El doble peso del activismo nicaragüense en la diáspora

Fotografía compartida por Voice of America en Wikimedia Commons, del Dominio Público.

Después de tres meses del principio de las protestas en Nicaragua contra las ya revocadas reformas a la seguridad social cientos de personas, en su mayoría jóvenes, están encarceladas, escondiéndose o tratando de salir del país.

El número de víctimas cambia dramáticamente según la fuente, pero no dejan de aumentar. Mientras para el gobierno los muertos alcanzan 198, defensores de derechos humanos cuentan hasta 448 asesinados y varios cientos de desaparecidos.

Organizaciones como Amnistía Internacional denuncian el despliegue de grupos parapoliciales, ataques y amenazas constantes contra civiles que dejan en duda las intenciones de diálogo del gobierno.

La situación de derechos humanos es crítica y las protestas se mantienen vivas en las calles exigiendo que el gobierno de Daniel Ortega salga del poder.

Mientras tanto, cada día más nicaragüenses logran salir para huir de la represión. Muchos de ellos huyen a la vecina Costa Rica, otros más cruzan el Atlántico. Allí se encuentran con redes de apoyo formadas por nicaragüenses que llevan años ya instalados en países como España, Francia o Alemania.

Estas comunidades han estado a su vez activas durante los últimos meses, organizando marchas y eventos en solidaridad con sus compatriotas, en su mayoría coordinadas a nivel europeo a través de las redes sociales.

Las luchas de la diáspora son diversas y complejas. Muchas de ellas tienen que ver con concepciones ideológicas y contrastes de información desde el extranjero. Ana Sierra (cuyo nombre hemos cambiado por motivos de seguridad) es doctorante en literatura comparada en Barcelona y conoce de cerca estos esfuerzos. Ana forma parte del colectivo Feministas Autoconvocadas y conversó con Global Voices sobre la violación de derechos humanos y el abuso de poder en Nicaragua, además de las campañas en apoyo a las manifestaciones desde el extranjero.

GV: Ana, nos comentas que está llegando mucha gente en avión desde Nicaragua.

AS: Sí, desafortunadamente. Para muchos es una cuestión de vida o muerte. Todos pensamos que cuando se resuelva esto vamos a regresar, porque no es fácil migrar y menos de manera involuntaria.

GV: ¿Organizáis algún tipo de apoyo emocional para los miembros de la diáspora?

AS: Hay una madre en Bélgica, por ejemplo, que perdió a su hijo en las primeras manifestaciones. Lo primero que hice fue conseguirle ayuda psicológica desde Nicaragua, por Skype. Además, en el grupo de Feministas Autoconvocadas ha habido espacios para desahogarse. Desde la diáspora uno no termina de disfrutar y de estar tranquilo del todo. Somos conscientes de esta necesidad, pero claro, tampoco es la preocupación número uno.

Sentir las noticias de primera mano

Acto reivindicativo en apoyo a las protestas y contra la represión del gobierno nicaragüense desde Barcelona. Fotografía pública del grupo en Facebook «Nicas Catalunya», usada con permiso.

Los retos políticos y emocionales del activismo en la diáspora son complejos, en especial con el desafío que puede suponer interactuar en el contexto de las izquierdas europeas. Para Ana éste puede ser un espacio de diálogo difícil, pues en muchos caso las lealtades políticas niegan la solidaridad a los ciudadanos en la calle.

GV: ¿Cuáles son los objetivos que consideráis más importantes en este momento?

AS: Buscamos alcanzar la mayor difusión posible. Uno de nuestros objetivos es generar incidencia en los partidos políticos de izquierda. Lamentablemente piensan que criticar a Ortega es asumir un fracaso, pensar que la revolución [sandinista] fracasó y que el apoyo y la cooperación internacional no sirvieron para nada. Es un error. El hecho de que haya jóvenes manifestándose es porque crecieron con el relato de la revolución y con una conciencia política rigurosa, fuerte y clara.

GV: ¿Habéis hecho progresos en ese sentido?

AS: Es complicado. Creo que con el número de asesinados, desaparecidos y la represión en aumento es cada vez más difícil aceptar que haya personas que crean que todo esto es falso. Hemos recibido algunos mensajes de apoyo de personas de la CUP [partido de izquierdas, anticapitalista e independentista catalán]. Sin embargo, es muy triste que dentro de este partido, que personalmente he admirado muchas veces, haya gente que no sea capaz de ver lo que ocurre en Nicaragua.

Por ejemplo:

AS: Tengo un amigo de la CUP y me dice que, según sus fuentes, la oposición está siendo financiada por la CIA. Yo le digo que yo soy de la oposición también y que a mí no me está financiando nadie. Mi madre ha tenido que huir de ataques con balas, mi hermano también. La gente salió a manifestarse a raíz de los asesinatos que ocurrieron en las protestas. Decir que son financiados es una ofensa.

GV: ¿Cómo interpretas esta brecha, esta contradicción, con aquellos más cercanos a vosotras políticamente?

AS: Lo que más me molesta son estos movimientos que aparecen desde el «primer mundo» y se asumen de izquierda, sociales, comprometidos. Si a mi misma, que vivo aquí, me cuesta muchas veces comprender el sufrimiento de mi madre, que vive allá, no sé con qué valor o autoridad estas personas son capaces de decir que lo que está sucediendo no es real.

Yo recibo muchísima información directa desde Nicaragua. Recibir noticias de primera mano es también sentirlas de primera mano. Yo he recibido audios de mi madre con los morteros detrás.

GV: ¿Con qué otros partidos políticos habéis tenido contacto?

AS: Es triste, pero hay muchos partidos de derecha que se quieren apropiar de [las protestas]. En el Parlament de Catalunya el partido político que quería realmente llevar la denuncia [contra el gobierno de Ortega] era Ciudadanos, [partido de tendencia derechista]. Desde el grupo de Feministas dijimos que no. El fin no justifica los medios.

GV: Dado el nivel de violencia y de noticias ¿cómo mantenéis el contacto con Nicaragua y gestionáis vuestro rol desde la diáspora?

AS: A nivel personal me afecta más de lo que puedo demostrar. Me cuesta mucho ver redes sociales o hablar con mi madre porque luego no duermo, se me quita el apetito. Creo que le ha pasado a muchas personas en la diáspora, este doble sentimiento de querer estar allá para poder hacer algo, pero al mismo tiempo ser consciente de que tienes una posición privilegiada porque desde aquí puedes tener otro tipo de incidencia. Es una responsabilidad, un doble peso.

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