La importancia de «desaprender» el pasado: Entrevista con Keith Brown, experto en los Balcanes

Prof. Keith Brown, Arizona State University. Photo used with his permission.

El profesor Keith Brown, Universidad Estatal de Arizona. Foto usada con su autorización.

Esta historia se publicó originalmente en Meta.mk. Una versión editada se reproduce aquí en vitrud de un acuerdo de intercambio de contenidos entre Global Voices y la Fundación Metamorfosis. Todos los enlaces que aparecen en las citas del entrevistado fueron añadidos por Meta.mk.

Keith Brown es profesor de la Escuela de Política y Estudios Globales de la Universidad Estatal de Arizona. También es director del Centro Melikian de Estudios Rusos, Euroasiáticos y de Europa del Este. Con un doctorado en antropología de la Universidad de Chicago, Brown trabaja principalmente en el rubro de cultura, política e identidad, sobre todo en los Balcanes.

Parte de sus extensas investigaciones sobre el etnonacionalismo y el papel de la historia nacional en la región han estado disponibles para el público en el norte de Macedonia a través de las traducciones de sus libros «El pasado en cuestión»: Macedonia moderna e Incertidubmres de nación» (2003) y «Leal a la muerte, confianza y terror en una Macedonia revoluicionaria» (2013).

En una entrevista con el portal CriThink.mk, Brown explica la importancia del pensamiento critico al aprender historia.

CriThink: ¿Qué importancia tiene la aplicación del pensamiento crítico a la historia y la antropología?

Keith Brown (KB): Critical thinking is very important in both history and anthropology.  Skeptics and naysayers sometimes dismiss our methods as “soft” or trot out tired clichés like “history is written by the winners.” But evaluating and comparing sources, and weighing how cultural and social factors impact individual decisions, are essential components of both disciplines. In addition, and perhaps most importantly, historians and anthropologists recognize that meanings and horizons shift over time and across space.

This is especially important in the study of nationalism—a mode of political organization and identity formation that contributed to the break-up of multiconfessional empires in the 19th century, and which often seeks legitimacy by claiming ancient roots.  What makes it more complicated is that most nation-states place a high premium on communicating to their citizens a strong sense of shared history that distinguishes them from others. Often, it is easier for people to see the inconsistencies and distortions in their neighbors’ versions of the past, than to question or closely scrutinize the history that they think holds their own society together.

Critical thinking demands, as an early step, recognition of one’s own blinkers, prejudices and areas of ignorance. It also benefits from dialogue in which participants check their egos and agendas at the door, and measure success not by the points they score, but by the new ways of seeing they have helped generate for themselves or others.

Keith Brown (KB): El pensamiento crítico es muy importante en la historia y en la antropología. Los escépticos y los detractores a veces rechazan nuestros métodos como «suaves» o sacan a relucir viejos clichés como que la «historia la escriben los ganadores». Pero evaluar y comparar fuentes, y sopesar cómo los factores culturales y sociales influyen en las decisiones individuales, son componentes esenciales de ambas disciplinas. Además, y quizás lo más importante, los historiadores y antropólogos reconocen que los significados y los horizontes se desplazan en el tiempo y en el espacio.

Esto es especialmente importante en el estudio del nacionalismo, modo de organización política y formación de la identidad que contribuyó a la desintegración de los imperios multiconfesionales en el siglo XIX, y que a menudo busca la legitimidad reivindicando las raíces antiguas. Lo que lo hace más complicado es que la mayoría de los estados-nación dan mucha importancia a comunicar a sus ciudadanos un fuerte sentido de historia compartida que los distinga de los demás. A menudo, es más fácil para la gente ver las inconsistencias y distorsiones en las versiones del pasado de sus vecinos, que cuestionar o escudriñar de cerca la historia que creen que mantiene unida a su propia sociedad.

