Mientras Ebrahim Raisi comienza su función presidencial, la opresión se dispara en Irán

Ebrahim Raisi emite su voto en la eleccion presidencial en la mezquit Ershad, 18 de junio de 2021. Foto de Maryam Kamyab (CC BY 4.0)

Por Naveed Sadeghi

En la República Islámica de Irán, prestó juramento su octavo presidente el 5 de agosto.

Ebrahim Raisi, expresidente del Tribunal Supremo y jefe del aparato judicial del régimen, ganó las elecciones presidenciales el 19 de junio con una victoria aplastante.

A muchos observadores en Irán y el extranjero no les sorprendió la victoria de Raisi. Antes de la elección, el régimen tomó todas las medidas posibles para asegurar que el presidente del Tribunal Supremo ganara en las urnas. Apenas semanas antes de las elecciones, el Consejo de Guardianes de Irán, órgano regulador controlado por el líder supremo Alí Jamenei, descalificó rápida y unilateralmente de la votación a la gran mayoría de la oposición de Raisi, incluidos muchos candidatos reformistas populares que habían estado ganando apoyo público en los meses anteriores.

Raisi no fue elegido, fue instalado. Sus credenciales como el informante por excelencia del régimen lo convirtieron en el candidato ideal para los ayatolás. Es más, probablemente no haya ningún hombre vivo que haya contribuido más a la maquinaria gubernamental iraní que Ebrahim Raisi. La carrera de Raisi comenzó muy joven, a los 20 años, cuando empezó a trabajar en el incipiente sistema judicial del Gobierno, organización que algún día dirigiría. Tras participar en el golpe de Estado de 1979 que derrocó al sha del poder, al parecer, Raisi fue buscado por ayudantes cercanos del fundador de la Revolución, Ruhollah Jomeini. Rápidamente lo nombraron para ocupar prestigiosos puestos de fiscal a nivel municipal y posteriormente regional. Ya cercano a los 30 años, Raisi era fiscal adjunto de Teherán, capital del país.

Esos primeros años sentaron el precedente de la larga historia de Raisi de usar el Estado armado para reprimir al pueblo iraní. Raisi supervisó personalmente innumerables casos de disidentes políticos y activistas contrarios al régimen, con duras sentencias que incluían órdenes de ejecución. Varios relatos de testigos presenciales atestiguan que el propio Raisi asistió a torturas y mutilaciones de los presos políticos que su judicatura había encarcelado, que incluían mujeres y niños. Su experiencia como fiscal culminó con su crimen más infame, su participación en la masacre de 1988, en la que durante varias semanas se ejecutó en secreto a miles de presos de grupos contrarios al régimen. Según los grupos de derechos humanos que investigaron el incidente, Raisi, que entonces tenía 28 años, formó parte del grupo de cuatro personas que dictó todas las sentencias de muerte. Según desertores del Gobierno iraní, la masacre causó hasta 30 000 muertes, y miles más sufrieron torturas y otras formas de violencia que dejaron a muchos discapacitados de forma permanente.

Con este historial demostrado, está claro por qué los ayatolás eligieron a Raisi para dirigir el Gobierno iraní. Sencillamente, Raisi se ha convertido en un experto en usar el poder del Estado para sofocar la disidencia y reprimir las actividades contrarias al régimen. Tal como expone la Organización de Muyahidines del Pueblo (OMP), grupo opositor iraní con sede en París, Ebrahim Raisi ha estado directamente implicado en todos los actos de represión estatal en Irán durante las últimas tres décadas.

Ebrahim Raisi emite su voto en las elecciones presidenciales en la mezquita de Ershad, 18 de junio de 2021. Foto de Maryam Kamyab (CC BY 4.0).

Solo en los últimos tiempos, cuando los movimientos de protesta a nivel nacional han cobrado fuerza entre la población iraní, Raisi ha estado a la cabeza de la connivencia entre el Poder Judicial y las fuerzas de seguridad para reprimir brutalmente las actividades contra el régimen. Raisi estuvo detrás del escándalo de las torturas de Kahrizak en 2009, en el que activistas que participaban en manifestaciones en todo el país contra la supuesta corrupción electoral fueron encarcelados y torturados en el centro de detención de Kahrizak, al norte de Irán. Hubo que esperar hasta 2016 para que el régimen reconociera formalmente el incidente.

Como jefe del Poder Judicial, cargo que ocupó hasta ser elegido presidente, Raisi supervisó personalmente cientos de ejecuciones, incluidas las de 251 personas en 2019 y 267 en 2020, y decenas de ejecuciones durante 2020. Como informó Amnistía Internacional, bajo el mandato de Raisi, «la pena de muerte se usó cada vez más como arma de represión política contra manifestantes disidentes y miembros de grupos étnicos minoritarios». Un caso concreto que suscitó la protesta internacional fue la brutal ejecución del deportista y luchador iraní Navid Afkari, condenado por «guerra contra el régimen» por su participación en las protestas antigubernamentales.

En 2019, cuando Irán vivió su mayor ola de disturbios desde la Revolución, Raisi estuvo al frente, lo que garantizaba la represión violenta de los grupos activistas. Colaboró con la Policía y las unidades paramilitares, les ofreció carta blanca para usar cualquier medio necesario para sofocar las manifestaciones e impedir más activismo. Bajo las directrices de Raisi, miles de hombres, mujeres y niños fueron detenidos en redadas masivas, y muchos fueron sometidos a torturas, desapariciones forzadas y otros tratos vejatorios y violentos.

La clara señal enviada por la «elección» de Raisi es la intención del régimen de aumentar aún más sus tácticas represivas. Como escribió la Organización de Muyahidines del Pueblo en una reciente publicación, el régimen debe mantener la opresión ya que no conoce «ninguna otra forma de contener la disidencia». El miedo constante de los ayatolás a otro levantamiento hace que la violencia y la brutalidad del Estado sean absolutamente necesarias.

El régimen ha dejado clara su posición. Y con el ascenso de Ebrahim Raisi, la ferocidad de la represión del régimen solamente empeorará.

Naveed Sadeghi es periodista independiente de derechos humanos que vive en Londres y se especializa en asuntos iraníes.

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