Este artículo de Shenali Pilapitiya se publicó originalmente en Groundviews, galardonado sitio web de periodismo ciudadano en Sri Lanka. Se publica una versión editada como parte de un acuerdo para compartir contenido con Global Voices.
Es fácil sentirse desconectados de los incidentes de maltrato policial en Estados Unidos y las guerras raciales en curso en todo el mundo que siguen marginando y despojando a las comunidades negras, cuando no logramos reconocer nuestra propia conexión con el problema en cuestión. La verdad es que, independientemente de donde haya esrilanqueses en el mundo —sea que vivan en el país o el extranjero—, los esrilanqueses son cómplices de sistemas de antinegritud. En tanto los legados coloniales sigan gobernando nuestra sensación de identidad, política y sociedad, y hasta que desenterremos prejuicios internalizados y sistemáticos contra las comunidades negras y nosotros, seguiremos siendo cómplices de la antinegritud.
Por qué la antinegritud es la esencia de la nuestra lucha racial
A la luz de los recientes acontecimientos de maltrato policial que tuvo como resultado la muerte de George Floyd —y los centenares de casos de los que no se sabe— surgió un clamor global contra la prevalencia de antinegritud.
En esencia, la antinegritud es la marginación sistémica y normalizada que menosprecia y socava a personas negras y a quienes están próximos a la negritud. Dentro de nuestras comunidades, se manifiesta por medio de racismo, colorismo y falsa lógica de superioridad y excepcionalismo asiático. El concepto surge a través del colonialismo, en que la antinegritud se usó para deshumanizar cuerpos negros y justificar así un orden sociopolítico supremacista. La antinegritud y el racismo son sistemas inseparables; es la lógica de la antinegritud la que aplica las hegemonías raciales en todo el mundo.
Reconocer sistemas de antinegritud es un paso fundamental hacia la solidaridad contra las instituciones supremacistas blancas que siguen afectando a las personas de color. Lo que es tan diferente del racismo es que se entrelaza fuertemente y es inseparable de la organización social, relaciones de clase y procesos de estratificación de la sociedad. Con el inicio del capitalismo moderno, que se funda a través de la antinegritud y comercio de esclavos transatlántico, surge un orden mundial basado en la explotación económica del hemisferio sur. No hay industria moderna, comercio mundial ni capitalismo —las mismas bases de Occidente como lo concebimos hoy— sin esclavitud ni imperialismo. Y por supuesto, la esclavitud y el imperialismo se materializado a través de creación perjudicial y devastadora de racismo, que siempre depende de la antinegritud.
El alcance del imperialismo y capitalismo modernos se extendió pronto del continente africano a nuestras costas con la llegada de la colonización. Fue la explotación económica de productos y trabajo esrilanqueses que dio auge a un próspero estado colonial. El gobierno colonial tuvo como resultado la estratificación social que privilegió a los angloparlantes y a quienes tenían ancestros europeos. Y generó una nación fragmentada, que polarizó nuestros grupos étnicos para evitar un frente unido que desafiaría al estado colonial. Hoy, la jerarquía racial se evidencia continuamente a través del monopolio global de comercio por países occidentales, la explotación de economías asiáticas y africanas a través de programas de ajustes estructurales, y acuerdos de comercio que a la larga perjudican a nuestra nación y otras en el hemisferio sur.
La lucha antirracista es, pues, la lucha colectiva del hemisferio sur, al cual pertenece Sri Lanka. Es el rechazo a la lógica colonial que perpetúa la negritud como inferior, y le niega humanidad y dignidad a las personas de color. Al ser cómplices en sistemas de antinegritud, estamos simplemente contribuyendo a una jerarquía racial sostenida que privilegia la supremacía blanca.
Formas de antinegritud entre esrilanqueses
Para impulsar el sistema antinegritud, otros grupos minoritarios han sido cooptados para promover una agenda de supremacía blanca. El Mito de la Minoría Modelo, como originaria en relación con la comunidad asiático-americana, caracteriza a los asiáticos como un monolito: pueblos educados, trabajadores y cumplidores de la ley que hay logrado mayores niveles de éxito que otras personas de color e inmigrantes, específicamente, negros. El resultado es una falsa narrativa de excepcionalismo asiático. El mito elogia falazmente a los asiáticos en servicio y en proximidad con la blancura, mientras borra narrativas de pobreza asiática, explotación y subordinación continuada a la clase gobernante blanca supremacista.
Para los esrilanqueses que viven en el extranjero, el Mito de la Minoría Modelo es fundamental para la experiencia del inmigrante. Es el condicionamiento social que nos lleva a creer que el trabajo duro y el cumplimiento nos recompensará y facilitará nuestra integración a la sociedad blanca. Y nos obliga a creer que de alguna manera somos un poco mejores que otros grupos minoritarios, sobre todo comunidades negras y latinas, porque acatamos el estado de las cosas. El trágico mito del triunfo de lo absurdo es que simplemente nos convertimos en peones de un juego racial diseñado para ratificar la supremacía blanca, y somos cómplices en la subyugación de otras minorías.
En el país, nuestros vestigios coloniales chocan con el Mito de la Minoría Modelo en la intersección de las instituciones y credibilidad blanca. Sus manifestaciones son numerosas: el prestigio y exclusividad de escuelas internacionales, la prevalencia de asesores extranjeros en nuestras instituciones gubernamentales, la fuga de cerebrosw de intelectuales esrilanqueses a Occidente, las principales escuelas misioneras que dictan mucho de nuestro condicionamiento social mucho después de la finalización de los exámenes de nivel A.
