El régimen sirio desalojó a habitantes de Guta oriental, los sacó a la fuerza de sus pueblos y aldeas y los envió en buses verdes hacia zonas rurales de Alepo y Idlib en el norte de Siria, luego de una ofensiva militar de 45 días que cobró la vida de 1,650 personas y dejó miles de heridos.
Los desalojos ocurrieron luego de un acuerdo entre la oposición y el régimen sirio, y ha permitido al régimen sirio y sus aliados confiscar casas y ciudades enteras, y detener a quienes se quedaban.
Las masas desplazadas llegaron a la región del norte cansadas, quebradas y con la carga de años de asedio y recuerdos intolerables. Llegaron al final del camino —o, mejor dicho— llegaron al inicio de otro viaje. Fue el final de una tragedia diaria desde el asedio y bombardeo, y el inicio de la tragedia de desplazamiento y las dificultades de volver a empezar.
La mayoría de poblaciones desplazadas se asentó en diversas ciudades en las zonas rurales de Alepo e Idlib. Muchos vieron que estaban en una encrucijada, con dos rutas principales para elegir lo que determinaría su futuro.
Una elección difícil
En el norte, muchas preguntas revolotean en la mente de las recién llegadas poblaciones del Guta oriental: «¿Otra vez estaremos sujetos a asedio y bombardeo? ¿Viviremos en peores condiciones que las que acabamos de dejar? ¿Debemos partir a Turquía, donde no conocemos nada?».
Las personas está confundidas. Podían elegir quedarse en el norte de Siria a pesar de las duras condiciones y el futuro incierto, o podían decidir cruzar la frontera y buscar refugio en ciudades turcas —y asentarse o iniciar una travesía a Europa.
Los sirios desplazados no hablan turco. Deben aprender para buscar empleo, instalarse y tener una vida normal. Pero para esto se necesita tiempo y dinero, algo que casi nadie tiene. La mayoría ni siquiera tiene con qué pagarle a los traficantes que los pueden llevar al otro lado de la frontera —es decir, si dejan de lado los riesgos de enfrentar el engaño y el extremadamente alto riesgo de cruzar con ellos.
Quedarse es difícil
Samer, 29 años, casado y padre de una niña, describe el dilema de su familia:
I don't feel comfortable leaving Syria. I'm not comfortable staying either. I hope God avenges us from those who flipped our lives upside down and erased our future.
No me siento cómodo de salir de Siria. Tampoco me siento cómodo de quedarme. Espero que Dios nos haga justicia y se vengue de quienes pusieron nuestra vida de cabeza y borraron nuestro futuro.
Mohammed, 25 años, no puede considerar salir de Turquía pues es el único que mantiene a la familia. Escabullirse a Turquía les costaría miles de dólares, y no los tienen, así que Mohammed ya no piensa en eso. Vivir en Turquía es costoso, y como es el único proveedor de la familia, no podría proveer las necesidades básicas.
Shadi, 24 años, reportero de campo desde Guta, dice que debe quedarse en Siria para servir a su causa y dar voz a las historias de la lucha de su pueblo y sus pequeños logros. Quiere que el mundo sepa que la gente nunca muere —aunque la arranquen de su tierra.
Al llegar al norte de Siria, algunas familias deciden quedarse en el país y vivir en alguna ciudad del norte.
Nazir, 26 años, casado y padre de una niña, retomó su trabajo con los Guardianes de la Niñez, organización de la sociedad civil en la que trabajaba en su ciudad natal de Duma, apenas dos semanas después de su llegada. Quería quedarse en Siria para ayudar a los niños desplazados sin acceso a la educación, con la esperanza de rescatarlos de la ignorancia y la destrucción.
Niveen, 38 años, madre de dos hijos y activista, también se niega a irse:
If we all leave Syria who will help the women and children left behind?
Si todos nos vamos de Siria, ¿quién ayudará a las mujeres y niños que se queden?
Niveen no quiere buscar refugio en Turquía porque no quiere que la cataloguen como refugiada. Cree que tiene una misión que cumplir en Siria, y en tanto quedarse sea una opción, se quedará en suelo sirio, como hace siete años cuando el conflicto empezó. No quiere que la obliguen a irse y pasar años de su vida fuera de Siria.
Para otros, la decisión de quedarse en Siria se basó en su temor a lo desconocido.
Nuha, 24 años, dice que es muy difícil para ella vivir en Turquía donde nadie le entiende, salvo por gestos con la mano o con aplicativos de traducción. Dice que prefiere quedarse en Siria porque quedarse significa mayores posibilidades de regresar a casa.
A Um Abdul Rahman, 49 años, madre de siete hijos, sus hijos la persuadieron de quedarse porque no querían perder su dignidad y vivir como refugiados en otro país.
Mahmoud, 34 años, casado y padre de cuatro hijos, asegura que sus hijos han vuelto a ir a la escuela. Quiere que se eduquen porque eso garantiza un buen futuro. Quisiera aprovechar sus propias calificaciones, un grado en ingeniería civil, pero eso significaría ir a Turquía. No pudo ignorar su conciencia y dejar a sus compatriotas, así que decidió quedarse en Siria, y dejó el refugio en Turquía como la última opción, cuando todas las demás esperanzas se hubieran perdido.
Las poblaciones desplazadas de Guta a menudo de reúnen a discutir sus opciones. Consultan con amigos y familia porque no quieren que sus hijos crezcan lejos de casa; tampoco quieren que crezcan en un lugar asolado por la guerra. Quieren que olviden el dolor y el sufrimiento y volver a empezar, pero al mismo tiempo, no quieren salir de su país tras haber sobrevivido siete años de infierno.
Buscar refugio más allá de la frontera
Para muchos, buscar refugio en Turquía u otras partes de la Unión Europea es una decisión necesaria, pues ya no pueden tolerar vivir en una zona de guerra. Quieren escapar de asedios que les consumen la vida y tener una vida normal.
Moa'yad, 24 años, quiere volver a escuchar el canto de los pájaros, quiere escuchar música y los ruidos de sus vecinos. Dice que ya no soporta el sonido de una sola bomba —ni siquiera de un disparo.
Rahaf, 21 años, quiere huir de las bombas, el miedo y la inútil expectativa de conferencias de paz que no llevan a nada. Quiere escapar de caudillos que negocian con la vida de las personas. Dice que no puede soportar la idea de vivir bajo otro posible asedio ahora que logró salir de Guta.
Moa'yad teme instalarse en el norte porque no está seguro de qué les espera a Idlib — su futuro podría ser peor que el panorama de Guta oriental. Quiere ir a Turquía y vivir con su hermano y trabajar con él en una fábrica textil hasta que aprenda turco y vuelva a estudiar.
Quedarse en Siria tampoco es una opción para Imad, de 22 años.
No quiere vivir en un lugar donde la posibilidad de bombardeos siempre acecha —de los rusos o los iraníes de un lado, o el gobierno injusto de diversas facciones por el otro. Imad también se da cuenta de que es imposible terminar sus estudios en el norte por la inestabilidad y el hecho de que sus títulos no se reconocen fuera del norte de Siria. Para él, Turquía es la mejor opción.
Los habitantes de Guta oriental contemplan su incierto futuro con temor mientras miles de preguntas surgen en su cabeza. De todas maneras, muchos no pueden encontrar una sola respuesta útil, pues ir a casa a Guta oriental no es opción —al menos, no todavía.