Una de las pocas certezas de este momento en Chile es que el pasado siempre nos alcanza

Protesta en Plaza Baquedano en Santiago, Chile en octubre 2019. Foto de Carlos Figueroa via Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)

En los convulsionados días que vive Chile en medio de protestas, incendios y saqueos, las redes sociales han jugado un rol muy activo en cuanto a la información de lo que está sucediendo en el momento y que los medios tradicionales no alcanzan a cubrir de forma inmediata. Sin embargo, muchas veces su aporte también ha sido un factor que genera traspiés en el avance hacia una solución definitiva del conflicto, al caer en el utilitarismo ideológico y su consecuente subjetividad que incluso ha derivado en desinformación.

Los “tiempos mejores”, frase que acuñó como slogan el presidente Sebastián Piñera durante su campaña presidencial y que lo llevó por segunda vez al Palacio de La Moneda, han estado lejos de cumplirse en el territorio que los mismos chilenos autodenominan para sí; la larga y angosta faja de tierra. Desde que comenzó su segundo periodo en la presidencia del país (el primero de 2010 a 2014), se avizoraba un panorama complicado para su mandato, una atmósfera densa y una incertidumbre sobre cómo podría frenar un eventual escenario adverso respecto a la imagen que tiene de él una gran parte de la ciudadanía, que lo ve como un ícono de la derecha chilena aliada a la dictadura de Pinochet, la que ejerció el poder por 17 años.

En medio de esta cadena de eventos que comenzaron con las evasiones masivas del pago del servicio de Metro en el país como protesta al alza del boleto, Twitter, Whatsapp, Instagram, entre otros, han contribuido tanto a ayudar a una comunicación fluída entre las personas que necesitan algún tipo de información de utilidad pública (líneas de buses y metro disponibles, farmacias y supermercados abiertos, desvíos de tránsito), como a crear un clima de extremismos radicales a base de informaciones ambiguas, no confirmadas por medios oficiales o hechos en que no queda claro la autoría adjudicada a ciertos grupos u organizaciones.

En este último punto es donde el dialéctico del bien y el mal logra su mayor apogeo en la alicaída Santiago de Chile, capital y epicentro de las manifestaciones y disturbios, así como las principales ciudades del país que se encuentran en estado de emergencia y bajo toque de queda.

Para el radicalismo de derecha, lo que está pasando en Chile es terrorismo en su máxima expresión, orquestado por agentes externos, en que algunos ven la mano oculta de Nicolás Maduro quien desde las sombras estaría alentado este tipo de manifestaciones con ayuda de partidos políticos allegados a su ideario bolivariano. De hecho, circula un video donde Maduro hace referencia al Foro de Sao Paulo, instancia en que algunos partidos de la izquierda chilena asistieron en julio de este año y en el que menciona que todo «está yendo conforme al plan». Esta teoría también encontró eco en la propia Organización de Estados Americanos (OEA), y en la esposa del presidente, Cecila Morel, quien envió un audio por WhatsApp que se filtró a todo Chile en que señalaba que hay intereses extranjeros que buscan desestabilizar al país, o incluso una invasión alienígena.

La otra cara de la moneda ha sido la evocación por parte de la izquierda más agresiva, de los años más oscuros de la dictadura militar y sus horrendos crímenes del pasado. Para ellos, la sola presencia del contingente militar es una vuelta a la triste remembranza de las violaciones a los derechos humanos. Cada pisada de los militares en las calles es una pisada hacia la dignidad y humanidad de los manifestantes, una represión per se del uniforme militar y para ello se han nutrido de diversos mensajes multimedia dando cuenta de misteriosas desapariciones de civiles y robos de parte de la policía. Es tanto el nivel de temor hacia la acción de las fuezas especiales que se ha llegado a propagar una información respecto a un centro de tortura montado en una de las princiales estaciones del metro de Santiago, la Estación Baquedano y que hasta hace muy poco, la Fiscalía ha desestimado tal denuncia.

Para ambas posturas radicalizadas, la verdad está solo del lado propio y las pruebas y evidencias de cualquier cosa contraria, son un montaje. Sin embargo, pese a que ambos bandos pretenden mostrar que son exclusivos y excluyentes, solo hay algo en donde confluyen y sin que ninguno lo pretenda: Las reminiscencias y evocaciones a los años 70′ y a los últimos días del gobierno de Salvador Allende.

Hay gritos y proclamas contra las fuerzas de orden y seguridad reutilizadas, que datan desde los tiempos de la Unidad Popular, la coalición política que gobernó Chile antes del golpe de estado. Hay una información difundida por redes que emulaba el paro de camiones de 1973. Esta vez los camioneros llamaban a huelga por el abuso en los precios de los peajes de las autopistas urbanas e interurbanas concesionadas. Fue tanto el revuelo causado que el presidente de la Confederación Nacional del Transporte de Carga, Sergio Pérez, tuvo que hacer una declaración pública en Twitter en que aclaró que se trataba de rumores infundados.

El bombardeo de La Moneda (palacio presidencial) el 11 de septiembre de 1973 durante el golde de estado. Imagen del sitio de la Biblioteca de Historia Política del Congreso Nacional Chileno via Wikimedia Commons (CC BY 3.0 cl)

El bombardeo de La Moneda (palacio presidencial) el 11 de septiembre de 1973 durante el golde de estado. Imagen del sitio de la Biblioteca de Historia Política del Congreso Nacional Chileno via Wikimedia Commons (CC BY 3.0 cl)

Sea como sea, una de las pocas certezas de este agitado momento en la historia de Chile, es que el pasado siempre nos alcanza. Y el final del sendero está recubierto de tinieblas que no dejan ver dónde pisar, para llegar hasta él.

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