Notas caribeñas desde Hokkaido

El autor, Abel Polese.

¿Cuáles son las probabilidades de que en un pueblito de la isla Hokkaido te tropieces con un japonés que habla español, que ha vivido y trabajado en República Dominicana durante 47 años y que ahora importa algunos de los mejores granos de café que puedes encontrar en Asia?

La vida es el subproducto de acontecimientos aleatorios que solo puedes intentar navegar con cuidado para estar abierto a «lo inesperado» cuando llega.

Accidentalmente te invitan a viajar 24 horas en barco para transportar un auto de rally a Hokkaido, tu amigo decide ir a acampar solo y tú reservas alojamiento en una casa familiar sin mostrador de facturación en una ciudad de la que no habías oído hablar antes. El propietario no está cuando llegas. Tu amigo te sugiere la cafetería más cercana para esperar, el lugar es difícil de encontrar pero está decidido a no dejarte en la calle así que finalmente lo encuentra.

Foto de Abel Polese.

Pides un café. Al principio, te sorprende que un lugar en medio de la nada, sin menú, tenga cuatro tipos de café en grano, cada uno tostado a temperatura diferente. Pero Japón está lleno de cosas extrañas, así que te limitas a dar un sorbo a tu café y esperas a que pase el tiempo. Entonces empiezas a ver fotos de lugares lejanos y haces preguntas. Son de Haití. También inusuales. Demasiadas coincidencias, tu curiosidad se despierta.

Mientras responde a tus preguntas, el dueño está desempolvando dos bolsas de fotos. Crees que es su rutina de un sábado por la mañana, pero no es así.

Foto de Abel Polese.

Antes de que puedas darte cuenta de nada, está manejando discretamente todas las fotos y explicándote, en un excelente español, cómo los soldados japoneses que volvían de la Segunda Guerra Mundial tuvieron que ser reubicados en el extranjero porque en Japón no había trabajo para todos. El Gobierno empezó a enviarlos a lugares que ni siquiera podían localizar en el mapa, en condiciones mucho peores de las que podían imaginar. Se fue a República Dominicana con 19 años, cuando el país era todavía una dictadura bajo el régimen de Rafael Trujillo. No había procedimientos de recepción, ni estructura de apoyo. Al cabo de un tiempo, muchos japoneses que habían ido con él solicitaron su traslado y fueron a Brasil. Para entonces, sin embargo, Trujillo ya no estaba así que sintió que los vientos estaban cambiando. Animado por el cambio político, inició su propio comercio: verduras, luego televisión, canales de televisión y finalmente café, que tiene hasta ahora.

Foto de Abel Polese.

A lo largo de los años, vio varios tratos, medió con el Gobierno japonés, el Banco Mundial y recibió premios nacionales para el desarrollo del país, todo humildemente documentado con fotos escaneadas en páginas A4 y algunas en un folleto que él mismo hizo. También se casó con una japonesa y acabó quedándose hasta 2000, cuando regresó a Hokkaido y abrió «Mi casa». El lugar podría ser fácilmente un museo, por todos los recuerdos almacenados por  todos lados y las hermosas fotos colgadas. Piden a los clientes que lleven sus propias galletas y comida. Lo que se ofrece en «Mi casa» es café, granos al peso e historia. También han conseguido que una famosa fábrica de chocolate use sus granos de café para producir una exclusiva caja de bombones con sabor a café que venden con orgullo en la cafetería.

Foto de Abel Polese.

Me enseñó muchas fotos del Caribe y me di cuenta de que echo de menos los viajes (salvajes). Moverse durante la pandemia estuvo relativamente bien, he sido afortunado, nunca estuve confinado en casa y tuve la libertad de moverme entre países, así que no puedo quejarme. Pero echo de menos ir a lugares perdidos, cuya existencia ni siquiera podías imaginar, subir a viejos aviones preguntándome si aterrizarán en el lugar correcto o llegarán al final del viaje (es una locura pero sí, también echo de menos eso) y sentirme perdido, solo y a veces solitario pero vivo entre completos desconocidos. Echo de menos pedir que me lleve un camión de comida por ahorrar cinco dólares o acabar haciendo algo completamente distinto de lo que habías planeado porque accidentalmente te has encontrado con gente agradable por el camino y has revisado tu itinerario.

Foto de Abel Polese.

Posiblemente, sigo sintiendo cada vez más como una mano invisible que me mueve aquí y allá y me sugiere el siguiente movimiento. No puedo explicar racionalmente muchas cosas que suceden desde que llegué a Japón. Algo me empujó a irme a un nuevo lugar en Kioto. Allí conocí nuevas personas que me aceptaron con mi mal japonés y me invitaron a Hokkaido donde, casualidad tras casualidad, acabé en uno de los lugares con más historia de esta cudad.

Finalmente me registré y fui a comer sushi. Mi teléfono me había sugerido varias opciones pero al final seguí mi olfato y entré en un lugar al azar. Yo era el único cliente, así que el dueño tuvo tiempo de conversar. Vivió en Tokio durante años, aprendió el arte del sushi antes de volver a su ciudad natal para abrir su pequeño (y delicioso) local de sushi. Hablamos de comida, de erizos de mar y de recetas inverosímiles como el «acqua pazza»(agua loca)  y descubrí que conoce bien a mi nuevo amigo «dominicano de adopción».

Foto de Abel Polese.

Foto de Abel Polese.

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Foto de Abel Polese.

Foto de Abel Polese.

Foto de Abel Polese.

Foto de Abel Polese.

Foto de Abel Polese.

Foto de Abel Polese.

Las cosas siguen su curso. Algunas te traen alegría, otras te traen tristeza, pero el mayor error probablemente sea buscar el significado global de lo que está sucediendo hoy, como si se te tuviera revelar qué sentido tiene «ahora y aquí». Algunas cosas tienen sentido ahora, otras solo lo tienen en días, semanas o meses y, como dijo el Dalai Lama, «a veces no conseguir lo que quieres es el mayor regalo que la vida puede ofrecerte».

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