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En Bosnia Herzegovina, voluntarios defienden a migrantes varados de reproches locales

Categorías: Europa Central y del Este, Bosnia y Herzegovina, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Refugiados, Respuesta humanitaria
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Tuzla, December 2019. Photo by Armin Durgut/Balkan Diskurs, used with permission.

Este artículo es de Belma Kasumović y se publicó originalmente en Balkan Diskurs, [2] proyecto del Centro de Investigación Postconflicto [3] (PCRC). Reproducimos una versión editada en Global Voices como parte de un acuerdo para compartir contenido.

Bosnia Herzegovina está en una integración migratoria [4] entre Europa Oriental y Occidental. Cerca de 60 000 personas entraron indocumentadas al país desde comienzos de 2018 hasta junio de 2020, según [5] el Servicio para Asuntos Exteriores [6] del país. Muchos vienen de Medio Oriente y el sur de Asia y se dirigen a Europa Occidental.

La ruta a través de Serbia y Hungría está bloqueada por una cerca fronteriza, y Croacia se ha convertido en un cruce cada vez más peligroso para el cruce de migrantes. Por eso, hay miles de personas varadas en Bosnia, dispersas a través de centros de recepción o en campos improvisados.

En Tuzla, la tercera mayor ciudad de Bosnia, los migrantes han estado viviendo en y cerca de la principal estación de autobuses. Ahí tienen acceso a una pequeña fuente pública donde pueden conocer personas que están en la misma situación. Aunque su presencia ha enfurecido a algunos lugareños, un grupo voluntarios los brinda algo de ayuda y asistencia.

“Me acerco a todos como ser humano. Para nada me importa si vienen de Pakistán, Marruecos, Argelia. Veo delante de mí a un ser humano en necesidad, y actúo según eso. Así es como todo empieza», dice Senad Pirić, voluntario de Tuzla.

Una persona usa la fuente pública cerca de la estación de buses en Tuzla, diciembre de 2019. Los migrantes usan esta fuente para refrescarse y lavarse. Foto de Armin Durgut/Balkan Diskurs, usada con autorización.

En 2018, Pirić trabajaba como periodista y le encargaron hacer un artículo sobre los migrantes en la estación. Tras conocerlos, empezó a ayudarlos con provisiones, alimentos o dinero.

“El primer año fue relativamente fácil para nosotros, pues los ciudadanos de Tuzla no notamos a estas personas. Venían de noche, dormían en la estación, en el parque”, dijo.

En la estación de bus, Azra Alibegović, dueña de un restaurante, ha brindado a los migrantes acceso sin restricciones al baño, duchas y tomacorrientes. Como muestra de gratitud, la ayudan a limpiar el baño del restaurante, cuenta.

“De noche, cuando cerramos, guardan las sillas, mesas, retiran las sombrillas y demás. En estos tres años de trabajar con ellos, nunca he tenido un solo incidente. Son buenos conmigo, me respetan y yo los respeto también”, agregó Alibegović.

Estación de tren en Tuzla, diciembre de 2019. Foto de Armin Durgut/Balkan Diskurs, usada con autorización.

Según Wikipedia [7], Tuzla es una de las pocas ciudades bosnias que «lograron mantener el carácter multiétnico durante y después de la Guerra Bosnia, y en la ciudad aún viven bosniacos, serbio, croatas y una pequeña minoría de judíos bosnios».

Pero la intolerancia llegó al restaurante de Alibegović. Dice que los lugareños evitan comer ahí ahora, y hasta contratar camareros le ha sido difícil. «Inmediatamente dice ‘no, ahí hay migrantes, no trabajo con ellos'».

Recientemente, la Policía le dijo a Alibegović que los migrantes ya no tienen permitido reunirse en la estación. «El policía dijo: ‘Azra, tienes migrantes en el restaurante de nuevo’, y yo dije ‘son mis únicos clientes. No puedo botarlos».

A los voluntarios también han recibido desaprobación. «Nos acusan de tráfico humano, que les damos armas y similares», dice Pirić. «En realidad, [los críticos] no pueden encontrar en nosotros o nuestro trabajo, porque hacemos esto con todo el corazón y sin interés personal, y es algo que la gente no comprende».

Amila Rekić, que ayuda a mujeres migrantes con alojamiento en la Casa Segura [8], refugio para mujeres victimas de violencia doméstico, dice que la falta de fondos y la presión pública aleja a los voluntarios. «Algunos ciudadanos creen que si los voluntarios no ayudan, los migrantes ya no llegarían a Tuzla», dice.

Para Rekić, la atención constante de los medios en historias negativas ha ayudado a avivar la desconfianza en la comunidad local. «Sí, hay grupos que causan problemas. Y eso ocurre como consecuencia de perder todo, que hasta te despojen de los derechos humanos básicos. Ocurre por toda esa ansiedad, angustia y otras cosas que se acumulan, o simplemente porque eres así», dijo.

Pirić dice que muchos migrantes llegan con el deseo de encontrar trabajo y resienten el hecho de que la sociedad los excluye a pesar de sus talentos. «Por ejemplo, hay uno que tienen talento para pintar. Tuvimos un hafiz [9] (persona que se sabe de memoria el Corán), un carpintero, un cocinero. Y ahora están mendigando en las calles de nuestro país cuando debe haber algún lugar en que apreciarían sus talentos».

Datos de IOM Bosnia Herzegovina publicados en septiembre de 2020 [10] muestran que hay 7400 migrantes registrados en siete centros de recepción, que llegan principalmente de Afganistán, Pakistán, Palestina, Siria y Argelia.

Los amigos marroquíes

La estación de Tuzla es un hogar temporal de dos amigos marroquíes que, además de llamarse igual –Hamza–, comparten un lugar para dormir al aire libre. Se conocieron cuando estaban en Serbia y se reunieron en Tuzla.

Uno describió cómo cree que la comunidad local los percibe: “Creen que todos somos iguales. Conozco algunos que causan problemas, pero no somos todos iguales», dice.

Bosnia no es su destino final, ambos esperan mudarse a Europa Occidental.

Los dos amigos Hamza almuerzan en el restaurante de Alibegović. Foto de Belma Kasumović/Balkan Diskurs, usada con autorización.

Rekić que los migrantes suelen mostrar gratitud por la ayuda que reciben. «Que nos llamen una vez que se van del país da fe de eso. Estamos al tanto de sus vidas, estamos en contacto. Conocemos a sus familias», dijo. «Los momentos más emotivos es cuando las madres aparecen al otro lado de la pantalla del teléfono y lloran, y nos agradecen por darles comida o zapatos, o por encontrarles alojamiento».

Para Pirić, no basta con alimentarlos o darles un lugar para dormir. «Quiero devolverles su dignidad, quiero que vean que importan».