Ciudadanía, vigilancia e impuestos: Un relato distópico

Fotografía de Andrew Neel en Unsplash.

Vivimos en una era dorada para los relatos de ficción distópica, o así afirman los críticos. Nuestras páginas y pantallas están llenas de gobiernos tiranos, esclavitud a la tecnología y la vigilancia crea pánico –figuraciones oscuras de una sociedad donde la ramificación de la injusticia es creativa y de amplio alcance.

El género tiene una abundancia de historias fascinantes de donde escoger, pero permíteme añadir uno, contado desde una perspectiva que quizá no parezca tan provocadora ni amenazante en un principio –impuestos. Presta atención.

En esta historia, eres inmigrante. Igual que el número cada vez mayor de personas que cruza las fronteras en búsqueda de educación, empleo, amor, familia, salud o seguridad. Dejaste tu país de origen para establecerte en otro lugar.

Consigues un trabajo y pagas de manera responsable el impuesto sobre tus ingresos en el país donde vives a cambio de utilizar recursos comunes, como servicios médicos y transporte.

Pero no es suficiente. Resulta que tienes que tributar también en tu país de origen, aunque no vivas allí. No importa si ya pagas impuestos en el país donde vives. Tampoco si nada de tus ingresos proviene de tu país de origen. No importa cuán poco generes o por cuánto tiempo has estado fuera.

Tal vez algunas exoneraciones y deducciones reduzcan tu deuda, pero si quieres declararlos, debes preparar papeleo complicado. Si necesitas ayuda, tienes que pagar a un contador.

Y esto no termina aquí. Trabajas por cuenta propia en el país donde vives, quizá eres dueño de un negocio pequeño o formas parte de una creciente población de contratistas que trabaja en la «economía por encargo». Y por eso, la ley dicta que también debes pagar un impuesto por ser trabajador autónomo a tu país de origen.

Si eres afortunado, vives en uno de dos docenas de lugares que cuentan con tratados especiales que evitan esta doble imposición. Pero si no, prepárate: por el resto de tu vida como trabajador independiente, debes enviar el 15% de tus ganancias gravadas a un país donde no vives para financiar programas de asistencia social, que no tienes permitido utilizar en todo o parte… porque no vives allí.

Y eso sin mencionar que tu país de origen espera recibir una parte de cualquier propiedad, inversión o plan de pensión que puedas tener en donde vives.

Puedes elegir no declarar impuestos en tu país de origen. Bastantes personas no lo hacen. Pero si el Gobierno lo descubre y afirma que debes más de $50,000 en impuestos, sanciones e interés, tiene el poder de revocar tu pasaporte –sin necesidad de audiencia o sentencia.

Y al Gobierno le gusta resoplar de que tiene formas de descubrirlo.

Por su insistencia, el resto del mundo recaba tu información financiera en masa sin garantizar manejo o almacenamiento seguro, y lo informa a tu país de origen. Algunos bancos solicitan que llenes formularios especiales para continuar siendo cliente, mientras que otros simplemente te prohíben utilizar sus servicios por completo, pues lidiar con tu ciudadanía no vale la pena.

Como resultado, cierran cuentas bancarias, cancelan hipotecas, se pierden oportunidades de empleo, y el plan de retiro es un sueño imposible. Tener una vida normal se vuelve cada vez más difícil para ti y el resto quienes viven fuera de su país.

¿Cómo solucionar la situación? Puedes abandonar las raíces que has dejado de lado y trasladarte al tu país de origen… o abandonar tu ciudadanía por completo. Al estar entre la espada y la pared, una creciente lista de tus compatriotas toman la dolorosa decisión de renunciar.

No obstante, esta tendencia no pasa desapercibida, y en respuesta el Gobierno eleva la tarifa de renuncia en 422%, y la convierte en el costo más alto de su clase en el mundo y probablemente esté fuera del alcance para una persona de recursos limitados.

Independientemente, las renuncias continúan. Un arquitecto de la política gubernamental argumenta cruelmente ante los legisladores que esos exciudadanos no representan una gran pérdida: existen más personas naturalizándose que están «dispuestas a pagar» impuestos, de todas maneras.

Como minoría aislada, los políticos en tu país de origen te ignoran a ti y a tus compatriotas ampliamente. En elecciones recientes, uno de los partidos políticos importantes jura arreglar la situación de los impuestos para los expatriados, como tú. Una vez en el poder, no obstante, aprueban un paquete de reformas que cambia las reglas para las corporaciones, no para las personas, e incluso le dificulta a los propietarios de negocios pequeños y medianos permanecer abiertos.

