Cómo las películas y programas de televisión ayudan a los venezolanos a sobrellevar el colapso de su país

Al ver Facebook y Twitter, es sencillo encontrar memes que comparan la oscuridad y abusos del gobierno de Maduro con las intrigas de Juego de Tronos. Imagen de José González Vargas. Utilizada con autorización.

La versión original de este artículo se publicó en Zócalo.

En marzo de 2017, di clases dos veces a la semana en la Universidad Bicentenaria de Aragua, a unos 120 kilómetros de Caracas, Venezuela. Mientras las protestas estallaban en las calles de todo el país, yo iba a la univeraidad sin saber si le iba a enseñar a un grupo de cinco o de 45 alumnos –y así fue como sucedió la mayor parte del tiempo– o si tendría que cancelar las clases sin saber si el país iba a caer en una frenética anarquía.

Mis materias fueron Introducción al Cine y Bases de Redacción de Guiones. En contexto, parecen ser materias triviales, un intento mediocre aferrarse a la normalidad en un país que se despedaza; sin embargo, encontré que la experiencia sería una buena distracción de mi otro trabajo que era informar sobre los hechos de último momento en Venezuela. Al hablar con mis estudiantes, me di cuenta que no era yo solo quien buscaba olvidar, aunque fuera por un breve momento, nuestra tragedia diaria.

Lo primero que les pregunté a mis estudiantes fue qué genero de películas veían. Un poco menos de una década nos separa, y fue sencillo ver las tendencias generacionales que no eran distintas de nuestros colegas demográficos en otros países. Hay fanáticos de Marvel y Harry Potter, otros usan Reddit y Tumblr, otros ven 13 Reasons Why y Juego de Tronos, e incluso lectores que oscilan desde Jane Austen hasta Cincuenta Sombras de Grey.

Es muy simple desestimar todo esto como pura fantasía: un alza en la inflación, escasez de comida, y uno de los índices de delincuencia más altos del mundo. Mientras que la vida cotidiana es una lucha, es relativamente fácil y gratuito encontrar películas y programas de televisión del extranjero, mientras que la conexión a internet lo permita, la piratería es común y corriente en Latinoamérica; pero lo que hace que Venezuela destaque es la creciente inaccesibilidad a los medios legales. Incluso antes de que el país cuadruplicara su inflación, se consideraba un lujo comprar libros nuevos o ir al cine. Muchos de mis estudiantes no leen los libros en su formato original o en sus versiones electrónicas, los leen desde Wattpad o en formato PDF desde sus celulares o computadoras portátiles.

Sin embargo, más en profundidad, se puede observar que hay otro estreno involucrado, el que se consigue cuando al fin las palabras e imágenes expresan lo que no se puede de otra forma. Al ver Facebook o Twitter se encuentran memes que comparan la oscuridad y abusos del gobierno de Maduro con la justicia de Westeros en Juego de Tronos. También se yuxtapone la supervivencia violenta de Walking Dead con la vida diaria aquí –-escasez de comida, infraestructuras deterioradas y suministros medicinales muy limitados.

A principios de este año, la gente siguió muy de cerca en los medios de comunicación la muerte de Óscar Pérez, oficial de seguridad renegado, incluso se vieron videos que él mismo publicó en Instagram. Fue una escena que bien pudo haber sido digna de Los Juegos de Hambre o de V de Venganza; ambas películas que los jóvenes venezolanos usaron de referencia con respecto a lo sucedido, algunas veces como chiste, otras, con más seriedad.

Es en verdad irónico que se definan nuestras luchas con los medios de comunicación extranjeros. Cuando en 1999 Hugo Chávez asumió como presidente, se le vio como un nacionalista, un comandante militar, un hombre común. Pero, sobre todo, era un llanero, un vaquero venezolano capaz de dirigir, no solo la revolución social y económica, sino también la revolución cultural. Fue visto como el retorno a nuestras raíces, un giro radical a la “auténtica Venezuela” –país que, sin quererlo, se definió por el gobierno de carismáticos hombres fuertes.

Pronto, algunos artistas e intelectuales se adaptaron a esta nueva situación, algunos por afinidades políticas, otros por el dinero. Román Chalbaud, el más destacado y discutido artista de la Revolución Boliviana, era un cineasta reconocido por sus realistas – sino sensacionalistas– dramas sociales. Hoy en día, dirige, sobre todo, películas épicas históricas del siglo XIX que tienen como distintivo a llaneros que leen a Karl Marx.

Durante 15 años, el cine venezolano estuvo en auge, el Gobierno realizó grandes inversiones y publicidades. En ese períod,o se produjeron algunas películas fantásticas, pensantes y premiadas, acompañadas con un poco de propaganda recurrente, la mayoría de Chalbaud y su estilo. A pesar de esto, mis estudiantes denigran a las películas venezolanas al decir “el aburrido de Simón Bolívar” o “llenos de mafiosos y prostitutas”.

El éxito de “Papita, Maní, Tostón» hace unos años –una insulsa comedia romántica, de bajo presupuesto y llena de bromas que transcurre en el mundo de los fanáticos del béisbol– es la evidencia de que los venezolanos aprecian sus propias películas, aunque tal vez aprecien un poco menos las que se obsesionan con la situación del país.

