Por Karen Kao
Cuando me mudé a los Países Bajos, mi esposo neerlandés y yo acabábamos de casarnos. Prometí aguantar un año. Me prometió que, si transcurrido ese año seguía odiando Ámsterdam, volveríamos a Estados Unidos.
Mi esposo hizo todo lo que pudo para prepararme para la transición. Me dio libros para leer antes de la mudanza — una lista que abarcaba todos los altibajos de la historia neerlandesa. La Edad de Oro. La colonia de Batavia. La ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Ámsterdam moderno.
El mito de la creación neerlandesa
Poco sabía que esos libros me enseñarían el mito de la creación neerlandesa de que los Países Bajos fueron fundados en cimientos de tolerancia religiosa.
Cuando los desorganizados neerlandeses obtuvieron su independencia de la católica España en 1648, la primera ola de refugiados llegó de los Países Bajos españoles buscando libertad para practicar su fe protestante. Sucesivas olas siguieron. Los judíos expulsados de Portugal y los hugonotes protestantes de Francia. Anne Frank, una judía alemana que huyó los nazis a Ámsterdam es un símbolo nacional de tolerancia neerlandesa.
En todos los años que viví en los Países Bajos, muy pocas veces oí a la gente hablar de su pasado. El hecho de que se necesitara a esos refugiados para apuntalar una economía floreciente. El hecho de que la gran mayoría de esos judíos murieran en campos de concentración, incluida Anne Frank. Podría ser que los neerlandeses han olvidado su historia, satisfechos de disfrutar el resplandor de su tolerancia histórica.
Sin embargo, en estos días, el xenofóbico partido de extrema derecha Partido de la Libertad Neerlandés (PVV) es el segundo mayor partido político en los Países Bajos. Su líder Geert Wilders, ha logrado sin ayuda de nadie cambiar el espectro político a la derecha y volver vulgar el debate público. Ahora es común oír a los políticos neerlandeses hablar de cerrar las fronteras a los Países Bajos.
“Allochtonen”
Desde hace tiempo, los neerlandeses tienen una relación complicada con sus comunidades inmigrantes, los llamados allochtonen. La definición de “inmigrante” usada por la Oficina Central de Estadísticas (CBS) de los Países Bajos es una persona con el menos uno de sus padres nació en el extranjero. Según esta definición, es irrelevante si la persona en cuestión nació en los Países Bajos. El hijo de un allochtoon es también un allochtoon.
En la calle, el término allochtoon tiene un significado diferente. El término se refiere casi exclusivamente a personas de ascendencia turca o marroquí. Se aplica a todas las generaciones, extranjeras y nacidos en el país. Es un término tan despectivo que repetidamente me han dicho que no me identifique así. En 2016, el Gobierno neerlandés abandonó formalmente el uso del término allochtoon y su contraparte para nativos, autochtoon. Sin embargo, CBS sigue distinguiendo entre inmigrantes occidentales (Estados Unidos, Canadá, Unión Europea, Indonesia, Oceanía y Japón) contra el resto. Los primeros están bien, los otros no.
Así que aunque se cerraran las fronteras, la extrema derecha seguría sin estar satisfecha. Aproximadamente, 800,000 migrantes de ascendencia turca o marroquí viven en los Países Bajos. Los políticos neerlandeses de extrema derecha y el centro ven este grupo como problemático.
Forum voor democratie
El Foro por la Democracia (FVD) es un nuevo partido político que entró en la escena neerlandesa durante las elecciones nacionales de 2017. Su líder, Thierry Baudet, es lo que en Estados Unidos llamarían “muchacho de fraternidad universitario”. Tiene el linaje y educación que se sienta cómodamente con la clase media alta de los Paises Bajos. Es uno de nosotros. Algunos analistas llaman a FVD “PVV ligero”. Xenofobia escondida bajo una fina capa de cortesía social.
El truco de Baudet es apelar al orgullo nacionalista. Se preocupa de que los neerlandeses, en toda su tolerancia, pero han perdido el toque con su propio a magnífico legado cultural. Baudet cree que es momento de recuperar esas raíces antes de que los foráneos la erradique completamente. Dejen de alojar a esas personas. Ellos son una amenaza para nosotros.
Ellos son los turcos y marroquíes. Ellos son todos aquellos a los que se presume que son musulmanes, practicantes o no. Los ves en las calles. Las mujeres con sus pañuelos en la cabeza o, peor, burkas. Los hombres con barbas descuidadas (según parámetros hipster) que usan “vestidos largos” como los llaman los neerlandeses.
Tolerancia
En una cena hace poco, escuché a un amigo renegar de los musulmanes. Nuestro amigo sentía que habíamos hecho suficiente para alojarlos. Ofreció, como evidencia de tolerancia neerlandesa, el hecho de que las mujeres con pañuelos en la cabeza trabjan en la mayoría de tiendas de comida. Pero, nuestro amigo dice, ya basta. Que prohíban la burka, porque nunca sabes quién o qué puede estar oculto adentro.
Ciertamente, los neerlandeses no son los únicos en su nueva ola de intolerancia. Francia, Austria y Hungría tienen sus propias formas de líderes xenofóbicos. Por no mencionar a Estados Unidos. No me refiero a que los neerlandeses son peores que los estadounidenses. Es que no son mejores.
Y así se deshace el mito de la creación de una república fundada en tolerancia religiosa. Han pasado 29 años desde que hice el pacto con mi esposo. Obviamente, me gusta estar acá. Me volví ciudadana neerlandesa en 2013 porque es casi seguro que nos quedemos acá en resto de nuestra vida. Y, en ese caso, quiero poder votar.
Pero también me volví neerlandesa en maneras más traicioneras. Ahora son intolerante. No puedo aceptar la islamofobia en nombre de la preservación cultural. Ni deseo ni puedo tragar el mito de la creación del holandés tolerante de mente abierta. En estos días, estoy lista para levantarme de una cena o abandonar una amistad a la hora de la verdad. Es un nuevo punto bajo para mí en los Países Bajos.
Karen Kao es poeta, escritora de ficción y ensayista que vive en Ámsterdam. Este ensayo se publicó originalmente en Inkstone Press.