El pensamiento crítico exige, como un primer paso, el reconocimiento de las propias anteojeras, prejuicios y rubros de ignorancia. También se beneficia de un diálogo en el que los participantes comprueban sus egos y agendas en la puerta, y miden el éxito no por los puntos que obtienen, sino por las nuevas formas de ver que han ayudado a generar para sí mismos o para los demás.

CriThink: El establecimiento político de la mayoría de Estados de los Balcanes parecen insistir en promover el concepto de «historia nacional» basado en la selección de «hechos positivos» y la exclusión de «hechos negativos» para crear o mantener narraciones oficiales que luego se utilizan en los libros de texto de la educación pública. En los últimos 200 años, este enfoque dogmático se ha utilizado a menudo como justificación de la opresión hacia «los otros». ¿Hay otra manera de hacer historia?

KB: History is an incredibly rich domain of study. In 2015, oral historian Svetlana Alexievich was awarded the Nobel Prize for Literature for her work chronicling citizens’ voices from the end of the Soviet Union. Organizations like EuroClio—to which many history teachers from the Balkans and Eastern Europe belong—promote the study of global history, and encourage members and students to explore social, cultural and economic history. Courageous and open-minded historians are often leading critics of the exceptionalism on which national history is founded—including in the United States, through efforts like the 1619 project.

I think that these kind of approaches have enormous potential to transform people’s understandings of the past, and prompt reflection on how the present will look from the future. I am particularly excited by the promise of microhistory, as pioneered by Carlo Ginzburg, which draws out the broader human significance from the close study of an event or community.

KB: La historia es un campo de estudio increíblemente rico. En 2015, la historiadora oral Svetlana Alexievich fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura por su trabajo de crónica de las voces de los ciudadanos del final de la Unión Soviética. Organizaciones como EuroClio, a la que pertenecen muchos profesores de historia de los Balcanes y de Europa del Este, promueven el estudio de la historia global y animan a sus miembros y estudiantes a explorar la historia social, cultural y económica. Los historiadores valientes y de mentalidad abierta suelen ser los principales críticos del excepcionalismo en que se basa la historia nacional, hasta en Estados Unidos, mediante esfuerzos como el proyecto 1619.

Creo que estos enfoques tienen un enorme potencial para transformar la comprensión de la gente sobre el pasado, y estimular la reflexión sobre cómo se verá el presente desde el futuro. Estoy particularmente entusiasmado con la promesa de la microhistoria, de la que fue pionero Carlo Ginzburg, que extrae el significado humano más amplio del estudio cercano de un acontecimiento o comunidad.

Books by Keith Brown.

Ediciones en inglés de los libros de Keith Brown «Leal hasta la muerte, confianza y terror en la Macedonia revolucionaria» (2013) y «El pasado en cuestión»: La Macedonia moderna y las incertidumbres de la nación» (2003).

CriThink: En tu libro «Leal hasta la muerte»: Confianza y terror en Macedonia revolucionaria», señalas que se enfrenta a desafíos de falta de fiabilidad o parcialidad en las fuentes históricas disponibles, incluyendo la correspondencia de los cónsules británicos conservada en microfilms por el Museo de la Lucha Macedonia en Grecia; o las solicitudes de pensiones que presentaron al nuevo estado macedonio los ancianos que sobrevivieron a las revoluciones entre 1948 y 1956, conservadas en el Archivo Estatal de Macedonia del Norte. ¿Cómo afrontaste el reto de extraer información útil de estos registros?

KB: I first read many of these sources while I was a graduate student in anthropology. Conscious that the Ilinden Uprising of 1903 had been interpreted differently by scholars for whom the correct context was Greek, Bulgarian, Serbian, Albanian, Yugoslav, Ottoman, Balkan or Macedonian history, I wanted to get as close to the period as I could, by engaging closely with sources that, in one way or another, stood outside these frames of reference.

