«Piden mi matanza»: Ateos somalíes viven atemorizados

Joven lee el Corán en una mezquita en Mogadiscio, Somalia, durante el mes sagrado de Ramadán, 11 de julio de 2013. Fotografía de Unión Africana/Naciones Unidas de lyas A. Abukar, dominio público vía Flickr.

Hassan le tiene pavor al atardecer, pues las amenazas comienzan cuando el cielo oscurece en Nairobi, Kenia.

Salir de su casa le genera demasiado temor, pero sus martirizadores, principalmente sus vecinos, lo encuentran: aporrean las paredes y la puerta metálica de su habitación ubicada en un edificio de cinco niveles hecho de concreto. Hassan, refugiado somalí de 25 años, ha vivido solo unos cuantos meses en Nairobi, pero sus vecinos –que son musulmanes somalíes– descubrieron que abandonó el islam. Para algunos musulmanes muy devotos, ser ateo se castiga con la muerte.

“Mi vida ha sido un infierno. Difunden que abandoné la religión», Hassan, que utiliza un seudónimo por temor a las represalias, dijo a Global Voices. «Lo denuncié a la policía, pero no arrestaron a nadie».

A medida que el fundamentalismo religioso se intensifica en las comunidades somalíes, el país y el extranjero, algunos ateos somalíes experimentan hostigamiento y amenazas en línea y fuera de línea. La comunidad de ateos somalí se extiende por todo el mundo y muchos aún lo mantienen «en secreto», y ocultan sus creencias de sus familias, amigos y vecinos por temor a las repercusiones. Con seudónimos, muchos buscan consuelo a través de las comunidades en línea, como los grupos en Facebook, enlaces de Reddit y canales de YouTube.

Los problemas de Hassan comenzaron en Dadaab, el creciente campo de refugiados de Kenia donde creció. Experimentar la pobreza y vivir como refugiado durante su niñez le hicieron cuestionar la existencia de Dios en su adolescencia, dice. Cuando un primo descubrió que había abandonado la religión, algunos familiares se volvieron hostiles.

Los rumores de su ateísmo pronto se propagaron por toda su comunidad en Dadaab. Poco después, fue atacado cuando recogía agua de un grifo público. Sus agresores le golpearon con una piedra en la parte posterior de la cabeza, y lo dejaron inconsciente y con un brazo roto.

Para verificar la historia de Hassan, Global Voices vio una copia de su documento de identidad como refugiado y el informe médico y policial de su ataque, y una fotografía de sus lesiones.

“El fundamentalismo religioso está empeorando en los campamentos. La situación es muy grave», expresa Hassan. «A la comunidad parece no importarle lo que está ocurriendo, pues la mayoría son musulmanes. Y disfrutan revelar los secretos de las personas».

Hassan logró escapar de Dadaab a través de una beca que obtuvo para estudiar una licenciatura en la Universidad de Nairobi. Lamentablemente, el hostigamiento y las amenazas de muerte lo siguieron a la ciudad. En las comunidades estrechamente unidas de los somalíes que viven fuera del país, los lugareños pronto se enteraron de su ateísmo.

Dadaab es el mayor complejo de refugiados del mundo. Los refugiados somalíes llegaron lugar en 1991. Los que critican su religión enfrentan hostigamiento focalizado. Fotografía de la Unión Europea, 22 de enero de 2016, vía Flickr (CC BY 2.0).

Se estima que existen 1,2 millones de ateos somalíes que se mantienen activos en los medios sociales, indica Halima Salat, fundadora de Voces Somalíes Exmusulmanas, plataforma en línea que tiene presencia en YouTube y Facebook.

“No obstante, hay troles que se infiltran en los espacios seguros de internet para intentar ‘exponer’ a los ateos, [que] por lo general utilizan seudónimos. Los musulmanes fundamentalistas somalíes controlan la comunidad en línea», afirma Salat, que vive en Europa Occidental. «Los somalíes, donde sea que se encuentren en el mundo, siempre están cuidándose las espaldas».

Hassan ha experimentado esto. Su información, como su número telefónico, ha sido publicada en páginas de Facebook, junto con el clamor de su asesinato.

Los jóvenes musulmanes somalíes que viven fuera de África Oriental también temen que sus familias los ingresen a las celdas dhaqan –término en somalí que significa «regreso a la cultura»– si los descubren. Normalmente, sus padres los envían a Somalia con el pretexto de visitar a sus familiares durante las vacaciones. Pero una vez que llegan al lugar descubren que ya no pueden marcharse, algunos los envían a instituciones cuyo objetivo es «rehabilitarlos» en las formas de vida más tradicionales, Salat afirma.