De cualquier forma, es difícil encontrar películas venezolanas ya que aquí hay un mercado muy pequeño de medios locales o transmisión en vivo, por lo que no es sencillo conseguirlas de contrabando. Para verlas, la mejor opción es YouTube, donde se puede ver la película “La Balandra Isabel” de 1949, una de las dos producciones venezolanas ganadoras en Cannes, y también está disponible “Papita, Maní, Tostón«. Cuando esos videos pixelados se eliminen por la violación de derecho de autor, se perderá la oportunidad de verlas, tal vez para siempre.

En la lista de las diez películas venezolanas más taquilleras, hay tres comedias, dos de acción, dos de época, una de terror y dos dramas LGBT. Con la excepción de las últimas dos y la de acción, que se enfoca en el delito y la corrupción pero sin explorar los motivos de trasfondo, ninguna de las otras expresa percepción alguna sobre la actualidad en Venezuela.

Por lo tanto, tiene sentido que al pedirles a mis alumnos que desarrollaran una historia para la clase, muchos hablaran sobre historias de Estados Unidos o de Europa Occidental. Son lugares que no conocieron, y sus historias se completaron con errores obvios –uno pensó que Minnesota era una ciudad; otro, que Manhattan estaba en las afueras de Nueva York; otro, que Roma era un país. Las pocas historias sobre Venezuela fueron de venganza o rebalsaban de vergonzosos niveles de nacionalismo.

Estos jóvenes, que nacieron en la época en que Hugo Chávez asumió el poder, no podían imaginar historias de amor, comedias, aventuras o problemas cotidianos situados en su propia sociedad. A pesar de la maquinaria comunicacional del Gobierno –conformada por varios canales de televisión, cientos de estaciones de radio, unos cuantos periódicos y la revolución cultural del chavismo, las nuevas generaciones no ven imágenes de ellos mismos más allá de la desesperanza y desilusión. No obstante, al mismo tiempo, la oposición nunca ha concebido una alternativa creíble para esta situación.

En muchos sentidos, Venezuela se ha redescubierto. Como el país se está hundiendo en la crisis junto con la memoria viva, suponemos hechos inalterables que una vez definieron a nuestra nación y a nosotros mismos. Durante 40 años, Venezuela tuvo una democracia bipartita, y fue próspera gracias a las increíbles ganancias del petróleo. Uno de los logros de los arquitectos de lo que se llamó  “Venezuela Saudita” fue la modernización del país, o al menos, la apariencia de serlo. Eso significó crear museos de arte contemporáneos, un concurso internacional de literatura y centros de presentaciones de vanguardia: Carlos Cruz-Diez se inspiró en la arquitectura y las instalaciones de arte de Niemeyer para darle a Venezuela una imagen democrática.

Todavía, desde la perspectiva de muchas personas, en especial de quienes se empobrecieron por la crisis económica de 1980, los líderes estaban desconectados, eran elitistas, estaban más atentos a lo que sucedía en Miami o en Berna que en los suburbios o zonas rurales de Caracas. No es para sorprenderse que el significado literal de “apátrida” sea “sin estado”, lo que fue uno de los insultos más usados por Chávez para sus enemigos. A sus ojos, los que estuvieran en contra de él no eran “auténticos venezolanos”. Mientras tanto, artistas e intelectuales estaban confundidos sobre cómo un hombre que le había dado un golpe a un gobierno democrático podía ser elegido presidente. Para ellos, la pregunta central era: ¿en dónde nos hemos equivocado?

Durante la mayoría de los años del chavismo, al entrar a una librería parecía que el 90 % de los libros escritos y publicados en Venezuela se esforzaban por responder esa pregunta. Desde periodistas hasta profesores universitarios y exministros, distintos especialistas brindaban su propio análisis y proponían fórmulas confusas para conducir al país de nuevo a su rumbo.

Esto ya no es así: al consolidarse el chavismo en esta nueva clase dirigente, estos especialistas perdieron importancia. En parte esto sucedió porque el Gobierno de a poco se hizo cargo de los medios de comunicación, y, también, porque a las generaciones jóvenes no les interesaba restaurar las fallas de un país en el que nunca habían vivido.

Hoy en día, las librerías que aún no han cerrado llenan sus estantes con libros en liquidación, algunos son de alrededor de la década de 1970 (¿sabes que hay versiones en español de Happy Days?). Algunas librerías tienen libros nuevos que cuestan casi un mes de salario. Pero luego, hasta el negocio de los libros usados, que se había vuelto próspero pues muchas personas que dejaban el país trataban de conseguir dinero fácil, también cayó por el aumento de la inflación.

Al dispersarse los venezolanos por todo el mundo, una nueva pregunta ganó importancia: «¿Qué es Venezuela?» ¿Un país? ¿Un recuerdo? ¿Un ideal? ¿Un ausente? Estas preguntas inquietan tanto a las entrañables historias de Héctor Torres como a las reflexivas y melancólicas canciones de la banda alternativa  La Vida Bohème. Para muchos venezolanos, incluso los que se fueron y nunca miraron hacia atrás, los que no pueden dejar de mirar hacia atrás y nosotros que todavía estamos aquí sin saber qué nos depara el futuro, esta pregunta nos ronda, imposible de ignorar.

Hasta el momento no tiene respuesta. Pero sí espero ansioso ver las peliculas y libros que crearemos para responderla.

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