I was struck, for example, by the fact that according to the records of the National Archive in Skopje, only a handful of scholars had sought access to the Ilinden dossier of biographies. My understanding was that these sources were discounted because, self-evidently, they were self-interested. The British, French, German and American diplomatic and consular records from Ottoman Macedonia, by contrast, are often treated as wholly dispassionate, objective and clinical accounts, as if their authors were scientifically trained medical professionals, diagnosing the ills of an empire on its death-bed. In writing «Loyal Unto Death,» I took an alternative, subversive approach toward these two sets of sources.  Whether or not individual pension-seekers amplified their own roles, or edited out those elements that might weaken their case for state recognition, their accounts drew from their own or their age-mates’ experiences and understandings.  No-one lied about the organizational structure of the revolutionary organization, the methods of recruitment, or the logistics of acquiring weapons or distributing information and supplies: what would be the self-interest in doing so? Thus they provide us, individually but even more so in aggregate, with a sense of the shared day-to-day experience of participation in a resistance and rebellion.

British consular accounts, often read as if magisterial, reflect their individual authors’ biographies, perspectives and access to sources: Alfred Biliotti was a naturalized British citizen born in Rhodes who had worked his way up from the position of dragoman and had close ties with Ottoman and Greek authorities, whereas James McGregor knew Bulgarian and expressed the view that the Organization commanded strong support. Their accounts diverge or clash. This is not to say that all sources or accounts are equally valid or suspect.  It is rather to argue that we need to get past our own cultural preconceptions, whether they tell us “peasants lie” or “diplomats are cynical careerists,” and remain alert to the ways they can surprise us.

KB: La primera vez que leí muchas de estas fuentes fue cuando era estudiante graduado en antropología. Consciente de que el levantamiento de Ilinden de 1903 había sido interpretado de manera diferente por académicos cuyo contexto correcto era la historia griega, búlgara, serbia, albanesa, yugoslava, otomana, balcánica o macedonia, quise acercarme lo más posible a la época, relacionándome estrechamente con las fuentes que, de una manera u otra, se encontraban fuera de estos marcos de referencia.

Por ejemplo, me llamó la atención que, según los registros del Archivo Nacional de Skopje, apenas unios pocos eruditos había solicitado acceso al expediente de biografías de Ilinden. Entiendo que estas fuentes fueron descartadas porque, evidentemente, tenían intereses. En cambio, los expedientes diplomáticos y consulares británicos, franceses, alemanes y estadounidenses de la Macedonia otomana suelen tratarse como relatos totalmente desapasionados, objetivos y clínicos, como si sus autores fueran profesionales de la medicina con formación científica, que diagnostican los males de un imperio en su lecho de muerte. Al escribir «Leal hasta la muerte», tomé un enfoque alternativo y subversivo hacia estos dos grupos de fuentes. Tanto si los solicitantes de pensiones ampliaban sus propios papeles como si eliminaban los elementos que podían debilitar su argumento a favor del reconocimiento del Estado, sus relatos se basaban en sus propias experiencias y entendimientos o en los de sus compañeros de edad. Nadie mintió sobre la estructura organizativa de la organización revolucionaria, los métodos de reclutamiento o la logística de la adquisición de armas o la distribución de información y suministros: ¿cuál sería el interés propio de hacerlo? Así, nos proporcionan, individualmente pero aún más en conjunto, un sentido de la experiencia diaria compartida de la participación en una resistencia y una rebelión.

Los relatos consulares británicos, a menudo leídos como si fueran magisteriales, reflejan las biografías, perspectivas y acceso a las fuentes de sus autores individuales: Alfred Biliotti era un ciudadano británico naturalizado nacido en Rodas que había ascendido desde la posición de dragomán y tenía estrechos vínculos con las autoridades otomanas y griegas, mientras que James McGregor sabía búlgaro y expresó la opinión de que la Organización contaba con un fuerte apoyo. Sus relatos divergen o chocan entre sí. Esto no quiere decir que todas las fuentes o cuentas sean igualmente válidas o sospechosas. Es más bien para argumentar que tenemos que superar nuestros propios prejuicios culturales, ya sea que nos digan «los campesinos mienten» o «los diplomáticos son unos cínicos arribistas», y permanecer alerta a las formas en que pueden sorprendernos.

