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Buscar trabajo en empobrecido Madagascar: «Si no sobornas a nadie, no tienes ninguna oportunidad»

Categorías: Madagascar, Medios ciudadanos, Trabajo
Leerlingen van een Don Boscoschool in Mahajanga.

Estudiantes de la escuela Don Bosco en Mahajanga. © Jago Kosolosky.

Este artículo de Jago Kosolosky [1] apareció originalmente en el sitio web de la revista Trends [2] y se reproduce en Global Voices con autorización del autor.

Madagascar es uno de los países más pobres del mundo, aunque la «isla roja» de la costa sudeste de África nos hace soñar con su hermosa flora y fauna. ¿Cómo hace un joven para buscar trabajo en esta excolonia francesa?

Op zoek naar werk in een van de armste landen ter wereld: 'Als je niemand omkoopt, maak je weinig kans'

Alumno de escuela de Don Bosco en Mahajanga hace el habitual saludo matutino a la bandera. © Jago Kosolosky

Según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2015, más del 85 % de la población activa de Madagascar trabajaba. Pero estas cifras son engañosas, dice Dera Hervé Razanakoto: «La definición que usan hace que sea muy difícil ser considerado desempleado».

Dera dirige una plataforma que reúne centros de formación profesional públicos y privados de Madagascar. Más del 80 % de las personas que trabajan según la OIT no pertenecen a esa categoría. Estas personas trabajan en el sector informal, sus condiciones de trabajo son deficientes e inseguras, la remuneración es mala. Las mujeres se ven más afectadas que los hombres. Según Dera, el mayor desafío que enfrenta el país es lograr que los jóvenes encuentren trabajo decente.

Pero Dera es optimista. En 2014, se aprobó una ley de educación profesional ya vigente, dice. La ley destaca las asociaciones público-privadas. Además, la plataforma de Dera tiene un importante rol y mantiene estrecho contacto con el Gobierno.

«Todavía espero tener éxito en la vida»

Pierre Aimé Rasolomampionona tiene 31 años y todavía no ha podido encontrar trabajo fijo. Vive con su tía Marie Agnès Raharisoa en Mahajanga, ciudad costera del norte de Madagascar.

Pierre con su tía.

Pierre con su tía. © Bram Reekmans

Pierre no está en las cifras oficiales de desempleo. Actualmente, asiste a un curso de cocina a tiempo parcial en la escuela local Don Bosco, una de muchas escuelas de formación profesional privadas que reciben apoyo financiero de VIA Don Bosco, ONG belga que se dedica a mejorar la calidad de la formación profesional, gestionar las escuelas y orientar a los exalumnos en el mercado laboral. En 2017, VIA Don Bosco invirtió cerca de 500 000 dólares en proyectos en el país, tanto del Gobierno belga como recursos propios a través de donaciones y legados. El Gobierno malgache no financia estas escuelas, por lo que el apoyo es muy necesario.

Según la tía de Pierre, exprofesora de francés, su francés no es muy bueno y por eso perdió su trabajo. Ahora tiene 66 años y aún era una escolar en 1960 cuando Madagascar se independizó de Francia en un proceso relativamente pacífico. Dice que los jóvenes no se distinguen en idiomas. Se avergüenza y desvía la mirada cuando el tímido Pierre no logra responder preguntas en francés y opta por su dialecto malgache.

«Todavía espero tener éxito en la vida, a pesar de todos los contratiempos», dice. Pierre habla de su pasado. Creció en el campo de Madagascar, en el monte, y un día decidió partir con un primo en busca de una vida mejor al lado de su tía Marie Agnès, que aloja a una docena de jóvenes. Todos viven en la casa y en una tienda de campaña en el jardín. Ella enseñaba francés e inglés gratuitamente a los jóvenes locales con su marido, ya fallecido.

Marie Agnès intenta explicarnos cómo es la vida en el monte cuando preguntamos por qué Pierre no conoció a su padre: `Cuando una chica de 16 años camina sola por el campo, un año después viene un bebé, así son las cosas ahí’.

