Desafiando las probabilidades como mujer empresaria en Afganistán

Shukria Attaye, empresaria afgana de 50 años. Foto de Ezzatullah Mehrdad.

Cuando el sol se pone en el inhóspito oeste de la capital afgana, Kabul, dos hermanos con la ropa embarrada mezclan y aporrean forraje antes de la llegada de un nuevo grupo de vacas lecheras.

La menor es Shukria Attaye, de 50 años. El hermano es Mohammad Ali, de 55 años. Algo inusual en una tierra donde los roles de género están estrictamente definidos y la antigüedad se respeta, es Mohammad Ali quien aparece en la nómina de su hermana Shukria Attaye.

“Estoy orgulloso de mi hermana”, dice Mohammad Ali, cuyo sueldo en la empresa familia es de unos 200 dólares al mes.

“Al principio no pensaba que le iba a ir tan bien. Pensaba que solamente se iba a ganar la vida, nada más”.

Shukria, que es analfabeta, es jefa de otros tres hombres que trabajan con ella. Obtuvo su posición al mando de la familia de la manera más dura, después de que las heridas que su esposo sufrió a manos del Taliban lo dejaron incapacitado para trabajar.

Aunque la familia de Shukria no es empobrecida, tampoco es una familia acomodada. Empezó con la granja de lácteos hace cinco años con menos de 40 000 afghanis (700 dólares). Ahora tiene planes de invertir en una planta procesadora de lácteos.

“No quería ver a mis hijos trabajando en la calle”, dice Shukria para describir su motivación. “Mi coraje, entusiasmo y confianza me hicieron seguir adelante trabajando”.

Shukria Attaye en el terreno que arrendó por un pago anual de mil dólares. Foto de Ezzatullah Mehrdad.

Las cualidadades de liderazgo de Shukria se formaron en condiciones adversas. Su familia fue una de muchas que huyeron del país a Irán en el periodo que siguió a la invasión soviética de 1979. Ahí asumió un destacado rol en una consejo de mujeres que cooperaba con Naciones Unidas en asuntos de refugiados.

En 1996, cuando las luchas internas finalmente se redujeron y el Talibán puso al país bajo su control, Naciones Unidas la invitó a regresar a Afganistán y trabajar en la oficina de la organización en la ciudad de Herat, al oeste del país.

Pero al poco tiempo de regresar, el Talibán arrestó a su esposo sin explicación y lo torturó tanto que quedó con el corazón afectado y otros males por el resto de su vida, dice Shukria.

Llegar a fin de mes

La familia se mudó a Kabul y Shukria Attaye abrió una panadería. Sus suegros habían roto sus vínculos con ellos por temor a que con su esposo incapacitado la familia les pediría ayuda financuera. Pero la panadería fue un éxito, y luego Shukria empezó a comercializar autos y terrenos.

Pero cuando el corazón de su esposo se agotó –murió en 2016– lo mismo ocurrió con los ahorros de la familia.

Tras varias visitas a la vecina India en busca de tratamiento médico “ya no me quedaba dinero en los bolsillos”, recuerda.

Shukria mostró a Global Voices un pagaré que mostraba que había pedido prestado dinero para su viaje de regreso de India en 2013. 

Fue más o menos en esos tiempos que Shukria decidió iniciar el negocio de los lácteos. Un conocido le prestó dinero y compró una vaca lechera por 700 dólares. Tras vender la vaca con una ganancia. compró otras más. Ahora tiene 25.

Shukria Attaye se encarga de sus vacas lecheras. Foto de Ezzatullah Mehrdad.

Ayudar a otras mujeres

En Afganistán, se estigmatiza a las mujeres que trabajan en muchas esferas. Laila Haidari, que administra Campo Madre, internacionalmente destacado programa de rehabilitación de drogas, dice que numerosos clérigos locales la acusaron de ser prostituta.

Para fundar el campo, Haidari estableció un restaurante en 2013. Pero para muchos clientes, la idea de un restaurante administrado por una mujer no tenía sentido. A menudo pedían servicios sexuales además de comida y bebida, dice.

Haidari ha usado su puesto como empresaria y sus influencias para ayudar a otras mujeres, y brinda apoyo financiero a cerca de 35 muchachas y mujeres para que asistan a la secundaria y la universidad.

“Fortalecer a la mujer afgana no es un proyecto estadounidense”, dijo a Global Voices en referencia a una crítica frecuente a iniciativas como la suya. “Se trata de encontrar un proposito y el coraje para que crean en ellas”.

Shukria Attaye también se ha inspirado en ayudar a otras en años recientes. Actualmente, acoge a dos mujeres, una divorciada y la otra viuda.

“A medida que expanda la granja de lácteos acogeré a más mujeres que lo necesiten”, dijo Shukria a Global Voices.

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