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El debate sobre las acusaciones por acoso a Jorge Domínguez revelan la difícil posición de las mujeres en las academias cubanas

Categorías: Latinoamérica, Cuba, Estados Unidos, Medios ciudadanos, Mujer y género
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Terry Karl (a la izquierda) y Jorge Domínguez (a la derecha) en una captura de pantalla del video compartido por News Dongo sobre el caso de las acusaciones por acoso contra el académico cubano-estadounidense.

Un texto [2] de Roberto Veiga, director del la asociación Cuba Posible [3], avivó el debate en las redes sociales acerca del acoso sexual en Cuba.

En el artículo de opinión, publicado en la página de Facebook [4] del proyecto, Veiga se refiere a las acusaciones de acoso sexual [5] contra el académico cubano-americano Jorge I. Domínguez [6], profesor Antonio Madero [7] de la Fundación México en Harvard [7] en esa Universidad, quien a raíz de los hechos recibiera una licencia administrativa por parte de la institución.

En febrero de 2018, Domínguez fue objeto de un artículo en The Chronicle of Higher Education [8] en el que se alegaba su sistemático acoso sexual desde finales de los años setenta a colegas y estudiantes de la Universidad. Las acusaciones tienen como caso central el de la profesora asistente Terry Karl [8], quien desde 1983 había denunciado el comportamiento lascivo del profesor.

La culpabilidad de Domínguez quedó demostrada en ese entonces y como consecuencia fue entonces destituido de sus responsabilidades administrativas por tres años. Karl consideró la medida como un mero tirón de orejas [8] y temiendo lo que pudiese ocurrir al regreso de Domínguez abandonó su puesto en Harvard.

A partir de ahí y en el contexto del movimiento #Metoo [9] se han conocido, hasta el momento, 18 nuevas acusaciones [10]. Por ahora, la universidad investiga las denuncias y el medio The Chronicle of Higher Education [8] (o «Crónica de la educación superior») las documenta.

En su misiva, Veiga extiende su apreciación por Domínguez y su trabajo, y cuestiona la veracidad de lo publicado en medios de prensa:

¿Quién puede asegurar que eso ocurrió? ¿Quién conoce que, si esto ocurrió, fue exactamente como se dice? ¿Quién se pregunta por qué fue ahora, y de conjunto, que se hace público todo de una sola vez? ¿Quién ha reclamado que no se debe emitir criterio valorativo hasta conocer ciertamente lo ocurrido? ¿Quién, convencido de que todo ha sucedido según las acusaciones, atiende a la exigencia de la justicia de criticar la culpabilidad, pero sin pretender mancillar las virtudes del acusado, ni su dignidad humana?

Sin embargo, la publicación de un editorial [11]en Harvard Crimson, [12] el periódico de los estudiantes de Harvard, responsabiliza a la Universidad en la falta de protección ante una catedrático con el poder que ostentaba Domínguez.

Por su parte otros académicos, entre los que destacan los presidentes de la sección Cuba perteneciente a la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA por sus siglas en inglés) firmaron una carta [13] que circuló por las redes sociales. En la misiva se reconoce el valor del trabajo de Domínguez, pero rechaza categóricamente su conducta:

…su actitud no sólo es intolerable, sino que perjudica a la Sección en su conjunto y no podemos ser ajenos al daño causado a las víctimas de sus acciones impropias.

Es importante señalar que la Asociación de Estudios Latinoamericanos fue presidida por Domínguez entre 1982 y 1983.

Una ventana a un problema estructural

Llama la atención que en el debate acontecido dentro de las redes cubanas, particularmente en Facebook, quienes apoyaron la posición de Veiga fueron mayoritariamente hombres mientras quienes le criticaron fueron básicamente mujeres. Los comentarios citados más abajo fueron tomados bajo el texto de Veiga [14] en Facebook y resumen el espíritu de quienes se pronunciaron en contra. Dos de las participantes de la discusión son, además, reconocidas académicas e investigadoras:

A la sazón del debate, la profesora cubano-americana Eliana Rivero apuntó:

Lo usual: esparcir dudas sobre el testimonio de las mujeres, porque “no se sabe”. En este triste caso, el respeto profesional hacia un hombre -según algunos otros hombres- lo exime parcialmente de sus pecados, ya reportados desde 1983. Y sí, el reconocimiento de belleza física o logros de una mujer pudiera constituir acoso si tal reconocimiento incluye el tocarla físicamente sin su consentimiento. A muchas, desafortunadamente, nos ha correspondido tal “suerte”; y parece mentira que, a estas alturas, se ponga nuestro testimonio en tela de juicio.

Para la investigadora Lisset Gutiérrez la discusión del caso muestra cómo lo que le pasa a las mujeres sigue siendo parte de preocupaciones secundarias:

Cada vez que salen a la luz acusaciones hacia alguien que admiramos, respetamos y/o agradecemos por sus logros y aportes en otras esferas de la vida social, [es] a nosotras las mujeres es a las primeras que nos duele, nos decepciona y nos asombra. Porque nos damos cuenta que incluso para esos hombres, la dignidad de las mujeres es un tema menor, que ellos tienen que entender primero para respetarlo y defenderlo después. Y para entenderlo ponen todas las resistencias del mundo, aunque tengan los hechos y los argumentos delante.

Transcendiendo un tanto el texto de Veiga, pero aún en conexión sus ideas, Claudia Barrientos se refiere a la intención de desprestigiar al movimiento de denuncia #Metoo, al que muchos han querido dejar de lado por su origen estadounidense:

Cuando quieren calificar esto del Me Too de americanismos, occidentalismos, etc, lo único que logran es recordarnos a todos que el machismo […] tiene tomados por asalto lugares de la izquierda [en] donde por definición [la idea] no debería ni caber. Para empezar, la presunción de que nos estamos dejando llevar, o que queremos imitar modelos […] se traduce en que somos […] descerebradas, incapaces de ver las raíces del capitalismo brutal operando tras bambalinas…