Un ejemplo común del Mito de la Minoría Modelo en casa es la presencia de empresas de ‘solamente extranjeros’ y ‘solamente turistas’. A pesar de las amenazas gubernamentales de cancelar la licencia de esas instituciones, estas empresas han prevalecido con los años debido a la dependencia económica en el patrocinio blanco, extranjero. Si eres esrilanqués que visita populares destinos turísticos como Ella o Mirissa, el concepto del servicio solamente para extranjeros no te es desconocido. Y, aunque restaurantes y empresas no afirman explícitamente que solamente atienden a extranjeros, la mentalidad de solamente extranjeros prevalece y estás seguro de no sentirte bienvenido en esos lugares. Por supuesto, la noción de que es favorable servir a un cliente blanco revela un racismo artero e internalizado, de que servir a personas de tu propio grupo racial y étnico es denigrante porque de alguna manera son «menos». En realidad, simplemente está contribuyendo al Mito de la Minoría Modelo, falacia encabezada por normas supremacista blanca que nos aplaude como excepcionales porque nos esforzamos para servirlos. Defendemos orgullosamente nuestra hospitalidad, pero esto rápidamente se convierte en indulgencia cuando nuestra empresa consiente en servir a clientes extranjeros. Somos cómplices en sistemas de son indulgentes y condescendientes con nosotros, y en internalizar una lógica que debemos ratificar y proveer a la supremacía blanca.
La minoría menos conocida de Sri Lanka son los cafres, grupo étnico de afroesrilanqueses que se originó del trabajo de esclavos que llevaron los portugueses a Sri Lanka. Ahora, los cafres enfrentan extinción cultural y lingüística, hay 500 o menos cafres que viven en la isla. Es imposible ignorar la antinegritud que ha contribuido a una falta de preservación y conciencia cultural de los pueblos cafres. Históricamente, los cafres han carecido de propiedad y han sido muy relegados a trabajar como jornaleros, que contribuyó a la falta de capital económico y de movilidad dentro de las comunidades cafres. Han enfrentado discriminación y aislamiento por sus rasgos físicos distintivos. Sus historias se enseñan en escuelas, y sus narrativas no se han incorporado a la perspectiva de comunidades de identidad esrilanquesa. El resultado es un descuido crónico de los pueblos cafres, que margina y aísla sus comunidades desde hace siglos. Sin duda, su negritud los ha relegado a una condición que de alguna manera es «menos» esrilanquesa, o se desvía de todo lo que implique ser esrilanqués en la comprensión convencional.
En todo Sri Lanka, el colorismo no es un concepto ajeno. Un anuncio en un periódico para una novia adecuada usaría la piel clara como herramienta para regatear. El elogio a mujeres de piel clara es un tema recurrente en la música popular esrilanquesa: uno de los himnos favoritos de música popular baila se titular literalmente «Sudu Menike», que significa dama blanca o clara. La cercanía a la blancura, a través de un tono de piel más claro, ha conferido privilegio en nuestras sociedades que resultan en prácticas como blanquearse la piel, que tiene amplias consecuencias físicas y mentales. Es el epítome de la antinegritud, una noción maquiavélica de que la piel oscura es inferior.
La antinegritud se transmite con formas encubiertas cotidianas de racismo y apropiación. Es el uso de la palabra «kalu» (negro) como insulto, a diferencia de «sudu» (blanco o claro) como cumplido. Es usar la palabra con N y minar las severas ramificaciones históricas y actuales del insulto. Es la participación selectiva en la cultura negra, de gustar del reggae y el rap, de imitar la moda y tendencia negras, y luego ignorar los problemas sociopolíticos reales y perjudiciales que abundan en las comunidades negras en todo el mundo.
Por qué debemos preocuparnos
Asumiendo que no nos toca la antinegritud como esrilanqueses es un premisa falsa y perjudicial. Nos hemos beneficiado directamente de la antinegritud sistémica, y también hemos internalizados estos sistemas racistas de maneras que perjudican nuestras comunidades. Estamos implicados en antinegritud en el instante en que interactuamos con cultura negra y producción de conocimiento sin considerar —ni reconocer— la actual opresión de los blancos. No logramos reconocer que ser cómplices en antinegritud es contribuir a nuestra propia explotación socioeconómica por el capitalismo occidental.
No obstante, hay algunos pasos simples que podemos dar para rectificar la antinegritud. Podemos desmantelar y rechazar el Mito de la Minoría Modelo. Podemos dar pasos colectivos para preservar y celebrar a nuestros propios pueblos cafres. Podemos trabajar conscientemente para corregir el colorismo en nuestras sociedades, desafiar a quienes te rodean que refuerza los parámetros coloristas, que denuncie los medios perjudiciales que promueven la blancura como belleza. Podemos apoyar los negocios locales y pequeños, a los artistas y músicos negros, e intentar reclamar algo de ventaja económica que se ha visto comprometida por el monopolio económico de Occidente.
Eliminar la opresión racial debe venir de enfrentar los prejuicios implícitos en nuestro cableado personal y estructural. Ojalá abordar la antinegritud pueda resolver algo de las duraderas consecuencias de la colonización y supremacía blanca y de promover la solidaridad en las comunidades de color.