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Ni odio ni lástima: déjenme vivir en mi cuerpo

Categorías: Latinoamérica, Colombia, LGBTQI+, Medios ciudadanos, Mujer y género, Salud, The Bridge

Dibujo realizado por Lucia Jiménez Peñuela y diseño por Giovana Fleck.

En Colombia, la altura promedio [1] es 1,54 cm en mujeres y 1,71 cm  en hombres. Por supuesto, mujeres y hombres cisgénero [2]. Mi cuerpo de 1,88 cm, más ahora que antes, llama la atención. En mi «vida pasada», recibía elogios por mi altura, dado que acorde a lo masculino es bastante positivo tener un cuerpo alto. Siempre era la primera opción al momento de levantar pesos, porque los hombres son los fuertes, desde la prehistoria; ¿o no? [3]

Este cuerpo fue luego visto como el de un «hombre fuerte disfrazado de mujer» y por último dejó de ser humano para convertirse en objeto de escrutinio público.

Los más discretos te comentan que les asombra ver una persona tan alta. Pero la mayoría de las veces, ojos te escanean hasta la intranquilidad, independientemente del vestido que lleve encima. Los cuerpos de las mujeres que realizamos tránsitos de lo masculino a lo femenino,  constantemente son sexualizados, su genitalidad escrutada, y siempre criticados bajo la luz del modelo de mujer blanca cis inalcanzable. [4] Hablo del passing [5], la medida de cuánto nos parecemos o no a ese modelo de mujer, o en palabras castizas, que no se nos note lo trans.

Nunca es suficiente cuanto cambiemos las formas del cuerpo, genitales, senos, vestidos, y demás; así menstruáramos, nunca será suficiente. Avanzará la ciencia y las mujeres trans podrán quedar embarazadas y aun así les reprocharán que no son mujeres como las otras.

Bueno, aquí me encuentro yo, una mujer alta de piel cobriza, que hasta el año pasado recibía en promedio tres comentarios diarios de desconocidos, sobre cuán errado está mi cuerpo. Miradas de asco, temor y lascivia. Y esto por no mencionar las agresiones verbales y físicas que he recibido por mi identidad femenina.

Hace un año que mi movilidad se deterioró por culpa de largas jornadas de trabajo sentada y sin descanso, provocando dolor paralizante e inestabilidad al caminar permanentes, por lo que uso bastón. Si bien, las miradas, comentarios y eventos de odio en contra de una no desaparecieron por completo, ahora que soy una coja, siento una nueva mirada, la de la lástima. No debería ser así, pero por lo menos esa lástima me devolvió algo de la humanidad arrebatada. Prefiero ser vista con lástima que con el odio habitual.

Antes, unos comentarios, “piropos”, se relacionaban con que supuestamente soy una prostituta (por que se supone solo sirvo para eso [6]). Ahora, mi cuerpo con bastón, perdió en parte su atractivo para esos quienes maquinaban esos comentarios.

¿A qué voy con todo esto? Mi objetivo no es provocar lástima en quien lee, sino resaltar que quienes que tanto critican los cuerpos distintos, no tienen idea de lo que hemos tenido que pasar para tener, recuperar y/o conservar el cuerpo que habitamos.

No tienen idea de las rutinas estrictas que llevo para caminar con el menor dolor posible.

No tienen idea que es de valientes [7], defender ante ellos la validez de mi cuerpo a cada momento.

No tienen idea de que esa voz que burlan “es de hombre”, realmente está dentro del rango femenino, después de pasar por muchas terapias de fonoaudiología [8] para lograrlo, como si fuera la cantante que se prepara para el escenario.

No tienen idea de la cantidad de doctores a los que he tenido que demostrarles que soy mujer, para acceder a mi derecho a la salud. Médicos me interpretan como el hombre fuerte, que solo va al consultorio a inventarse males. Que no me baje el período es suficiente para que me desconozcan cómo ser humano.

No tienen idea de que es el estrés postraumático producto de ser perseguida y casi golpeada, lo agotador que es en un bus tener que cerrar los ojos o mirar al piso, para evitar las miradas de los demás pasajeros sobre ti, como si fueras producto de promoción en algún supermercado.

No tienen idea de que las amigas y conocidas con condiciones de discapacidad más complejas que la mía [9], son objeto de burlas, miradas, señalamientos y agresiones de todo tipo que han tenido que soportar en la calle y en sus servicios médicos.

No tienen idea de cuan doloroso puede ser la electrolisis y las complicaciones del laser para eliminar el vello facial [10]. Pareciera que los únicos dolores válidos para una mujer son los del período y los de dar a luz. Esto también duele en la carne y también en el corazón cuando te quedan cicatrices.

En algún momento, todos hemos criticado los cuerpos que no son el nuestro. Criticamos desde nuestros privilegios. Qué fácil es decirle a una chica trans que no es mujer e invalidar su construcción, cuando tu nunca has hecho nada para ser quien eres, y ni siquiera te cuestionas sobre ello. Tienes vagina, período y puedes o has estado embarazada. Eso te resulta suficiente para ser mujer. Tienes pene, eres hombre.

Señalas una y otra vez que las mujeres trans son hombres porque tienen próstata. Gracias por preocuparte por nuestra salud, aunque no estaría mal que un poco de esa preocupación la usaras en tu propio cuerpo y te realizaras un chequeo médico anual. Tienes que cuidar mucho la próstata y el pene, más cuando es lo único que te hace varón.

Te sientas en las sillas reservadas para personas con dificultades de movilidad y otras condiciones, y decides si soy digna o no de usarla. No te importa verme a punto de caer con el movimiento del bus, y en cambio, me escrutas de arriba a abajo, con tu mirada que penetra hasta mi genitalidad. Así como en los baños públicos donde tú decides quien puede mear en ellos [11], también decides quien tiene o no dificultades de movilidad.

Entonces, la invitación es a que mires tu propio cuerpo, no el mío, ni el de nadie. No eres quien para juzgar, sencillamente porque tu no eres el otro, sino solo tú. Reconoce que los cuerpos que criticas han recorrido un duro y largo camino para llegar a ser o mantener lo que son.