, pero esto no les frena a cavar túneles subterráneos desde las calles vecinas para alcanzarlos.

Algunos han caídos mártires llevando a cabo esta noble tarea, y sus centros no han quedado inmunes al bombardeo concentrado que busca dejarlos fuera de servicio y matar al mayor número de gente posible. No sorprende que el régimen de Assad y sus aliados les odien y difundan mentiras sobre ellos. La última mentira dice que están preparando un ataque químico sobre civiles y que pretenden culpar a Assad.

A pesar de los grandes esfuerzos de los grupos civiles para disminuir el sufrimiento y los horrores, el desastre es, sencillamente, demasiado grande para ser paliado. Muchos refugios subterráneos no están equipados con aseos ni con los servicios más básicos. La gente pasa la mayoría de los días en total oscuridad, esperando que cese el bombardeo imparable. Muchos han perdido sus hogares bajo las bombas. No encuentran nada que comprar afuera y no tiene el dinero necesario para abandonar la zona, porque viven al día a día, y el trabajo es muy escaso.

Aunque el bombardeo haya disminuido en el último par de días, ya que sea ha intensificado en los frentes, atacados en todas direcciones por el régimen, las cosas siguen paralizadas, sin que nadie se atreva a volver a su vida normal por la posibilidad de acabar muerto bajo las bombas.

Quiero recordar a todo el mundo que hay países luchando en Siria a través de sus apoderados en el régimen y la oposición, que dejan que los civiles pagan el precio; y esos son los mismos Gobiernos que han pedido disculpas por las masacres que sus antepasados perpetraron contra los pueblos nativos de América, los africanos, los judíos. Quizás esperen que sus nietos pidan disculpas por lo que nos hacen a nosotros hoy. 

Sin embargo, hay un aspecto positivo que debemos recordar, y es la solidaridad que hemos recibido de gente por todo el mundo. A todos los que nos han apoyado, que han defendido nuestra libertad y dignidad, les estamos tremendamente agradecidos. También se están defendiendo a ellos mismos, pues una victoria de los regímenes tiranos y brutales sobre los que piden libertad y democracia supone una seria amenaza a los valores fundamentales de libertad, justicia, derechos humanos y democracia.

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