¿Qué hace que encontrar trabajo sea tan difícil? Si no sobornas a nadie, no tendrás ninguna oportunidad», dice la tía de Pierre. Así son las cosas aquí. Pierre puede trabajar duro y es competente, dice su tía. Lo admiro», añade, y deja en claro que le atraen especialmente los dones intelectuales de su sobrino.

Pierre quiere encontrar trabajo y asentarse. Está enamorado, pero la muchacha aún vive con sus padres. Dice que le encantaría convertirse en chef, casarse y tener hijos. «Quiero vivir mi propia vida».

Een straatbeeld in Mahajanga.

Escena en una calle de Mahajanga. © Jago Kosolosky

‘Escuchábamos a los japoneses, ahora escuchamos a los chinos’

El salario mínimo por hora en Madagascar –para quienes tienen la suerte de ganarlo– es de 767.4 ariares y 674.6 ariares en el sector agrícola, lo que equivale a unos 20 céntimos de dólar. No sorprende que países como China e India hayan estado desarrollando actividades en Madagascar en los últimos años. Ciertamente, es más barato vivir en Madagascar, pero el costo de vida barato no compensa el salario mínimo inmensamente bajo, que además sólo reciben muy pocas personas.

La Sociedad Malgache de Pesca (Somapeche) en Mahajanga emplea a exalumnos de la escuela local Don Bosco. En la pesca industrial, se gana un promedio de 190 000 ariares al mes, menos de 50 euros, un poco más que sus compañeros sin diploma. Los exalumnos trabajan principalmente en los diez contenedores refrigerados que almacenan y conservan fría la captura, en su mayoría camarones, antes de su embarque.

«La mayoría de exalumnos no se quedan mucho tiempo», dice el señor Frank, responsable del personal de Somapeche durante ocho años. «No es lo ideal y el salario sigue siendo bajo, pero pueden demostrar su valía. Un trabajo aquí es el primer peldaño». Sonríe. Él y su asistente se defienden del calor de la oficina con un sistema de aire acondicionado móvil que funciona a plena potencia todo el día.

La gerencia de Somapeche es china, y cuando algunos miembros llegan en autos de lujo y se encuentran con nosotros, nos miran con sospecha e interés. Antes escuchábamos a los japoneses, pero ahora escuchamos a los chinos’, ríe el señor Frank algo tenso.

«Aunque no nos guste estar aquí, tenemos que quedarnos»

Las escuelas locales de Don Bosco están en todo Madagascar y ayudan a sus exalumnos a encontrar trabajo. En Ivato, cerca del mayor aeropuerto del país, hay una agencia nacional de empleo que trabaja con todas las escuelas locales del país y las contacta cuando hay vacantes.

Jean Rémi Telo Zarafidisoa, de 36 años, llegó a Burundi, donde trabajó dos años. Regresó en 2013 y encontró trabajo inmediatamente como profesor en una escuela de Don Bosco en Mahajanga, en la que estudió. Ahora tiene colegas que antes fueron sus maestros. ¿Por qué regresó de Burundi después de dos años? «Tenía un buen trabajo, éramos siete de Madagascar, seis exalumnos, y trabajábamos con máquinas. Pero cuando nos dijeron que íbamos a recibir 50 % menos de salario, decidí irme.

La red de escuelas Don Bosco hace mucho para proteger a sus exalumnos de estas prácticas, pero cuando están en el extranjero no pueden hacer nada. ¿Está Jean Rémi contento de haber vuelto a Madagascar? «Bueno, es nuestro país, y aunque no nos guste aquí, tenemos que quedarnos».

Jean Rémi Telo Zarafidisoa over Madagaskar: 'Zelfs als het ons hier niet bevalt, moeten we blijven.'

Jean Rémi Telo Zarafidisoa sobre Madagascar: ‘Aunque no nos guste estar aquí, tenemos que quedarnos». © Jago Kosolosky

La visita a Madagascar fue posible gracias a VIA Don Bosco [3], ONG belga que apoya proyectos en el país para orientar a jóvenes desfavorecidos, ayudarlos a tener un trabajo decente y una vida mejor.