Sin trabajo ni opciones: Trabajadores migrantes de Myanmar sobreviven en Tailandia durante COVID-19

Trabajadora migrante de Myanmar que perdió su trabajo en una fábrica de costura por el brote de coronavirus. Se ha quedado sin ningún ingreso para pagar los gastos diarios o mantener a su hijo y su familia. Mae Sot, Tak, Tailandia, mayo de 2020. Foto y pie de foto de Jittrapon Kaicome/The Irrawaddy.

Este artículo de Jittrapon Kaicome de The Irrawaddy, página de noticias independientes de Myanmar, se ha editado y se reproduce Global Voices como parte de un acuerdo de asociación de contenidos.  

RECOMENDADO: Hacia septiembre de 2018, son más de 2.2 millones de trabajadores de Myanmar oficialmente registrados en Tailandia.

Con la caída de la economía tailandesa y mundial, los comercios y las industrias han cerrado, y los trabajadores migrantes estuvieron entre los primeros en perder su trabajo. Como Tailandia ha entrado en la peor recesión económica de su historia, los migrantes, que normalmente trabajan a por un jornal diario, enfrentan tiempos difíciles.

A finales de marzo, cuando Tailandia cerró sus fronteras con un decreto de emergencia para controlar el brote de COVID-19, millones de trabajadores migrantes quedaron varados en el país. Luego, algunos pudieron regresar a Myanmar, pero muchos siguen atrapados en Tailandia, sin trabajo y con muy pocas opciones de salir adelante. Entre ellos, figuran los trabajadores emigrantes de Myanmar en el norte de Tailandia.

A lo largo de la frontera, trabajadores migrantes de Myanmar recogen yuca, una de las pocas cosas que pueden hacer para ganar algo de dinero tras haber perdido sus trabajos por COVID-19 en febrero. Phop Phra, Tak, Tailandia, mayo de 2020. Foto y pie de foto de Jittrapon Kaicome/The Irrawaddy.

Estos trabajadores también se enfrentan al reto de superar las barreras del idioma local, muchos carecen de las competencias técnicas o informáticas para acceder a información útil, orientación y apoyo; tienen derecho limitado para acceder a los planes de protección social del Gobierno, incluidos los destinados a ayudar a las personas a superar la crisis del coronavirus. Sus vidas cuelgan de un hilo.

A lo largo de la frontera entre Tailandia y Myanmar en la provincia de Tak, el confinamiento de los pueblos y la crisis obligaron a los trabajadores migrantes de Myanmar a abandonar sus granjas, con lo que pasaron a ser dependientes de los bancos de comida. Dijeron que el arroz que les daban no era suficiente para alimentarlos ya que duraba apenas tres días.

Cho Zin Win, trabajador emigrantes de 26 años, dijo:

The villagers have come to buy sacks of rice on credit five times already, and it will take at least a year for them to pay back the installments.

Los aldeanos han venido a comprar sacos de arroz a crédito cinco veces ya y les llevará al menos un año pagar las cuotas.

En una aldea, a lo largo de la frontera entre Myanmar y Tailandia, los migrantes birmanos, afectados por el confinamiento por COVID-19, reciben raciones de alimentos. Phop Phra, Tak, Tailandia, mayo 2020. Foto y pie de foto de Jittrapon Kaicome/The Irrawaddy.

Durante el confinamiento, en la ciudad de Chiang Mai (noreste de Tailandia) se hizo muy habitual ver lugareños y migrantes mezclados en las colas para recibir comida gratuita.

La visita a uno de los campamento de construcción mostró que el cierre de los negocios había obligando a las esposas de los obreros a dejar sus trabajos como empleadas domésticas en los hoteles, mientras que son pocos los maridos que han sido contratados. Algunas familias tenían menos que mil baht ( unos 32.08 dolares) ahorrados pero siguen cargando con la peor parte de los gastos y las deudas.

Ma Su Lwin es una trabajadora migrante birmana que dio a la luz durante el brote de COVID-19 en Tailandia. Perdió su trabajo en una fábrica cuando esta cerró, se quedó sin dinero para el parto y para criar a su hijo recién nacido. Mae Sot, Tailandia, mayo de 2020. Foto y pie de foto de Jittrapon Kaicome.

Kham Kheng Wong-Ong, emigrante shan (de Myanmar) de 27 años, trabaja como empleada doméstica en Chiang Mai, y dijo entre lagrimas:

Since my workplace was closed, I don’t have much money left, I don’t know where to find work. I live in a construction camp with my 4-year-old son. My husband is a daily wage construction worker. We don’t even know when he will be laid off. We have to bear the burden of all the expenses such as electricity, school fees, food and also medicine.

Desde que cerró mi lugar de trabajo, no tengo mucho dinero ahorrado y no sé donde encontrar otro empleo. Vivo en un campo de construcción con mi hijo de cuatro años. Mi marido es un obrero que gana por jornada. Ni siquiera sabemos cuándo lo despedirán. Cargamos con todos los gastos como electricidad, cuotas escolares, comida y también los medicamentos.

Los trabajadores migrantes de este campo de construcción trabajan por una compañía china, pero sus pagas han sido rebajadas y siempre llegan tarde. No quieren decir nada contra sus empleadores por miedo a ser despedidos. Si los despiden, no pueden encontrar otro trabajo y tampoco regresar a casa ya que las fronteras están cerradas por el brote de coronavirus. Chiang Mai, Tailandia, mayo de 2020. Foto y pie de foto de Jittrapon Kaicome/The Irrawaddy.

En julio se levantaron las restricciones a los negocios y la mayoría volvió a abrir. Pero con el colapso económico traído por la crisis del coronavirus, las empresas aún no pueden contratar a muchos de sus trabajadores. Cientos de miles de migrantes trabajadores en el país, o incluso más, sigue desempleados y muchos no pueden adaptarse a la «nueva normalidad» de la economía.

Los migrantes birmanos afectados por COVID-19 reciben comida gratuita de una cofradía multiétnica liderada por Johny Adhikari en el Templo de la luna de Wat Sai. Chiang Mai, Tailandia, mayo de 2020. Foto y pie de foto de Jittrapon Kaicome/The Irrawaddy.

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