Macedonian language editions of Keith Brown’s books “The past in question: Modern Macedonia and the Uncertainties of Nation” (2019) and “Loyal unto Death, Trust and Terror in Revolutionary Macedonia” (2014).

Ediciones en macedonio de los libros de Keith Brown «El pasado en cuestión»: La Macedonia moderna y las incertidumbres de la nación» (2010) y «Leal hasta la muerte, la confianza y el terror en la Macedonia revolucionaria» (2014).

CriThink: Como no hay una máquina del tiempo viable, es difícil determinar con precisión la «conciencia nacional» de las figuras históricas, dados los registros inexistentes, censurados, fabricados o contradictorios, sus interpretaciones y los significados cambiantes de algunos de los lenguajes utilizados en la época. ¿Qué habilidades de pensamiento crítico hay que cultivar en toda la región para ayudar a resolver tales cuestiones?

KB: In «The Past in Question,» I chose to use the language of the British consular sources rather than update or modify it, and to try to translate sources in Greek and Bulgarian into the English of that time, rather than of the early 21st century.  I thus used terms like “Bulgar,” “Arnaut,” “Mijak” and “Exarchist” seeking in this way to remind readers of the very different world of the late nineteenth century; when “Greece” referred to a territory roughly half the size of modern Greece; when only a small fraction of people who would call themselves “Bulgars” owed loyalty to the Ottoman-administered “Bulgaria” with its capital in Sofia; when the Sultan sought to restrict the use of the Albanian language, and the term “Macedonia;” and when the prospect of an alliance of convenience between the ambitious nation-states of Bulgaria, Serbia and Greece to carve up and nationalize Ottoman territory surely seemed absurd to most.

For me, critical thinking demands, paradoxically, that we try to unlearn what actually happened since the period we are trying to understand; or at least, allow it to strike us as surprising or at least non-inevitable. This then concentrates our attention on the factors that drive outcomes. It also liberates us from the illusion that figures in the past—like Ilinden-era figures Goce Delchev, Nikola Karev, Damjan Gruev or Boris Sarafov—imagined their own identity in terms of the nationalisms of their future.

KB: En «El pasado en cuiestión», elegí utilizar el idioma de las fuentes consulares británicas en lugar de actualizarlo o modificarlo, y tratar de traducir las fuentes en griego y búlgaro al inglés de esa época, en lugar de las de principios del siglo XXI. Así pues, utilicé términos como «Bulgar», «Arnaut», «Mijak» y «Exarquista», tratando de recordar así a los lectores el mundo tan diferente de finales del siglo XIX; cuando «Grecia» se refería a un territorio de aproximadamente la mitad del tamaño de la Grecia moderna; cuando pocas personas que se autodenominaban «Bulgaros» debían lealtad a la «Bulgaria» administrada por los otomanos con su capital en Sofía; cuando el sultán trató de restringir el uso del idioma albanés y el término «Macedonia»; y cuando la perspectiva de una alianza de conveniencia entre los ambiciosos estados-nación de Bulgaria, Serbia y Grecia para dividir y nacionalizar el territorio otomano seguramente parecía absurda para la mayoría.

Para mí, el pensamiento crítico exige, paradójicamente, que intentemos desaprender lo que realmente ocurrió desde el período que intentamos comprender; o al menos, que permitamos que nos parezca sorprendente o al menos no inevitable. Esto entonces concentra nuestra atención en los factores que impulsan los resultados. También nos libera de la ilusión de que las figuras del pasado -como las de la época de Ilinden –Goce Delchev, Nikola Karev, Damjan Gruev o Boris Sarafov– imaginaron su propia identidad en términos de los nacionalismos de su futuro

Keith Brown y la historiadora Irena Stefoska en la promoción de la edición macedonia del libro El pasado en cuestión: La Macedonia moderna y las incertidumbres de la nación en diciembre de 2010. Foto de Vančo Džambaski (CC BY-NC-SA).

