Este artículo [1] de Jittrapon Kaicome de The Irrawaddy, página de noticias independientes de Myanmar, se ha editado y se reproduce Global Voices como parte de un acuerdo de asociación de contenidos.
RECOMENDADO: Hacia septiembre de 2018, son más de 2.2 millones de trabajadores de Myanmar oficialmente registrados [2] en Tailandia.
Con la caída de la economía tailandesa y mundial, los comercios y las industrias han cerrado, y los trabajadores migrantes estuvieron entre los primeros en perder su trabajo. Como Tailandia ha entrado en la peor recesión económica de su historia, los migrantes, que normalmente trabajan a por un jornal diario, enfrentan tiempos difíciles.
A finales de marzo, cuando Tailandia cerró sus fronteras con un decreto de emergencia para controlar el brote de COVID-19, millones de trabajadores migrantes quedaron varados en el país. Luego, algunos pudieron regresar [3] a Myanmar, pero muchos siguen atrapados en Tailandia, sin trabajo y con muy pocas opciones de salir adelante. Entre ellos, figuran los trabajadores emigrantes de Myanmar en el norte de Tailandia.
Estos trabajadores también se enfrentan al reto de superar las barreras del idioma local, muchos carecen de las competencias técnicas o informáticas para acceder a información útil, orientación y apoyo; tienen derecho limitado para acceder a los planes de protección social del Gobierno, incluidos los destinados a ayudar a las personas a superar la crisis del coronavirus. Sus vidas cuelgan de un hilo.
A lo largo de la frontera entre Tailandia y Myanmar en la provincia de Tak, el confinamiento de los pueblos y la crisis obligaron a los trabajadores migrantes de Myanmar a abandonar sus granjas, con lo que pasaron a ser dependientes de los bancos de comida. Dijeron que el arroz que les daban no era suficiente para alimentarlos ya que duraba apenas tres días.
Cho Zin Win, trabajador emigrantes de 26 años, dijo:
The villagers have come to buy sacks of rice on credit five times already, and it will take at least a year for them to pay back the installments.
Los aldeanos han venido a comprar sacos de arroz a crédito cinco veces ya y les llevará al menos un año pagar las cuotas.
Durante el confinamiento, en la ciudad de Chiang Mai (noreste de Tailandia) se hizo muy habitual ver lugareños y migrantes mezclados en las colas para recibir comida gratuita.
La visita a uno de los campamento de construcción mostró que el cierre de los negocios había obligando a las esposas de los obreros a dejar sus trabajos como empleadas domésticas en los hoteles, mientras que son pocos los maridos que han sido contratados. Algunas familias tenían menos que mil baht ( unos 32.08 dolares) ahorrados pero siguen cargando con la peor parte de los gastos y las deudas.
Kham Kheng Wong-Ong, emigrante shan (de Myanmar) de 27 años, trabaja como empleada doméstica en Chiang Mai, y dijo entre lagrimas:
Since my workplace was closed, I don’t have much money left, I don’t know where to find work. I live in a construction camp with my 4-year-old son. My husband is a daily wage construction worker. We don’t even know when he will be laid off. We have to bear the burden of all the expenses such as electricity, school fees, food and also medicine.
Desde que cerró mi lugar de trabajo, no tengo mucho dinero ahorrado y no sé donde encontrar otro empleo. Vivo en un campo de construcción con mi hijo de cuatro años. Mi marido es un obrero que gana por jornada. Ni siquiera sabemos cuándo lo despedirán. Cargamos con todos los gastos como electricidad, cuotas escolares, comida y también los medicamentos.
En julio se levantaron las restricciones a los negocios y la mayoría volvió a abrir. Pero con el colapso económico traído por la crisis del coronavirus, las empresas aún no pueden contratar a muchos de sus trabajadores. Cientos de miles de migrantes trabajadores en el país, o incluso más, sigue desempleados y muchos no pueden adaptarse a la «nueva normalidad» de la economía.