Soplan aires de rebelión en Madagascar a pocos meses de las elecciones

Los diputados rebeldes saludan a los manifestantes de la plaza 13 de mayo en Antananarivo, Madagascar. Jago Kosolosky.

[Este artículo se reproduce con la autorización de Jago Kosolosky, redactor en jefe y autor del artículo para el sitio web de noticias Le VIF.]

En Madagascar el 80% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, con 1,25 dólares al día. La esperanza de vida de sus 25 millones de habitantes apenas supera los 65 años. Por hacer una comparación, el promedio de edad en Bélgica se sitúa en los 81 años. Al igual que en muchos otros países africanos, se ha producido en Madagascar una explosión demográfica vinculada a un éxodo rural, lo que ejerce presión sobre la economía.

Aunque oficialmente se había prohibido la manifestación del sábado 12 de mayo en Antananarivo, miles de manifestantes se reunieron delante del ayuntamiento de la capital. Allí les esperaban policías y militares en camionetas y motos. Horas más tarde, la imagen de un policía que lanza gas lacrimógeno a los manifestantes mientras fuma un cigarrillo hace que las fuerzas armadas me recuerden a un ejército de mercenarios.

Los manifestantes fueron convocados por los parlamentarios de la oposición, que se oponen a las tres leyes electorales que a principios de abril aprobaron ambas cámaras parlamentarias. La oposición acusa al presidente Hery Rajaonarimampianina de querer acallar estas leyes para las elecciones presidenciales y parlamentarias que tendrán lugar este año. Aún no hay fecha definitiva ni certeza total de que esas elecciones se vayan a llevarse a cabo.

Policías y manifestantes se enfrentan en la avenida de la Independencia de Antananarivo. Jago Kosolosky.

Rajaonarimampianina es presidente de Madagascar desde el año 2014 y todavía no ha confirmado si se volverá a presentar, aunque es lo más probable. De ser así, tendría que enfrentarse a dos expresidentes: Marc Ravalomanana, presidente entre 2002 y 2009, y Andry Rajoelina que destituyó a Ravolomanana con un golpe de estado y dirigió el país hasta la llegada del actual presidente.

El actual presidente no está muy bien valorado por la población, aunque al principio llevó cierta estabilidad tras un periodo políticamente muy convulso. Todo empezó a ir mal cuando durante su investidura, Rajaonarimampianina copió casi literalmente un discurso de campaña del expresidente francés Nicolas Sarkozy, lo que reforzó la imagen de un presidente marioneta del gobierno francés.

La víspera de la manifestación se anunció que el presidente había escapado de la ciudad. «Aunque evidentemente, eso lo ha contado la cadena de radio de la oposición», dice riendo Joelina Rasolofo. Es periodista en Radio Don Bosco hace quince años y me lleva a la manifestación. Es una de las grandes cadenas de radio del país y la única que durante la crisis política de 2009 (en la que hubo 135 muertos) siguió cubriendo lo que ocurría en el país. Tras varias granadas de gas lacrimógeno, me cuenta que «la situación actual recuerda mucho a la existente en 2009, cuando comenzó todo».

Normalmente, la avenida de la Independencia es una calle muy transitada, pero hoy las tiendas están cerradas y se han colocado barricadas en las puertas. El ambiente es muy tenso. Llevados por la curiosidad, varios periodistas, casi todos locales, recorren la zona. Pequeños grupos de manifestantes, policías y militares se preparan para la lucha en el ayuntamiento.

Militares en Analakely. Jago Kosolosky.

Alain Patrick tiene 24 años y estudia en la Universidad de Antananarivo. Dice que no pertenece a ningún partido político, pero que de todas formas quiere ir a la manifestación: «Soy patriota y amo mi país, pero ya estamos hartos de la corrupción. Este presidente quiere mantenerse en el poder y no lo vamos a permitir.» ¿Tiene miedo? «No, no hemos hecho nada malo».

Suena una explosión. Un grupo grande avanza cantando hacia los policías y se dirige a la plaza. Las banderas de Madagascar se mezclan con los botes de gas lacrimógeno. El gas forma una nube en la calle, los manifestantes empiezan a tirar piedras y una periodista local se desvanece. Me la encuentro más tarde. Manoa Raoelii tiene 24 años y trabaja para Free FM. El gas lacrimógeno la dejó sin respiración pero recuperó el conocimiento: «No sé si volverá a pasar lo mismo que en 2009, yo era muy joven. Pero nunca he visto esto».

Debido al gas lacrimógeno, a periodistas y manifestantes les arden los ojos y la garganta y agradecen mi botella de agua grande. He atado a mis gafas un pañuelo mojado para protegerme la cara y descubro que el vinagre evita las quemaduras.

La policía está centrada en atrapar a los manifestantes, no pierde mucho tiempo con los periodistas y no da información. Algunos manifestantes siguen a los parlamentarios de la oposición, orgullosos de llevar sus distintivos. Estoy hablando con uno cuando de repente la policía nos lanza gas lacrimógeno, la grabadora de un compañero cae al suelo y todo el mundo huye.

