La prohibición del niqab en Sri Lanka y la política de la distracción

«Zorro invertido». Foto de Henrik Dacquin vía Flickr(CC BY 2.0).

Este artículo de Shaahima Raashid apareció originalmente en Groundviews, galardonado sitio web de periodismo ciudadano en Sri Lanka. Esta es una versión editada que se publica en Global Voices como parte de un acuerdo para compartir contenido.

A finales de abril, Sri Lanka se unió a la lista de otros 13 países en todo el mundo que han aprobado legislación que prohíbe el niqab o velo facial.

En medio de enfurecidos murmullos de algunos parlamentarios, y luego de una discusión con el principal ente teológico islámico del país, el Ceylon Jamiyyathul Ulama (ACJU), la Presidencia del país anunció que ‘se prohíbe todo artículo o prenda que impida la identificación del rostro de una persona’. Sri Lanka ha estado sujeta a regulaciones de emergencia tras los ataques del domingo de Pascua en los que murieron más de 250 personas. La prohibición seguirá hasta que se levanten las regulaciones de emergencia.

Desde que se determinó que los hombres detrás de la masacre en Sri Lanka son miembros del grupo militante ISIS, las musulmanas —por alguna razón inexplicable— han llevado la peor parte. Los usuales alarmistas dieron seguimiento a casos de musulmanas con pañuelos de cabeza a quienes se negó la entrada en varios supermercados y destacados establecimientos, y también volvieron a circular infografías que ‘educaban’ al público sobre las diferencias entre burqa, hijab y chador.

Es una victoria para las voces contra los musulmanes y también para muchos en la comunidad musulmana que supuestamente buscan separarse de una forma anticuada de Islam —que sostienen que no es inherente a la identidad musulmana esrilanquesa. Esta una visión que descarta la noción de que toda identidad religiosa o étnica es fluida y sujeta a constante evolución.

Sin embargo, el principal beneficiado es el actual sistema político, cuyos miembros probablemente deben de estar celebrando como resultado de esta maniobra simbólica instintiva política por supuestamente haber logrado aplacar al público y calmado sus temores de terrorismo de cosecha propia. Es una medida que desborda hipocresía, pues subliminalmente ‘hace externo’ a un segmento ya marginado de una comunidad minoritaria al mismo tiempo que el Gobierno está anunciando públicamente paz y coexistencia en esta época de crisis.

Lo que es más insultante a la inteligencia de nuestra sociedad es que, en medio de todo ese clamor, pocos hayan cuestionado la real relevancia de esta nueva prohibición para el estado real de los asuntos de seguridad del país.

El informe de ningún testigo ni ningún material de circuito cerrado de televisión mostraron que algún bombardero suicida de los ataques coordinados en el país ese día estuviera usando niqab/burqa/chador al momento de imponer su terror. En realidad, llevaban ropa masculina y sus rostros estaban completamente expuestos. También podría ser útil agregar que tampoco llevaban ropa tradicional masculina musulmana.

Entonces, ¿cómo la musulmana a la que empujaron debajo de un bus es el signo más identificable de radicalismo?

Es obvio que el Gobierno se vio obligado a aprobar esta legislación, igual que tener a ACJU apoyando esta medida. Mientras todas las comunidades solamente tienen elogios por el trabajo excepcional de las fuerzas de seguridad que rastrearon a los atacantes al cabo de horas, la dirigencia electa del país estaba en gran necesidad de una victoria luego de lo que muchos expertos sostienen que es un fallo masivo de inteligencia, equivocación que incluye la identificación errada de un sospechoso de terrorismo e incompetencia en el manejo de los acontecimientos. Se necesitaba desesperadamente una distracción, así que había que hacer algo —y resultó que las musulmanas que usan niqab fueron el chivo expiatorio más fácil.

Para un extranjero que no conoce el simbolismo religioso musulmán, la prohibición al velo puede resultar ajena, hasta desconcertante. Y mientras nuestro primer instinto es ‘hacer ajenas’ a esas mujeres en un intento de lidiar con la incomodidad de enfrentar lo desconocido, una mujer en la calle con un niqab ciertamente no es —tanto como se puede recordar— una rareza que haya obligado a nadie a detenerse y recitar sus ritos finales.

La creencia equivocada de que el velo es símbolo de extremismo no se basa en investigación empírica. Si se realizaran estudios, los resultados mostrarían que las musulmanas en general —y más las que se cubren el rostro— casi no han tenido asociación, si es que la han tenido, con actos terroristas cometidos en los países que han prohibido los velos para la cara.

Al contrario, hay una clara relación probada entre ataques terroristas y aumentos en incidentes de islamofobia, en los que una desproporcionada mayoría de víctimas son mujeres. Hasta nos atrevemos a inferir que ser visiblemente musulmán implica mayor riesgo que para quienes están alrededor.

La prohibición al niqab se ha puesto en vigencia como medida de seguridad, dicen –medida contra cualquier indicio de radicalización que aparentemente impedirá futuros actos de terror en el país. Pero perpetuar esta hegemonía ideológica no hace un favor a las musulmanas. Si acaso, la prohibición es totalmente contraproducente pues aísla a un segmento ya marginado de una comunidad minoritaria –una porción de ese 10 % que es la población musulmana del país.

Si, como se cree, ya se está persiguiendo a las musulmanas, la prohibición solamente servirá para confinarlas más en sus casas, bajo el control de los hombres acusados de regir sus vidas, y para desconectarlas de la capacidad de asimilarse con el resto de la sociedad. Más preocupante aún es el hecho de que hay estudios que vinculan vivir en ambientes agresivamente vigilados sobre la base de creencia con radicalización.

Dejando a un lado lo absurdo de esta disparidad entre los ataques y la prohibición del niqab, en sí misma puede ser un grito de guerra para las feministas seglares que defienden los derechos básicos a las libertades civiles de una sociedad liberal. En este momento, ¿dónde están los defensores y embajadores tan empapados de este ‘complejo del salvador de musulmanas'? A un segmento de musulmanas se le ha prohibido usar lo que ellas sienten representa su identidad esrilanquesa musulmana. No se les consultó antes de aprobar la legislación, ni se les dio la oportunidad de mostrar su voluntad de cooperar en casos en que se necesitaba identificación.

Ridículamente, los discursos en torno a las musulmanas se lanzan según la conveniencia de los tiempos. En tiempos de paz, esas mujeres están oprimidas y subordinadas a caprichos y modas patriarcales, mientras tras un ataque terrorista son hostiles y amenazantes, capaces de idear toda clase de maldades. Son víctimas de la violencia, o son quienes la cometen.

Esta antigua preocupación del atuendo de las musulmanas en realidad es una total combinación de conservadurismo con extremismo. Si se sostiene que una ropa tiene la respuesta para combatir una severa amenaza global, se está trivializando el problema mayor. Si hubiera una correlación directa entre ataques y personas con velo, la legislación que prohíbe cubrirse el rostro en público estaría totalmente justificada. Pero no hay correlación.

No se debería culpar a las musulmanas por las grietas en la armadura del Estado. Al no poder responder las preguntas difíciles de responsabilidad, al no poder reaccionar con inteligencia y ante la falta de buena gobernabilidad en general, los que están al mando deberían dejarlas tranquilas y más bien evaluar cubrir sus propios rostros.

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