“Algunos los sacan a la fuerza de la cultura occidental y los obligan a vivir como somalíes [en Somalia]. Las celdas dhaqan pueden significar una terapia de conversión homosexual, mutilación genital femenina, matrimonio forzado o recibir enseñanzas islámicas estrictas», Salat indica. «A menudo, sufren de abuso físico y les confiscan sus teléfonos o cualquier otro medio de comunicación».

Salat menciona que las experiencias que viven los somalíes que abandonan el islam son particularmente brutales. Las generaciones mayores se oponen a ver que los somalíes más jóvenes sean más liberales. Muchos somalíes viven fuera del país, y muchos sufrieron el trauma de escapar del conflicto. El islam está entrelazado con la identidad nacional somalí, por lo que los ancianos luchan por proteger esta identidad, añade:

Their message is: ‘Don’t be Westernized.’ Many of the younger generations have decided they want to lead a less devout life, such as young women not wanting to cover up. Their communities look upon this as betrayal.

Su mensaje es: ‘no sean como los occidentales’. Muchos en las generaciones más jóvenes han decidido que quieren tener una vida menos devota, como las jóvenes que no desean cubrirse. Sus comunidades consideran esto como una traición.

Antes de que estallara la guerra civil a principios de la década de 1990, Somalia era mayormente laica el régimen del presidente Siad Barre, indica Salat. Debido a esto, una creencia popular entre los somalíes es que la falta de Dios causó la guerra. Las generaciones mayores intentaron acercarse más a Dios y, es difícil alejarse de las enseñanzas que te impartieron, afirma Nuriya Benson, modelo somalí-australiana que vive en Sídney y es presentadora del podcast «Waaq Nation», que vive públicamente como atea.

Los somalíes que se convirtieron en refugiados debido a la constante guerra civil también son vulnerables a versiones más extremas del islamismo que difunden algunas instituciones benéficas relacionadas con las enseñanzas radicales del wahabismo y el salafismo.

“Los somalíes eran más liberales antes de la guerra. Luego, cayeron bajo la influencia de comunidades islámicas más establecidas», Benson dijo a Global Voices.

Soldados frente a la mezquita ubicada en el terreno de la Universidad de Kismayo, en la ciudad portuaria de Kismayo, sur de Somalia, 7 de octubre de 2012. Cuando la guerra civil se intensificó en Somalia, el fundamentalismo religioso también aumentó, según algunos ateos somalíes que viven fuera del país. Fotografía de Stuart Price vía Unión Africana / Naciones Unidas, dominio público vía Flickr (CC BY-ND 2.0).

En Europa, Norteamérica y Australasia, las mujeres soportan lo peor de las amenazas e intimidación por no ser creyentes.

“Avergüenzan a las mujeres como si fueran prostitutas. Recibo amenazas de violación [en línea]. Me consideran como propiedad del islam. Recibo amenazas de somalíes que se encuentran en todas partes del mundo. La cultura de la decencia da como resultado la cultura de violación; me enseñaron que si no uso un hiyab soy responsable de mi propia violación», afirma.

De acuerdo con la experiencia de Benson, las personas de culturas no musulmanas, como las feministas blancsa, también han contribuido a erradicar la conversación sobre los problemas que las mujeres exmusulmanas enfrentan, haciéndolas sentir excluidas de los movimientos que abogan por los derechos de la mujer.

“No entiendo por qué los occidentales no sienten afinidad por nosotros», afirma. «Las mujeres occidentales no soportarían que les dijeran qué deben vestir o que se cubran. Lo que está permitido para un grupo no está permitido para otro», indica.

Un ejemplo memorable de esto es el caso de Dorsa Derakhshani, gran maestra de ajedrez iraní, expulsada de su equipo por rehusarse a usar un hiyab en un torneo hace dos años. Las feministas occidentales en gran medida guardaron silencio con respecto al trato que recibió.

Las personas blancas, en línea y en persona, le dicen regularmente a Benson que ha traicionado a su cultura, afirma. Esto empeora la subyugación que enfrentan los exmusulmanes, por lo que estas conversaciones de por sí difíciles son casi imposibles de sostener.

“Es muy difícil para las víctimas de acoso hablar de esto con desconocidos. Además, existe una cultura de ‘nunca delatar’ entre los somalíes. La mayoría de chicos no quiere soportar esa carga», afirma Salat.

“Siempre que tomas la iniciativa de decirlo públicamente, hay reacciones violentas”.

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