El hidrógeno: ¿Salvación o despilfarro para Rusia?

A hydrogen fuel station. Photo by Bexim via Wikimedia Commons. CC BY-SA 4.0.

Estación de combustible de hidrógeno. Foto de Bexim vía Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0).

El documento de estrategia que acaba de publicar el Gobierno ruso para desarrollar el hidrógeno como fuente de energía podría considerarse un punto de inflexión en la industria energética rusa. Al mismo tiempo, el documento lleva un mensaje conocido: mientras el mundo avanza gradualmente hacia la descarbonización, Rusia se resiste a perder su condición de superpotencia energética. Sin intención de restringir la producción de sus recursos de petróleo y gas, Rusia quiere convertirse en un exportador mundial dominante de un nuevo combustible: hidrógeno.

En concreto, con este nuevo vector energético, Rusia prevé exportar hasta 50 millones de toneladas de hidrógeno a mediados de siglo, lo que supondría una aportación adicional de entre 23 ;000 y 100 000 millones de dólares al presupuesto anual. Y lo que es más ambicioso, el país pretende hacerse con hasta el 20 % del mercado mundial de hidrógeno que se va a establecer. Aunque esto podría parecer un objetivo factible, el camino de Rusia hacia el nuevo dominio energético podría ser accidentado.

Herramienta versátil

Algunos han apodado al hidrógeno la navaja suiza de los combustibles, es único en muchos sentidos. Al ser el elemento más abundante del universo, nunca escaseará. Puede transformar una forma de energía (eléctrica) en otra (química), almacenarla mucho tiempo y transportarla hasta donde se necesite. Pero lo más destacable es que no emite dióxido de carbono cuando se quema. En realidad, solo genera agua como subproducto.

Estas son solo algunas de las razones por las que muchos de los firmantes más progresistas del Acuerdo de París sobre el cambio climático ya han adoptado marcos nacionales para desarrollar el hidrógeno; los primeros fueron Japón en 2017 y Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia en 2019. Noruega, Alemania y Países Bajos fueron de los primeros países europeos en publicar sus propias estrategias, en 2020. La Unión Europea secundó estos esfuerzos, y adoptó su estrategia sobre el hidrógeno en julio de 2020.

Dado que el hidrógeno es un elemento central en la consolidación de los sectores energéticos europeos, la Comisión Europea declara este combustible como «esencial para apoyar el compromiso de la Unión Europea de alcanzar la neutralidad en carbono». Así, fijó un ambicioso objetivo de 40 gigavatios de capacidad de electrolizadores (que usan la energía eléctrica para dividir el agua en su componente hidrógeno y oxígeno) en Europa para 2030, con el fin de producir hidrógeno «renovable» o «verde», que se considera la máxima prioridad.

Al mismo tiempo, consciente de las limitaciones tecnológicas y financieras asociadas a un cambio tan grande en las industrias energéticas del bloque, la Unión Europea reconoce que otras formas más baratas y disponibles de hidrógeno «bajo en carbono» (tanto de producción nacional como importado) tendrán que desempeñar un papel «a corto y medio plazo».

Oportunidades y obstáculos

Dado que la Unión Europea es uno de los principales mercados de exportación para la industria energética rusa, para el Kremlin no es una opción perder a un socio tan importante en la batalla de la transición energética. Aunque el «concepto» de hidrógeno del Gobierno, como se titula el documento, declara el objetivo de perseguir el hidrógeno «verde», a corto plazo, Rusia no tendrá capacidad técnica de suministrar hidrógeno con cero emisiones de carbono a la Unión Europea, principalmente debido a la insignificante cuota de renovables en la producción nacional de energía. Al mismo tiempo, la incertidumbre a corto y medio plazo en torno al suministro de hidrógeno «bajo en carbono» a Europa crea una ventana de oportunidad para el sector energético ruso, tradicionalmente fuerte en hidrocarburos y nuclear.

En particular, dado que la definición exacta de los tipos de hidrógeno «bajo en carbono» adecuados para la Unión Europea aún no se ha acordado, la paleta de colores potenciales del hidrógeno para el mercado europeo probablemente irá más allá del verde. En el futuro, el espectro incluirá probablemente el «azul» (hidrógeno de combustibles fósiles), el «púrpura» (producido por electrolizadores con energía nuclear) y el «turquesa» (generado por pirólisis de metano).

