Crónica de una mujer trans que va al médico

 

Foto de la autora.

Una madrugada de julio 2021, se arregla para su cita de ortopedia. Se ve femenina, pero aún así, los comentarios y burlas en la calle son inevitables, igual que al ir a trabajar. No importa, está alegre por esta cita que consiguió después de 2 meses de insistencia. Mientras se baña, recuerda que 3 años atrás, su servicio médico la conoció como la mujer que es y ya no la atendieron igual que cuando tenía un aspecto masculino.

Hace tres años, tuvo una fuerte gripa, pero la médica culpó a las hormonas de sus síntomas. Y así, sus inconvenientes de salud comenzaron a ser culpa de su tránsito. Que si le duelen las rodillas es por las hormonas; que si depresión y ansiedad, es por ser un profesor que no debería vestirse de mujer en su colegio, sin reconocerle que sigue siendo maltratada por los compañeros docentes y por los padres de familia.

Se acuerda también que el pasado septiembre, fue 3 veces por la misma urgencia. En las dos primeras atenciones, culparon a las hormonas de sus dolores abdominales, aunque hacía meses que no las tomaba. En la tercera atención, la médica ordenó que inmediatamente le extirparan el apéndice. Ya en piso, el practicante — que siempre la trataba en masculino — después de la cirugía, la envió prematuramente a su casa, ignorando sus dolores abdominales. Además, recibió malos tratos del resto del personal, como cuando una enfermera cuestionó su identidad al gritarle “usted que va a ser mujer”, y todo por solicitar que un médico la atendiera.

Tuvo que regresar a la semana porque su abdomen saturado con una hemorragia, le causó anemia. Duró casi un mes hospitalizada. Pero esta vez la trataron dignamente, porque aprendió a no quedarse callada y dejar la queja por escrito. El doctor responsable del piso se disculpó con ella por los malos tratos recibidos en la anterior hospitalización.

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Termina de vestirse para ir al ortopedista, y reflexiona que si bien es fuerte el dolor, su vida no está en riesgo como cuando lo de la apendicitis. Toma un transporte y llega a uno de los centros médicos donde atienden a docentes de colegios públicos como ella. Los guardias le tratan respetuosamente, pero porque ella logró que así fuera; antes la miraban con morbo o se burlaban. Quejarse con atención al usuario tuvo resultados.

En la fila para anunciarse, la gente persiste en rechazarla tratándola en masculino, negándose conscientemente a diferenciar una mujer de un hombre. Luego de reivindicar a los que están en la fila y a la persona que la atiende que la traten con el género y el nombre que está en su cédula, espera en sala el llamado del médico. Toma asiento y profesores la escudriñan con miradas de asombro o de asco. Una pareja de adultos mayores la miran, y arman un discurso sobre como «la gente de hoy se está perdiendo». En su mente anula estas situaciones para concentrarse en la cita.

Del consultorio, un doctor la llama. Ella descansa al escuchar su nombre. Esto, porque a pesar de ganar hace dos años una tutela que ordenó a su seguridad social hacer los cambios de nombre y género en su documento de identidad, en su historia clínica dejaron visibles sus nombres pasados, “nombres muertos”, que ya no hacen parte de su identidad. No los borran porque son “antecedentes”, así como quien comete un crimen y queda el registro en su prontuario. Su crimen: cambiarse el nombre.

Entra al consultorio. Nota que la atención es diferente respecto a la recibida días atrás de otro ortopedista, quien no paraba de tratarla en masculino y de llamarla “socio”. El médico de hoy si se enfoca en su en su padecimiento de la cadera, y le ordena exámenes para confirmar posible trocanteritis. Esto le resulta poco común ya que en otras citas se reemplazan el diagnóstico por apreciaciones subjetivas sobre su cuerpo y genitales, y lo «errado de vivir como mujer».

Por la misma autora: No hay nada más valiente que ser una mujer trans y vivir, así se muera en el intento

Muchos médicos la ven desde el “deber ser” de un hombre, que para ellos, se comporta tan débil que recurre a vestir prendas femeninas. Por eso normalizaron decirle cosas como “usted es un hombre joven”, “su anatomía masculina está débil”; “sea valiente y asuma lo que se buscó”. ¡Cómo le gustaría ser atendida tal como lo hacen con otras maestras, sin que las increpen sobre sus cuerpos o intimidades!

Baja y le programan los exámenes. Aprovecha para preguntar sobre su cirugía de reasignación genital que tiene ordenada hace más de dos años. Tiene claro que con o sin pene sigue siendo mujer, pero le incomoda tenerlo y es algo que mucho doctor no comprende porque le dicen que eso «es lo mejor de un hombre». Pero a ella le causa disforia, no hace parte de su cuerpo. Le informan que de nuevo, la cirugía no puede ser realizada.

Luego de tantos trámites infructuosos, ahora enfrenta un nuevo impedimento: el dilatador vaginal no se consigue en su país, Colombia. La uróloga le advirtió que sin eso no hay operación. La misma uróloga asumió que la paciente tenía pareja hombre y no tendría líos con las dilataciones; cuando la paciente le aclaró que es lesbiana, la especialista asumió que no tendría problemas si el canal de la vagina se estrecha, porque las lesbianas no lo necesitan. Mientras sale del edificio y espera el bus, se pregunta si la uróloga le dirá lo mismo a las mujeres cisgénero lesbianas que atiende.

Llega a casa cansada pero firme, y si bien sabe que para tener un servicio de salud aceptable tuvo que luchar por mantenerse en su trabajo como maestra, reconoce que sus hermanas trans mueren en manos del sistema de salud que sistemáticamente les niega la vida y la existencia, tal como pasó con Alejandra Monocuco, quien murió en 2020 por falta de atención médica. En España, casi el 50 por ciento de personas trans anula o retrasa sus citas médicas «para evitar sentirse discriminadas en la consulta» y el 17 por ciento evitan ir al médico.

Por todo, sabe que quedarse callada es inapropiado y seguirá luchando por una atención digna y medicamente ética, no discriminatoria, porque la salud de las personas trans es un derecho vital, no un capricho.

 

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