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Dificultades de mapear acoso callejero en Sri Lanka entorpecen recopilación de datos

Categorías: Sri Lanka, Derecho, Derechos humanos, Medios ciudadanos, Mujer y género, Protesta
[1]

Imagen de Groundviews.

Este artículo de Raisa Wickrematunge [1] apareció originalmente en Groundviews, galardonado sitio web de periodismo ciudadano de Sri Lanka. Acá se reproduce una versión editada dentro de un acuerdo de compartir contenido con Global Voices.

En reconocimiento al Día Internacional de la Mujer de 2016 [2], Groundviews, iniciativa de medios cívicos, mapeó [3] incidentes de acoso callejero en Sri Lanka, ninguno de los cuales ha sido denunciado ante la policía. Las personas que contribuyeron con sus historias a elaborar este mapa relataron experiencias que seguían siendo dolorosas o terroríficas incluso años después.

En el Día Internacional de la Mujer de 2019 [4], Groundviews intentó determinar cuánta disparidad existe entre las experiencias reales de acoso callejero de las mujeres y las estadísticas policiales. Mientras el Resumen de Delitos Graves [5] disponible en el sitio web de la policía de Sri Lanka [6] muestra estadísticas de violaciones, estupro y abusos sexuales, no identifica específicamente el acoso callejero. Con el fin de averiguar qué estadísticas existían sobre este problema, Groundviews envió solicitudes de información a la central de policía de Sri Lanka y a su división de policía turística. Groundviews sospechaba que la policía no elaboraba estadísticas sobre acoso callejero, lo que resultó ser cierto en parte.

El mapa siguiente (pulse aquí [7] para verlo mejor) refleja las estadísticas policiales existentes sobre abusos sexuales: en 2018 se denunciaron 2312 incidentes de este tipo, 17 procedían de turistas.

Tanto la Policía Turística como la Oficina de Prevención de Abusos a Mujeres y Niños [8] pidieron que Groundviews inspeccionara los registros policiales. Proporcionar la información sería logísticamente imposible, ya que los funcionarios encargados en ambas unidades tendrían que revisar un año entero de informes escritos a mano. Su labor hubiera sido más sencilla y rápida si los registros hubieran estado digitalizados, pero parecía que la única concesión al siglo XXI era el propio resumen, aunque la búsqueda en su formato PDF no era fácil, y no definía con precisión las distintas categorías (por ejemplo, qué se considera abuso sexual).

Los datos también se compilaron de forma distinta en cada división. La Oficina de Mujeres y Niños no pudo proporcionar estadística alguna de acoso callejero. En sus datos, estaban incluidos en una categoría mayor de abuso sexual. La Central de Policía tenía un volumen distinto en el que se registraban el número total de casos de abuso sexual denunciados en 2018, y eso fue lo que recibió Groundviews, aunque el oficial a cargo señaló que no era posible obtener detalles de cada incidente denunciado.

Por otro lado, la Policía Turística llevaba sus propios registros, lo que les permitía proporcionar un desglose detallado incidente a incidente de los casos de acoso callejero, exhibicionismo, abuso sexual y violación. El funcionario a cargo señaló que los turistas no denuncia, acoso, había muchas más denuncias por robo.

Aún así, las investigaciones muestran que el acoso callejero es habitual, y no se limita a los turistas. Un estudio del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) de 2015 descubrió [9] que el 90 % de las mujeres sondeadas había sufrido acoso callejero cuando utilizaban transportes públicos [3]. De esos incidentes, el 74% % fue de naturaleza física, con tocamientos no deseados.

Para complicar el problema, las víctimas que se deciden a denunciar ante la policía o a hablar abiertamente del acoso callejero suelen ser blanco de críticas, sobre todo en internet [10]. La ejecutiva Malki Opatha tuiteó [11] su propia experiencia en este tipo de acoso, y muchas respuestas que recibió culparon a la víctima: numerosos tuiteros le preguntaban por qué había elegido sentarse cerca de la ventana en el autobús, otros le decían que debería haberle gritado al perpetrador.

Me acosaron cuando volvía a casa.

Me levanté de mi asiento en la ventana. ¡Quería gritar, quería aullar!

No pude gritar, no pude aullar, estaba traumatizada y mi voz no salía.

¡El acosador se salió con la suya!

Ya han pasado dos días y aún me atormenta. ?

Como respuesta, Malki rodó un video [15] en el que explicaba por qué no había reaccionado contra la persona que la acosó: «No reaccionamos porque no estamos preparadas. Aunque seamos conscientes del acoso en el transporte público, no sabemos cómo reaccionar. Nos quedamos paralizadas. Nuestro cuerpo se bloquea. Aunque queramos gritar, a veces no podemos».

A pesar de esos testimonios tan categóricos, una reciente campaña de FPNU [16] contra el acoso callejero, que coincidió con la campaña internacional 16 días de activismo contra la violencia de género [17], recibió muchos comentarios que culpaban a las mujeres que se habían atrevido a contar sus historias, y las acusaban de buscar atención.

Un comentario decía: «Con tu maquillaje, te podría haber confundido. No me gustan las mujeres demasiado maquilladas. Y otra cosa, ¿por qué te iban a acosar a ti? ¿Eras la única chica del autobús?».

«Solo pidió su teléfono», se leía en otro. «No sabe con qué intención. Yo creo que podía ser porque confiaba en ella, quería que fueran amigos. Pensemos positivamente… ¿Pedirle el teléfono a una chica también es acoso sexual?».

A juzgar por los comentarios, mucho hombres jóvenes que siguieron el hilo no consideran que el acoso callejero sea un problema grave. Tampoco la policía, aparentemente. Aunque la intención de Groundviews era mapear el acoso callejero de forma similar a su pryecto de 2016, esta vez no fue posible por razones ajenas a la recopilación de datos.

En debates con grupos de referencia [18] dentro de una investigación sobre violencia tecnológica [19] que Groundviews llevaba a cabo, se supo que el sistema de la policía y de su Departamento de Investigación Criminal [20] causan a menudo nuevos traumas a las víctimas que intentan recibir alguna reparación. No es inconcebible [21] que se pueda aplicar lo mismo a la violencia que ocurre en la vida real.

Por el momento, las personas que presentan denuncias ─incluyendo acusaciones de abusos sexuales y violencia─ se encuentran con un sistema [22] para informar de estos delitos que no está diseñado para sus necesidades, tampoco las responde. Los programas para la sensibilización de género actualmente en marcha, la educación escolar sobre relaciones y sexualidad y la digitalización de los registros policiales serían un buen comienzo para la solución de esas carencias.