Chile, un imán peligroso para personas migrantes

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 Este artículo es un extracto de «Los migrantes, ninguneados» de CONNECTAS, editado y republicado por Global Voices.

Manuel, su esposa y sus tres hijos emigraron a Chile desde una zona rural de Carabobo, Venezuela, en un mes de 2018 que ya ni recuerdan. Tampoco se saben todas las ciudades en las que han vivido. Solo que trabajaron en un pueblito de Colombia al lado de la ruta, donde juntaron el dinero suficiente para llegar en bus hasta Ecuador. Que en Perú se subieron a un camión con verduras mientras estaba en marcha porque nadie se detenía a llevarlos. Y que en Chile caminaron tres días por el desierto a un ritmo de 25 kilómetros por jornada. Fue tan intenso que una de sus hijas gemelas de 11 años, María, dice que tiene más callos que pies.

Las carreteras de Latinoamérica han presenciado miles de historias como ésta. Los medios de comunicación amplifican algunas, otras, la mayoría, quedan en el silencio y el olvido. Diariamente alrededor de 800 migrantes, casi todos venezolanos, cruzan a Chile desde Bolivia después de haber pasado por parte del continente en búsqueda de estabilidad económica. La mayoría viaja en familia. María y sus hermanos se han criado en la ruta estos últimos tres años. Aunque extrañan su hogar, su padre les advierte que el lugar donde nacieron ya es un pueblo fantasma. Ahora intentarán quedarse en Chile, le contaron a CONNECTAS, donde perciben una oportunidad.

Los niños creen que en ese país al fin su papá encontrará un trabajo estable y tendrán una casa, y –lo principal— que dejarán de caminar todo el día y de dormir donde los encuentre la noche. No se han enterado que solo una semana atrás, en Iquique, ciudad por la que pasaron, unos lugareños marcharon contra los migrantes, quemaron sus carpas e incluso persiguieron a algunos por las calles.

Según datos del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) basados en reportes del Departamento de Extranjería y Migración de Chile y el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el número de extranjeros aumentó de 305.000 en 2010 a casi 1.500.000 en 2020, el 7,5 por ciento de la población general del país.

La crisis política y económica de varios países de la región ha disparado el fenómeno migratorio, y en Chile ha llevado al presidente Sebastián Piñera a asumir medidas más restrictivas. Su nueva Ley de Migraciones, que entró en vigencia en octubre 2021, solo permite regularizar la situación de quienes hayan ingresado por un paso habilitado antes del 18 de marzo de 2020, fecha en la que las autoridades cerraron las fronteras por primera vez debido a la pandemia. Y quienes crucen clandestinamente por pasos no habilitados tendrán solo 180 días para abandonar el país sin sanción. El gobierno chileno alquiló aviones para aplicar la normativa y expulsar a los inmigrantes. Solo las Cortes de Apelaciones paralizaron esas expulsiones indiscriminadas en que mezclaban condenados por delitos con migrantes irregulares.

La posición del gobierno chileno ha variado. Piñera dijo en marzo de 2018: “Vamos a seguir recibiendo venezolanos en Chile, porque tenemos un deber de solidaridad y yo nunca olvido que cuando Chile perdió su democracia, Venezuela fue muy generosa con chilenos que buscaban nuevas oportunidades”. Pero este año, en medio de la crisis migratoria, justificó las expulsiones: «No queremos que ingresen a nuestro país el crimen organizado, el contrabando, el narcotráfico y aquellos que no respetan nuestras leyes».

Organizaciones de Derechos Humanos se pronunciaron a favor de detener las expulsiones colectivas y analizar los casos de acuerdo con los estándares internacionales y de respeto a los derechos humanos.

Aún así, Chile sigue siendo un destino atractivo, un verdadero imán para quienes no tienen mucho que perder. Como los haitianos, a quienes varios países han tratado de invisibilizar, tienen su propia tragedia que no se puede mantener en la sombra. El gobierno chileno calcula que para diciembre había más de 182.000 haitianos en el territorio sin incluir a los indocumentados, que para las autoridades de ese país no existen. En todo caso, son la tercera población migrante en la nación austral, luego de venezolanos y peruanos.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) de Chile realizó en 2017 el estudio más reciente sobre las percepciones de la población acerca de los inmigrantes y pueblos indígenas y alertó que la discriminación racial se está asentando en la opinión pública. Un dato llamativo es que los chilenos se consideran en su mayoría “más blancos” que otros latinoamericanos y consideran a las personas migrantes “más sucias”.

A esto se suma el abuso cometido con los migrantes en los pasos fronterizos. Por ejemplo, los denominados “coyotes” y “piratas” ofrecen trasladarlos de ciudad en ciudad con precios exorbitantes, lo que no impide que muchas veces los abandonen en la carretera. Según la OIM, desde Venezuela a la frontera chileno-boliviana un migrante venezolano gasta 1.500 dólares entre pasajes y pagos a coyotes.

En Chile, en tanto, cada tramo de 200 kilómetros puede costar 35 dólares por persona en un transporte pirata. En efecto, los buses de empresas formales evitan llevar migrantes debido a que no cuentan con documentos sanitarios. Al final parece que todo se resume en esta frase que le dijo una inmigrante a la OIM cuando le consultaron sobre sus gastos en este éxodo: “Los venezolanos nos hemos transformado en un negocio».

Frente a este panorama, organizaciones como el Servicio Jesuita a Migrantes y Migr-Acción Chile piden que haya más cooperación internacional y responsabilidad compartida entre países suramericanos, así como cooperación en las áreas de la policía, autoridades de municipios afectados y gobiernos centrales. Por otro lado, el periodista colombiano José Guarnizo considera que una coordinación debe involucrar a Estados Unidos, el país al que muchos quieren ir pero que en este momento, a pesar de su gran responsabilidad, no tiene una política de apertura.

Para Sergio Micco, director del INDH, la discriminación racial se está asentando en la opinión pública chilena. “Si los chilenos y chilenas solo hablamos de migrantes a propósito de expulsiones y desalojos esto solo favorece a la xenofobia y el racismo”, asegura.

Por Fabiola Chambi y Cristian Ascencio, Miembros de la mesa editorial de CONNECTAS.

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