Al menos, por todos tus esfuerzos, en el caso de una guerra o catástrofe, tu país de origen te transportará a un lugar seguro… ¿cierto? Seguro, pero tan solo después de que prometas reembolsar al Gobierno los costos de tu propia evacuación –y a cambio, este prometerá retener tu pasaporte hasta que realices los preparativos para pagar.

Así que estás atrapado, en el peor de los casos con una doble imposición, y en el mejor, pagando valioso dinero a un contador para probar que no deberías tener una doble imposición. Sufres de violación a tu privacidad, estpas obligado a ceder tu información personal –no es necesaria ninguna sospecha de malas acciones. Tu seguridad financiera está en riesgo ya que tu ciudadanía te transforma en un paria no rentable.

Tus alianzas comerciales y románticas se restringen, pues asociarse contigo podría llevar a tus seres queridos y colegas a estar bajo el escrutinio de un Gobierno extranjero influyente. Y pones en pausa los planes de tener hijos porque tu ciudadanía –y la carga impositiva– pasará a ellos, aunque nunca hayan puesto un pie en tu país de origen.

Todo se debe a la suerte. No puedes escoger dónde naces o quiénes son tus padres, simplemente sucede que naces en un país que ejerce un fuerte control sobre sus ciudadanos y tiene una influencia dominante en el mundo.

¿Qué te pareció este relato de ficción distópica? Es una historia perturbadora, que trata inquietudes sobre privacidad, trato justo y libertad de movimiento que son particularmente relevantes en la actualidad. Y hay más. ¿Listo para el giro en la trama?

Todo esto es real. Al menos si eres uno de los cerca de nueve millones de estadounidenses, como yo, que viven fuera de las fronteras de Estados Unidos.

Estados Unidos es uno de apenas dos países en el mundo que práctica un sistema tributario basado no en la residencia, sino en la ciudadanía. El otro es la dictadura represiva de Eritrea, que el propio Estados Unidos ha criticado por la «extorsión, amenazas de violencia, fraude y demás medios ilícitos» que emplea el país para recaudar los impuestos de sus ciudadanos en el extranjero.

Y en los últimos años, Estados Unidos incluso ha hecho que la situación empeore con la ley de cumplimiento fiscal de cuentas en el extranjero [FATCA]. De acuerdo con FATCA, las autoridades captan la información financiera de los ciudadanos estadounidenses y «personas estadounidenses» (como los que obtienen la tarjeta de residencia), que poseen cuentas bancarias no estadounidenses, todo sin orden judicial. Esta táctica, según lo revelado, se parece a lo que realiza la Agencia de Seguridad Nacional –con gran objeción– con los registros telefónicos y correos electrónicos de los estadounidenses.

Logran esta recopilación masiva con una amenaza: si las instituciones financieras del mundo no entregan la información de sus clientes con ciudadanía estadounidense, Estados Unidos impondrá un impuesto de retención del treinta por ciento a sus operaciones en Estados Unidos. En respuesta, cada vez más bancos limitaron los servicios que ofrecen a los ciudadanos estadounidenses o incluso les excluye totalmente de sus servicios de ahorro y monetarios más básicos, pues no existe beneficio en organizar sistemas especiales para una pequeña parte de su clientela.

FATCA «comienza con la suposición no confirmada de que la mayoría de los contribuyentes son problemáticos», explica el mediador del Servicio Federal de Rentas Internas estadounidense, conocido como el defensor de los contribuyentes, «e implementa un régimen de imposición draconiana que aplica a todos». ¿Eres un ciudadano estadounidense que vive en Alemania, tributas en ese país, y utilizas una cuenta bancaria alemana? Con FATCA, eres culpable de delito fiscal estadounidense hasta probar tu inocencia.

Por lo tanto, si el actual sistema es una distopía fiscal para los estadounidenses en el extranjero, ¿cómo sería una utopía?

En esta historia, eres un emigrante. Dejas tu país de origen y te estableces en otro lugar. Abres una cuenta bancaria y utilizas los servicios financieros sin ser discriminado por tu ciudadanía. Tu derecho a la privacidad permanece intacto. Tributas en el país donde vives, y no estás bajo ninguna obligación de pagar nada más de tu dinero a un Gobierno de un país donde no vives.

Es una pena que sea ficción.

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