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Continúa la guerra en Afganistán, costo de salud mental es cada vez mayor

Categorías: Asia Central y Cáucaso, Afganistán, Derechos humanos, Desastres, Guerra y conflicto, Medios ciudadanos, Política
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Un paciente encadenado en el santuario de Amyali, en las afueras de la ciudad de Jalalabad. Foto de Ezzatullah Mehrdad.

El santuario de Amyali, en los alrededores de la ciudad afgana de Jalalabad, es ante todo una parada para los peregrinos que buscan la bendición de Dios, pero también funciona como albergue temporal de enfermos mentales.

Los enfermos mentales, conocidos localmente como «hechizados», llegan enviados por sus familias para pasar periodos de 40 días en el embarrado patio del santuario, que cuenta con 10 habitaciones individuales. Un cuidador local los mantiene encadenados gran parte del día, y comen en el mismo sitio en el que permanecen durante horas. Su sustento diario consiste en un trozo de pan, un pimiento rojo y un vaso de agua.

«Alá es grande ─decía el animoso taxista local que me llevó a Amyali─. Después de 40 días en el santuario, los pacientes están curados».

Estas prácticas no solo son producto de la superstición. Las familias de pocos recursos se enfrentan a una enorme carga cuando tienen que ocuparse del cuidado de parientes mentalmente enfermos. Fuera de la capital ─donde, además, el cuidado de estos pacientes es deficiente─, los tratamientos psicológicos adecuados son sencillamente inexistentes.

«Si reciben un tratamiento apropiado, sus desórdenes pueden controlarse», insiste el doctor Jafar Ahmadi, psicólogo independiente de Kabul, convencido de que los centros como el santuario cercano a Jalalabad son elementos que refuerzan una cultura de negación de la salud mental.

Estrés postraumático y el inquietante panorama de salud mental en Afganistán

Según el Ministerio de Salud afgana, uno de cada dos afganos experimenta estrés debido a la guerra del país, mientras que miles sufren enfermedades diagnosticables, como trastorno de estrés postraumático (TEP), depresión, esquizofrenia, ansiedad extrema y trastorno bipolar.

Aunque algunos síndromes son hereditarios, los atareados médicos tienen claro que cuatro décadas de conflicto armado, ataques suicidas y bombardeos aéreos han transformado el panorama afgano de salud mental.

Según un reciente sondeo de Big Think [2], uno de cada cinco afganos sufre depresión, la cifra más alta del mundo. El último Índice Global de Felicidad [3] encargado por Naciones Unidas coloca a Afganistán en el tercer puesto de los países más infelices del mundo, solo superado por otras dos naciones desgarradas por la inseguridad y la violencia crónica: Sudán del Sur y República Centroafricana.

Ahmadi dice que «al menos una o dos personas ingresan cada noche en los hospitales de Kabul para iniciar su tratamiento y recuperarse de intentos de suicidio». El TEP es una de las principales causas de esas tendencias suicidas, añade.

El estigma social es otra barrera para acceder a un tratamiento psicológico.

Bashir Ahmad Sarwari, director del Departamento de Salud Mental y Abusos de Sustancias en el Ministerio de Salud Pública de Afganistán, se queja de que la incomprensión de la salud mental está presente en todos los niveles de un sistema que debería estar a la altura de este desafío nacional.

«La gente no sabe de enfermedades mentales, y da distintos nombres a los pacientes: idiotas, locos, estúpidos o hechizados», dijo a Global Voices.

«El estigma de la enfermedad mental está muy extendido, no solo entre los ciudadanos afganos comunes y corrientes, sino también entre médicos, personal sanitario, políticos y legisladores», sostiene Sarwari.

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Patio del santuario de Amyali, en los alrededores de la ciudad de Jalalabad. Foto de Ezzatullah Mehrdad.

Servicios insuficientes

El Gobierno de Afganistan afirma que en el país hay 2000 hospitales equipados para tratar pacientes con problemas mentales.

El Hospital de Recuperación de la Salud Mental y Adicciones de Kabul, centro especializado donde ingresan a diario entre cien y 150 nuevos pacientes de todo el país, está considerado como el mejor de estos hospitales.

Su director, Ahmad Khetab Kakar, dijo a Global Voices que el centro ofrece tres servicios esenciales de salud mental: hospitalización de pacientes con problemas mentales, tratamientos ambulatorios y servicios de prescripción, y terapias de electrochoque.

Aún así, los críticos afirman que incluso aquí, los parámetros profesionales están muy por debajo de los de otros países. Debido en parte a la abrumadora demanda, a menudo se da el alta a los pacientes demasiado rápido, tras prescribirles medicamentos psicotrópicos.

Un paciente llamado Faridon, de 40 años que vive en Baghlan y que consiguió permanecer en el hospital durante más de una semana, se quejó a Global Voices de lo difícil que resultaba persuadir a los médicos de la necesidad de una estancia más prolongada.

«Los doctores me querían enviar a casa ─dijo Faridon, reconociendo que sus problemas mentales se habían agravado por el uso de marihuana─. Les rogué que me tuvieran aquí más tiempo».

Cuando este autor vio el expediente médico de Faridon, estaba prácticamente en blanco, y el personal dijo que la información sobre su enfermedad estaba «en otra oficina».

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Terapia en el Centro de Rehabilitación del Hospital de Salud Mental y Adicción a las Drogas con cuatro pacientes. Foto de Ezzatullah Mehrdad.

El psicólogo independiente Ahmadi dice que la falta de una infraestructura de salud mental en Afganistán ha obligado a que muchos pacientes busquen tratamientos en los países vecinos, Pakistán e India, donde las instalaciones suelen ser mejores.

No obstante, a menudo tienen que regresar a Afganistán antes de completar el tratamiento por falta de dinero.

Mientras tanto, en Afganistán, Ahmadi advierte de que las «medicinas que toman los enfermos mentales pueden agravar sus dolencias» al no estar complementadas con una terapia adecuada.

«No podemos seguir tratando a personas mentalmente enfermas simplemente entregándoles un amuleto», dijo Ahmadi, refiriéndose a una práctica popular entre las personas religiosas más conservadoras.

«La terapia con pacientes es un proceso característico y debe estar en manos de profesionales».

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Faridon, de 40 años, escucha música sentado junto a otro paciente en una cama del Hospital de Salud Mental. Foto de Ezzatullah Mehrdad.