Al mismo tiempo, para aprovechar al máximo esta oportunidad, Rusia tendrá que remodelar considerablemente su entorno energético. Por ejemplo, para desarrollar plenamente el hidrógeno «azul», Gazprom y Novatek –los dos exportadores de gas natural del país– tendrán que invertir en capturar y almacenar el carbono (CAC). Aunque ambas empresas parecen tener interés, todavía no se ha puesto en marcha ningún proyecto significativo de CAC a gran escala en Rusia. Además, está la cuestión del transporte de esta forma de hidrógeno a través de grandes distancias hasta los usuarios finales, dilema que también habrá que resolver.

Asimismo, ante el creciente interés por el desarrollo de la pirólisis del metano, Gazprom ha expresado su intención de producir hidrógeno «turquesa» potencialmente cerca del mercado final. Para eso, la empresa ya ha entablado negociaciones con socios internacionales como Alemania. Aunque esto reducirá drásticamente los costos de generación, aún no está claro si la Unión Europea estará dispuesta a tolerar el uso de metano ruso para producir combustible de hidrógeno en su territorio y, lo que es más importante, cuándo se comercializará finalmente esta tecnología.

Otro gigante ruso de la energía, el monopolio nuclear Rosatom, ha declarado su intención de desarrollar hidrógeno «morado». Rosatom ya ha presentado ambiciosos planes para invertir en energías renovables, y es probable que también estudie la posibilidad de desarrollar hidrógeno con cero emisiones de carbono. Sin embargo, aquí la misma incertidumbre del transporte a larga distancia parece ser un obstáculo.

Dificultades conceptuales

Aunque la estrategia rusa sobre el hidrógeno es el documento más reciente y detallado disponible con el pensamiento del Kremlin sobre el hidrógeno, está lejos de cambiar drásticamente las reglas de juego en el sector energético del país. Es más, al igual que muchos otros documentos similares que se supone que impulsan el desarrollo de la industria energética rusa, parece ser reactivo más que proactivo, ya que se adoptó más de un año después de que los principales socios energéticos del país formularan sus propias estrategias sobre el hidrógeno.

Sin embargo, lo más importante es que el concepto está claramente orientado a la exportación y no menciona medidas significativas para desarrollar una demanda interna de hidrógeno a gran escala que no esté relacionada con las actividades de exportación. En este sentido, la falta de una fuerte demanda interna de hidrógeno entre las propias industrias, empresas y población del país es un factor que puede hacer que la industria rusa del hidrógeno sea especialmente vulnerable a factores externos, como los cambios en las preferencias del tipo de hidrógeno en los mercados de destino.

Por ejemplo, con el rápido aumento del potencial de hidrógeno «verde» de la Unión Europea, el hidrógeno ruso «bajo en carbono» podría quedar fuera del mercado europeo. Por otra parte, en una perspectiva aún más cercana, el impuesto europeo sobre el carbono en la frontera podría minimizar la ventaja de los costos de los distintos colores del combustible de hidrógeno ruso. Como resultado, el recién creado sector del hidrógeno del país puede no tener capacidad de cumplir plenamente su propósito y generar los ingresos esperados.

Por último, aunque no se produzcan alteraciones significativas en el futuro mercado mundial del hidrógeno, el nuevo concepto de hidrógeno ruso puede seguir siendo un tigre de papel si el país no desarrolla su potencial de exportación según lo previsto. En este caso, dada la desesperada necesidad actual de tecnologías extranjeras en muchos segmentos del sector energético ruso, es poco probable que se alcancen los objetivos declarados. Esto parece aún más dudoso en el entorno adverso de las sanciones internacionales, cuando la cooperación transfronteriza a gran escala en la mayoría de los rubros se ve constantemente cuestionada.

Aliaksei Patonia es investigador visitante en el Instituto de Estudios Energéticos de Oxford y becario de ReThink.CEE del German Marshall Fund of the United States. Actualmente se centra en la transición energética mundial y en las políticas para incentivar la producción de hidrógeno «verde». Este artículo apareció originalmente en Transitions Online el 17 de agosto de 2021, y se reproduce como parte de una asociación para compartir contenido.

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