CriThink: Sin embargo, esas cuestiones parecen convertirse en puntos centrales de una pendiente resbaladiza de controversias internacionales, desde Goce Delchev (Bulgaria-Macedonia del Norte) a Nikola Tesla (Serbia-Croacia), Skanderbeg (Grecia-Albania), Njegoš (Montenegro-Serbia) al Rey Marko (Macedonia del Norte-Serbia-Bulgaria). ¿Existe alguna forma de resolver estas cuestiones a un nivel más alto y objetivo, en lugar de solo entre estados en conflicto y en base a su poder?

KB: Social scientists, including historians (and I’d include myself in this assessment) don’t always keep up to date with developments in other disciplines and fields.  This manifests itself in approaches rooted in the conventions of 19th century Newtonian sciences, with a focus on breaking down complex reality into experimental-size pieces, where we can test hypotheses in an “either/or” mode to determine cause and effect, the rules of energy transfer and transformation, and so on. Contemporary theoretical and experimental science, though, have moved far beyond this paradigm; into the world of quarks, bosons and quantum mechanics, where non-specialists can barely follow. Ask the average person where they stand on the wave-particle duality, and you’re probably in for a short conversation. It requires thinking in “both/and” terms that demands effort, and also a realignment of deeply held common-sense. But this lack of public understanding doesn’t prevent physicists from pursuing their work and generating new insight into the workings of the universe.

Balkan history has been shaped by the territorial ambitions and disputes of the last century, and so has become a zero-sum game; it also has quasi-religious aspects, insofar as current debates reveal an implicit concern with purity and pollution underlying accusations around loyalty and betrayal. Grievances and disputes escalate; and (to pursue the game metaphor) there is no mechanism, in this case, by which both sides would agree to invest a referee with the authority to call the game fairly; the stakes are seen as too high.

An alternative view would be that the dispute over Goce Delchev’s “true” identity, for example, is a classic case of the prisoner’s dilemma game; in which both sides fear that by surrendering their claim to ownership they will lose and the other side will win (Bragging rights? Prestige? The mantle of “true” nationhood?), but the consequence of their refusal to acknowledge ambiguity is that both sides are seen as intransigent or blinkered in the wider community of nations.

KB: Los científicos sociales, incluidos los historiadores (y yo me incluiría en esta evaluación) no siempre se mantienen al día con los avances en otras disciplinas y campos. Esto se manifiesta en enfoques arraigados en las convenciones de las ciencias newtonianas del siglo XIX, con un enfoque en la descomposición de la realidad compleja en piezas de tamaño experimental, donde podemos probar las hipótesis en un modo «o» para determinar la causa y el efecto, las reglas de transferencia y transformación de la energía, y así sucesivamente. Sin embargo, la ciencia teórica y experimental contemporánea se ha alejado mucho de este paradigma; en el mundo de los quarks, los bosones y la mecánica cuántica, donde los no especialistas apenas pueden seguir. Pregúntale a la persona promedio dónde se encuentra en la dualidad onda-partícula, y probablemente tendrá una breve conversación. Requiere pensar en términos de «ambos/y», lo que exige un esfuerzo, y también un reajuste del sentido común profundamente arraigado. Pero esta falta de comprensión pública no impide a los físicos continuar con su trabajo y generar nuevos conocimientos sobre el funcionamiento del universo.

