Este ensayo, escrito por Temitayo Fagbule y publicado por primera vez en el Business Day, fue ligeramente editado y se reproduce aquí con autorización del autor. Revisa la cobertura especial de Global Voices del impacto global de COVID-19.
El 22 de marzo de 2018, se cumplieron dos años exactos desde que Bill Gates se puso de pie en el salón de banquetes al Aso Rock, sede del poder en Nigeria, con el presidente Muhammadu Buhari, los miembros del Consejo Ejecutivo Federal y otros funcionarios del Gobierno y les dijo que afrontaran los hechos: el potencial de Nigeria para convertirse en una potencia económica es tan fuerte como el nigeriano más enfermo.
El mes siguiente, Bill Gates fue el ponente invitado a una conferencia anual organizada por la Sociedad Médica de Massachusetts y por la revista científica New England Journal of Medicine. Dio una charla: «Las epidemias se hacen virales: Innovación contra naturaleza», en la que dijo que el mundo no estaba preparando para una pandemia porque la «infraestructura médica que tenemos para las situaciones de normalidad se desmoronaría muy rápidamente durante brotes importantes de enfermedades infecciosas. Esto es especialmente cierto en las naciones pobres».
Las naciones con escaso liderazgo son incluso más vulnerables.
Ambos hechos avanzan mientras la COVID-19 trastorna las vidas sociales y económicas, y Gobiernos y científicos enfrentan su impacto. Ningún país vio venir el nuevo coronavirus, aunque los expertos había avisado que era posible una pandemia desconocida de un virus.
Las torpes respuestas de las naciones y las organizaciones internacionales a la gripe porcina (N1N1) en 2009 y al ébola en 2014 mostraron lo poco preparados que estaban los sistemas de salud locales y globales. Durante 21 meses, el ébola se propagó rápidamente en África Occidental y cobró 11 315 de vidas. Las naciones que carecían de un liderazgo y de un sistema de salud fueron las más afectadas. Afortunadamente, Nigeria se salvó.
La salud nunca ha sido una preocupación de los gobiernos pasados y actuales. Nigeria es uno de los sitios más peligrosos para dar a luz, dijo Gates.
En Abuja, aquel jueves de marzo 2018, Gates dijo a los líderes nigerianos presentes que invirtieran en la salud y en la educación del mayor recurso del país: el capital humano. Avisó que sus elecciones podían hacer o deshacer la ambición de crecimiento.
Concretamente, Gates señaló que uno de los tres objetivos estratégicos del Plan de Recuperación Económica y Crecimiento, concebido para restablecer la economía nigeriana tras la recesión en 2016, fue incomparable con los proyectos que priorizó.
Gates les dijo que «no reflejan plenamente las necesidades de la gente, priorizan el capital físico sobre el humano». Puentes, carreteras y puertos son inútiles sin gente sana y calificada. Todos lo aplaudimos por hablar sin rodeos pero pronto lo olvidamos y seguimos adelante.
En su conferencia sobre epidemias, Gates contó a su audiencia el probable resultado de un escenario simulado de un brote de un virus de transmisión aérea originado en el sureste asiático. El modelo asumía que no había inmunidad, que los sistemas sanitarios estaban desprevenidos y que no había vacuna –33 millones de personas muertas en seis meses.
Inicialmente, Gates financió este estudio para ayudar su fundación a comprender mejor y hacer frente a la poliomielitis, pero lo aplicó para ver cómo una pandemia como la gripe española, la pandemia de 1915, se propagaría en nuestro tiempo; mostró cómo la enfermedad se podía propagar a todas las ciudades del mundo en apenas 60 días.
¿Por qué? Vivimos en tiempos globales y de gran movimiento. Hoy en día, nuestro mundo es el entorno perfecto para tal desastre. Somos testigos de cómo el violento ataque de la COVID-19 ha trastornado las vidas sociales y económicas. Y su liderazgo se manifiesta con diferentes matices.
