La realidad orwelliana de ser un «estadounidense accidental»

Foto de Pablo Guerrero vía Unsplash.

Estados Unidos es uno de los dos únicos países del mundo cuyos impuestos se basan ​​en la ciudadanía en lugar de la residencia, una práctica que ha perturbado las vidas de los ciudadanos estadounidenses que eligen salir de su país para establecerse en el extranjero.

Sin embargo, para una población en particular, este sistema y la aplicación de sus medidas draconianas han demostrado ser aún más devastadores. Conocidos como «estadounidenses accidentales», son ciudadanos de otros países que también poseen la ciudadanía estadounidense, ya sea porque nacieron en Estados Unidos o porque la recibieron de uno de sus padres. Es posible que no sepan que se les considera ciudadanos estadounidenses hasta más adelante en sus vidas, cuando comienzan a sufrir las consecuencias de la fiscalidad de los Estados Unidos.

Kevin P. es uno de estos estadounidenses accidentales. Un artículo recién publicado en Global Voices sobre las injusticias «distópicas» que el sistema fiscal de los Estados Unidos impone a sus emigrantes le inspiró reimaginar la historia en base a su propia experiencia. A continuación se publica una traducción del propio Kevin P. de su texto original.

Imagina ser un joven miembro de la población económicamente activa. Aún no tienes mucho, pero tienes la vida por delante y todo un potencial para hacer que sea buena para ti y tus seres queridos. Un día, necesitas una nueva cuenta bancaria. Pero, sea cual sea el banco al que te diriges, te envían a casa sin nada.

Estás confundido. Te dicen que algo tiene que ver con el lugar de nacimiento que figura en tu carné de identidad.

No entiendes lo que está sucediendo; no has tenido ningún problema hasta ahora. Has vivido toda tu vida en Europa. Tus padres son belgas. Eres belga. Hablas francés y no sabes mucho sobre los Estados Unidos, excepto por lo que llega de todas las películas que vienen de allí.

Llegado a este punto, tu vida está estancada, entonces investigas. Lo que descubres es la realidad distópica de cómo los Estados Unidos tratan a sus ciudadanos en el extranjero: doble imposición, recopilación masiva de datos y una presunción de culpabilidad. Un banco ya no es sólo un banco y un país ya no es sólo un país. Ambos también se han convertido en agentes informativos para la agencia tributaria de Estados Unidos.

Tu mente se llena de emociones negativas, todavía no lo entiendes. Al fin y al cabo, no eres realmente estadounidense. No has vivido, estudiado ni trabajado en los Estados Unidos. Solo sabes algunas palabras de inglés y tu acento francés es simplemente ridículo.

Y entonces, es cuando descubres que en esta distopía orwelliana, ocupas un lugar especial…

No eres un estadounidense en el extranjero, como los otros 9 millones. Nunca has tenido relación ni comunicación alguna con las autoridades de los Estados Unidos. No tienes ningún documento de allí, excepto tu certificado de nacimiento.

Tus padres vivieron un tiempo en Estados Unidos, y por eso naciste allí, pero regresaste a Bélgica cuando aún eras un bebé. Creciste en Bélgica, estudiaste en Bélgica y te convertiste en un miembro activo de la sociedad belga.

Bélgica es un país soberano con fronteras que supuestamente marcan un lugar en la Tierra donde sus ciudadanos estarán protegidos de los gobiernos extranjeros. Con esto en mente, te pones en contacto con las autoridades de tu país para obtener ayuda. Lleno de esperanza, te estás imaginando las conversaciones que vas a tener con compatriotas sonrientes y compasivos que harán todo lo posible para ayudarte.

Qué ingenuo…

Todas tus conversaciones comienzan con la otra persona diciéndote que tus problemas no son posibles. La imposición basada en la ciudadanía es un concepto que no cabe en la mente de una persona normal fuera de los Estados Unidos. Por lo tanto, debes hacer todo lo posible para convencer a la persona frente a ti de la realidad a la que te estás enfrentando.

Una vez que hayas logrado alterar su perspectiva, llega la primera bofetada: te dicen que el problema no les incumbe, y por lo tanto estás solo frente al Gobierno de Estados Unidos. En este momento, la situación cambia de orwelliana a kafkiana. En tu mente, se dibuja la imagen de una alma perdida sin nación.

Luego llega el segundo golpe, de un funcionario mal pagado, un ministro o un embajador, que te cuenta esta simple verdad: al ser un problema con Estados Unidos, no harán nada.

Aún tratando de tragar lo sucedido, te acuerdas de ti mismo imaginando a los compatriotas sonrientes y compasivos. Y aquí estás, te están sonriendo, excepto que no es por compasión sino porque les has puesto incómodos, y sus ojos te dicen que cuanto antes te vayas, mejor serán sus vidas.

Y entonces vuelves a casa.

El tiempo pasa. Descubres que no estás solo en esta situación. Conoces a grupos que sufren en menor o mayor medida de la fiscalidad basada ​​en la ciudadanía de estadounidenes. Puedes compartir tu sentir con ellos, y ver que hay personas aquí y allá que trabajan para mejorar la situación, esto te hace sentir mejor. (Gracias por ello, compañeros de desgracia).

Pero has cambiado para siempre. Te has dado cuenta de que tu país no protege a sus ciudadanos. Miras su bandera y ves un símbolo de hipocresía. Miras la bandera de Estados Unidos y ves un símbolo de dolor. En este mundo orwelliano, no hay lugar para ti. Ni en los Estados Unidos, ni en tu tierra. Tu país es un perro de Estados Unidos y tú vales menos que una pulga en su espalda.

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