Rossy, cuyo nombre real es Paul Bert Rahasimanana, es un parlamentario electo y el artista más famoso de Madagascar en la década de 1990. Durante un tiempo decidió vivir exiliado en Francia. Justo antes de que nos lanzaran el gas, este hombre carismático me grita al oído: «Exijo que el presidente dimita mañana».

Un poco más tarde, entro en una cafetería con el autoproclamado candidato presidencial Alain Andriamiseza, del partido más pequeño de la oposición, MCDM. Pide dos cafés y empieza su discurso. «Aquí no hay prensa libre. Has visto cómo se trata a los periodistas». Quito de mis gafas el pañuelo y asiento con la cabeza.

«Las leyes electorales sobre las que aún debe pronunciarse el Tribunal Constitucional tienen rasgos dictatoriales. Son una manera de quitarse candidatos de en medio para las próximas elecciones. No importa lo que diga el Tribunal Constitucional, que las leyes estén o no de acuerdo con nuestra Constitución. Necesitamos urgentemente una nueva Constitución, una Constitución digna de llevar ese nombre».

Andriamiseza es uno de los políticos que ha pedido al pueblo que acuda a la manifestación, considera que existen razones suficientes para convocarla: «Nuestro país está harto de corrupción y de nepotismo. Nuestro presidente está vendiendo Madagascar a los chinos para enriquecerse. La explotación minera destruye nuestro país y la población local se empobrece cada vez más». Pienso en las inscripciones chinas en los equipos de algunos policías y entiendo su frustración, compartida por la mayoría de la población local.

Policías con gas lacrimógeno. Jago Kosolosky.

Presagia la caída del Gobierno. «Espera al 13 de mayo». Se trata de una fecha simbólica. El 13 de mayo de 1973 miles de manifestantes se agruparon en este mismo lugar de la capital para exigir la liberación de los estudiantes encarcelados por intentar democratizar la enseñanza y luchar contra la hegemonía de la lengua francesa.

Murieron cerca de 40 personas, y con ellas la primera república de Madagascar. «Aquí no pasa como en otros países africanos, nosotros no podemos escapar. Estamos atrapados en Madagascar y tenemos que encontrar otro futuro para nuestro país». Me despido y vuelvo a la plaza.

Cuando el gas lacrimógeno empieza a asfixiarme demasiado, tomo un poco de aire con las religiosas de Don Bosco que viven en la avenida de la Independencia. Me dan algunas naranjas amarillas de la tierra y recupero fuerzas. Desde el balcón puedo ver a los manifestantes que intentan llegar a la plaza e imponerse por número. Los gritos y cánticos anuncian qué lado será el siguiente en atacar. El juego del gato y el ratón dura varias horas, pero los manifestantes se van acercando a la plaza y consiguen colocar barricadas que cortan el paso a las camionetas llenas de botes de gas lacrimógeno.

Finalmente ocupan el ayuntamiento y la manifestación se convierte en un atisbo de golpe de estado, cuando los policías y militares se retiran ante las risas y burlas de los manifestantes. Se proclama la victoria desde el balcón del ayuntamiento y la plaza se llena de decenas de miles de personas que cantan y bailan. Aparecen vendedores de helados que se unen a los que durante la manifestación vendían protectores de papel contra el gas. La llamativa fuente delante del ayuntamiento sirve ahora para refrescar a los manifestantes, se llevan a los heridos y estalla una verdadera fiesta popular.

Me uno a la gente delante del ayuntamiento. Hasta en cinco ocasiones, noto que me tocan el bolsillo del pantalón donde solamente tengo el pañuelo mojado que me protegía del gas lacrimógeno. Soy el único blanco y un objetivo perfecto para los carteristas. Agarro a uno por el cuello: «¿Qué buscas, amigo?». Me río y él echa a correr.

Los opositores suben al balcón del ayuntamiento y se dirigen a las masas, antes de hacer sonar por los altavoces cánticos guerreros anticoloniales de Madagascar. La plaza entera canta con ellos.

Hay cuatro muertos, dos menores afectados por el gas lacrimógeno y 16 heridos. La oposición anuncia nuevas acciones y el presidente reacciona con un mensaje en televisión: «Pido a toda la población de Madagascar que mantenga la calma y respete la democracia. Lo que ha ocurrido es ni más ni menos que un golpe de estado». Dice también que en adelante las autoridades actuarán de una manera más enérgica. La Unión Europea condena la violencia y pide a los dirigentes del país que actúen de manera cautelosa y apoyen «unas elecciones presidenciales creíbles, transparentes e inclusivas en 2018″.

Mientras en el balcón los opositores condenan la corrupción, yo me subo a un taxi y dejo atrás la fiesta popular. Un poco más adelante, dos policías paran el viejo Citröen 2 CV que hace de taxi. «¿Lleva su pasaporte?». Los policías intentan hacerme creer que eso supone un problema. Salgo del taxi y les pregunto: «Está bien, ¿cuánto?». Se ríen y me dan la mano. Les pago 10.000 ariary a cada uno (alrededor de 2,50 €) y vuelvo a subirme al coche.

[Este artículo se reproduce con la autorización de Jago Kosolosky, redactor en jefe y autor del artículo para el sitio web de noticias Le VIF..]

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