Por ejemplo, Donald Trump, Justin Trudeau, Boris Johnson y Mohamed Ibn Zayed respectivamente jefes de Estado de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos, han aceptado la realidad y la comunicaron a sus ciudadanos en televisión y en las redes sociales. Ahora, Trump y Johnson dan diariamente conferencias de prensas sobre los contagios. Emmanuel Macron, presidente de Francia, dijo que su país está en guerra.
El presidente Buhari aún no se pronuncia. Sus portavoces han regañado a la Asamblea Nacional por atreverse a pedirle que se dirija al país.
En tiempos de incertidumbre, miedo y duda, en un país con una infraestructura sanitaria caótica en la que no confía ni el presidente ni su familia, en un tiempo donde el país está dividido por la desconfianza, el presidente prefirió ausentarse –quedarse sentado y que no lo cuenten.
También su predecesor, Goodluck Jonathan, demoró en tomar las riendas durante el brote de ébola.
Ambas respuestas frente a las crisis revelan el carácter único de la democracia en Nigeria. Aquí los gobiernos elegidos actúan según su propio interés, no según el de los electores. En los nigerianos se piensa al último, que no merece liderazgo en tiempos difíciles, ya sea una guerra contra Boko Haram, el grupo militante islámico, o una enfermedad mortal contagiosa.
Esta actitud socavará la capacidad de Nigeria para hacer frente al contagio de la COVID-19- que no es una crisis ordinaria.
El banco central de Estados Unidos está inyectando 850 000 millones de dolares a la economía para contrarrestar una recesión. En Nigeria, una misero fondo de 50 000 millones de nairas (unos 163 millones de dólares) –cantidad que las empresas petroleras independientes pueden soltar como una donación para el coronavirus– se anunció el 16 de marzo, antes de reformas más audaces de un billón de nairas (2700 millones de dólares estadounidenses) que se dieron a conocer dos días después.
Tiene importancia qué tan rápido y responsablemente responde un Gobierno.
Epidemiológos y científicos describen la velocidad con la que se difunde un virus con un índice R –cuanto más alto el índice, más rápido es el contagio. La COVID-19 se propaga de una persona a dos o tres, en promedio, lo que lo hace más contagioso que otros virus. También es más letal que el resfriado común. Las posibilidades de sobrevivencia dependen mucho de la calidad de la salud personal, además de la calidad del sistema de salud de una nación..
Más preocupante que la tasa de reproducción de una enfermedad infecciosa es la falta de preparación de los países en rápido proceso de urbanización con sistemas de atención de la salud deficientes, como Nigeria. Un país que destina poco o nada a la salud es un peligro para si mismo y para otros países.
Como COVID-19 ha mostrado, los virus pueden incluso eludir a los países con laboratorios modernos, equipos de pruebas y personal médico. Italia, con más de 3000 muertos, ha superado a China.
Las pandemias son más mortales que las guerras –se cree que las enfermedades infecciosas como la pandemia de gripe de 1918, que cobró la vida de mas de 50 millones de personas, causó más muertos que todas las guerras, enfermedades no infecciosas y desastres naturales juntos.
Las pandemias, uno de los más antiguos enemigos de la humanidad, son, a gran medida, predecibles porque ya pasaron y pasarán en la historia (ébola, zika, SARS, MERS). Sin embargo, el tiempo que se necesita para comprender un nuevo brote, cómo se propaga y las medidas necesarias para pararlo, tales como personal sanitario competente, sistema sanitario funcional y líderes de confianza son factores que determinan si los Gobiernos ganarán la lucha contra COVID-19.
No necesitábamos que Bill Gates nos recordara que el sistema primario de salud en Nigeria funcona mal y no tiene fondos suficientes. Ni necesitamos una amenaza existencial como el coronavirus para recordarnos las faltas de liderazgo y su república feudal de «sea como sea».
Miles de innecesarias y evitables muertes de niños al nacer y miles más, probablemente de COVID-19 este año, son dolorosos recordatorios de que la inversión en salud y educación es la mejor apuesta que puedan hacer los líderes de Nigeria si quieren alcanzar su potencial.