Este artículo ha sido adaptado de un ensayo personal que se publicó primero en Facebook y Medium.
El miércoles 17 de marzo, en un terrible tiroteo en Atlanta, Georgia, murieron ocho mujeres. Un hombre blanco disparó contra personas de origen asiático, a mujeres y a personas vulnerables y estigmatizadas que, para pagar las facturas, dependen de trabajos a menudo categorizados como trabajo sexual.
Vivo en Victoria, Columbia Británica. En comparación con la cercana Vancouver, Victoria es una ciudad predominantemente blanca. También estamos en una isla, y siempre pienso que los tiroteos y otras formas de violencia racial suceden en otros lugares. Sin embargo, me doy cuenta de que la supremacía blanca y la misoginia sobre la que leemos en las noticias no están tan lejos. El racismo y la opresión están también arraigados en la sociedad canadiense.
Por ejemplo, me gusta tomar fotos, sobre todo de noche. La noche anterior a los disparos, usé mi teléfono para probar su función de «astrofotografía», que implicaba permanecer en la oscuridad en el parque durante mucho tiempo. Conseguí muy buenas fotos. Arriba, al comienzo de este ensayo, hay una foto que tomé esa noche.
“Debe de ser agradable poder caminar afuera en la oscuridad”, dijo M, mi esposa, cuando regresé a casa. Fue un comentario sincero. «Debe de ser agradable».
“Veo a muchas mujeres salir a correr al anochecer”, dije bastante despistado (lo que me hace parte del problema).
«Bueno, son blancas», dijo M. Ella es de Japón, y en esta ciudad dominada por los blancos, se la considera asiática. “No estoy segura de si quiero caminar por la noche en estos momentos. Demasiado peligroso para los asiáticos».
Al día siguiente ocurrieron los tiroteos selectivos en Atlanta. No estoy seguro de cuántos de mis amigos en Canadá han estado pendientes, pero los ataques raciales contra los estadounidenses de origen asiático han aumentado de manera espectacular desde el comienzo de la pandemia, hace un año. Se cree que la designación inicial del COVID-19 como el» virus de China» y la «gripe de Wuhan» pueden haber desencadenado estos incidentes, a lo que hay que sumar las crecientes actitudes racistas derivadas del trumpismo.
Existe también una larga historia de leyes que excluían o se centraban en personas de origen asiático, tanto en Canadá como en Estados Unidos, cuyos efectos perduran en cómo nuestra sociedad considera a las personas con los mismos rasgos físicos que mi esposa.
El mayor número de ataques contra los asiáticos no se limita a Estados Unidos. En 2020, el área de Vancouver ha tenido ataques regulares dirigidos contra los asiáticos. Toronto y otras ciudades de Canadá también han tenido estos ataques. Aquí en Victoria, las noticias y los informes de las redes sociales sobre violencia contra mujeres asiáticas han sido una fuente constante de preocupación para mí cada vez que M sale de compras.
Hasta ahora no ha experimentado violencia alguna, pero con su actitud dulce, amable y bondadosa, M ha informado que las personas (blancas) son groseras con ella en las tiendas, la esquivan o incluso chocan con ella.
En realidad, desde que nos mudamos a Canadá en 2004, M se ha encontrado de forma habitual con este tipo de comportamiento en Victoria. A menudo sufre de acoso evidente en la parada del autobús («Pero tengo los auriculares puestos, así que puedo fingir que los ignoro»). Incluso la han seguido a casa varias veces. Es difícil saber si esto se debe a que es asiática o porque es mujer, acoso que experimentan todas las mujeres, o una combinación de ambos factores.
Parece haber pocas soluciones importantes, si es que hay alguna, al sufrir un comportamiento racista. En marzo pasado, nuestro hijo menor fue objeto de burlas racistas en la escuela primaria. Se presenta como japonés. Otros dos niños lo acusaron de propagar la «gripe de Wuhan». Eso lo molestó, sobre todo porque los mismos chicos le habían robado y destrozado su trineo la semana anterior, y luego mintieron al respecto.
Con el trineo, la escuela actuó con rapidez para rectificar la situación y expulsaron a los niños. El padre de uno de ellos compró un trineo para reemplazarlo. No fue una gran solución, pero al menos reconoció el daño que le había causado su hijo.
Sin embargo, cuando denuncié el acoso posterior —¡fue después de que los dos niños robaran su trineo!— la escuela restó importancia al asunto.
«Hablaré con ellos sobre el incidente», dijo el director. Pero no hubo seguimiento ni reconocimiento del perjuicio.
También informé al padre de uno de los niños que su hijo había hecho comentarios racistas. Su respuesta fue: «Se siente fatal porque dijiste que es racista».
La lección que aprendí fue que hasta yo, un hombre blanco, grande y que sabe expresarse bien gracias a una carrera previa como maestro de secundaria, que conoce la jerga profesional que usan los maestros, no pude lograr que ninguna persona blanca se tomara el racismo en serio.
Me preguntaba qué acoso o microagresiones (o agresión violenta) continuas y latentes deben soportar año tras año las familias que no son blancas.
La clave aquí no es compadecerme de mi esposa (es fuerte) o de mi hijo menor (está feliz viviendo la mejor época de su vida este año en la escuela secundaria).
Tampoco culpo a la escuela por no hacer lo correcto cuando se le notificó el incidente racista. Es un problema sistémico y cultural con la forma en que nosotros, como sociedad, no damos prioridad ni siquiera entendemos la justicia y la responsabilidad. En el contexto del racismo sistémico, el director no tenía herramientas ni conocimientos sobre cómo hacer bien las cosas.
Entonces, a raíz de otro tiroteo masivo racista, me gustaría hacer un llamado a la mayoría blanca de Victoria, Columbia Británica, para recordar los nombres de las mujeres quienes mataron en Atlanta.
También me gustaría pedirle a la gente de Victoria que considere en qué tipo de sociedad racista y supremacista blanca vivimos, una sociedad construida sobre tierras robadas, y de la que a menudo nos beneficiamos. Necesitamos tener un interés activo en cómo lo que vemos, lo que pasamos por alto e ignoramos, cómo actuamos en nuestro día a día y cómo podemos ayudar a mejorar las cosas.
La supremacía blanca está arraigada en la cultura canadiense. La misoginia está incrustada en la cultura canadiense. Esta opresión hace que la vida diaria sea bastante fácil para personas como yo, pero potencialmente mortal para muchas otras personas.