La historia de los Balcanes ha sido moldeada por las ambiciones y disputas territoriales del siglo pasado, y por eso se ha convertido en un juego de suma cero; también tiene aspectos cuasirreligiosos, en la medida en que los debates actuales revelan una preocupación implícita por la pureza y la contaminación que subyacen a las acusaciones en torno a la lealtad y la traición. Los agravios y las disputas aumentan; y (para seguir con la metáfora del juego) no hay ningún mecanismo, en este caso, por el que ambas partes estén de acuerdo en investir a un árbitro con la autoridad para dirigir el juego de forma justa; las apuestas se consideran demasiado altas.

Una opinión alternativa sería que la controversia sobre la «verdadera» identidad de Goce Delchev, por ejemplo, es un caso clásico del juego del dilema del prisionero; en el que ambas partes temen que al renunciar a su reclamación de propiedad perderán y la otra parte ganará (¿Derechos de fanfarronería? ¿Prestigio? ¿El manto de la «verdadera» nación?), pero la consecuencia de su negativa a reconocer la ambigüedad es que ambas partes son vistas como intransigentes o cegadas en la comunidad más amplia de naciones.

CriThink: ¿Habría que desarrollar algún de tribunal científico internacional para evitar las escaladas, similar a los tribunales utilizados para dar cierre a los conflictos que implican genocidio y crímenes de guerra (Ruanda, ex Yugoslavia)?

KB: I don’t see value in an external tribunal offering some authoritative closure: for me, that’s not how history (or science) work.  All findings are contingent and provisional: they are contributions to an ongoing exchange, the ultimate goal of which is not to set some conclusion in stone, but provide material that can open new horizons and perspectives.

KB: No veo el valor de que un tribunal externo ofrezca un cierre autorizado: para mí, así no es como funciona la historia (ni la ciencia). Todas las conclusiones son contingentes y provisionales: son contribuciones a un intercambio continuo, cuyo objetivo final no es fijar alguna conclusión en piedra, sino proporcionar material que pueda abrir nuevos horizontes y perspectivas.

CriThink: En los Balcanes, contrariamente al papel inherente de los periodistas profesionales como promotores de la democracia, los medios de comunicación suelen servir como amplificadores de las opiniones nacionalistas más radicales y polarizantes sobre la historia. ¿Existe una forma de integrar el pensamiento crítico sobre la historia en la esfera de los medios de comunicación principales?

KB: My own fantasy solution is something like what a group of Macedonian youth leaders did in the second half of the 1980s with the Youth Film Forum (Mladinski filmski forum), and set up learning opportunities through engagement with film, literature and other prompts.  What would happen, for example, if Bulgarian and Macedonian historians and journalists watched «Rashomon» together? Or undertook a joint project (perhaps with Albanian colleagues) on the economic, psychological and social effects of gurbet/pečalba? Or conducted a close joint study of the United States 1619 project? I believe they would emerge with a shared vocabulary to address issues of contingency, ambiguity, trauma and structural violence that are shared across the Balkan region—and beyond.

KB: Mi propia solución de fantasía es algo parecido a lo que hizo un grupo de líderes juveniles macedonios en la segunda mitad de la década de 1980 con el Foro de Cine Juvenil (Mladinski filmski forum), y estableció oportunidades de aprendizaje a través del compromiso con el cine, la literatura y otros estímulos. ¿Qué sucedería, por ejemplo, si los historiadores y periodistas búlgaros y macedonios vieran juntos «Rashomon«? ¿O si emprendieran un proyecto conjunto (tal vez con colegas albaneses) sobre los efectos económicos, psicológicos y sociales de gurbet/pečalba? ¿O realizó un estudio conjunto cercano del proyecto de los Estados Unidos de América de 1619? Creo que surgirían con un vocabulario compartido para abordar las cuestiones de contingencia, ambigüedad, trauma y violencia estructural que se comparten en toda la región de los Balcanes y más allá.

Inicia la conversación

Autores, por favor Conectarse »

Guías

  • Por favor, trata a los demás con respeto. No se aprobarán los comentarios que contengan ofensas, groserías y ataque personales.