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Entre dos fronteras: No puedes pasar

Categorías: Europa Central y del Este, Bielorrusia, Polonia, Derechos humanos, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Política, Refugiados, Relaciones internacionales, Respuesta humanitaria
Photo by Maciej Moskwa for Political Critique. Used with permission. [1]

Foto de Maciej Moskwa para Political Critique [2]. Usada con autorización.

Este artículo [3] de Nina Boichenko de Political Critique [2] lo tradujo Victoria Roberts y apareció en Transitions Online el 8 de octubre de 2021. Se reproduce como parte de una asociación para compartir contenidos y se ha editado para adaptarlo al estilo de Global Voices.

El espacio entre las fronteras polaca y bielorrusa se ha convertido en un lugar de refugiados desde agosto. Polonia no los deja pasar y trata de devolverlos a Bielorrusia, pero los guardias fronterizos bielorrusos tampoco los dejan entrar.

En septiembre, Nina Boichenko informó desde el pequeño pueblo polaco de Usnarz Gorny, en la frontera con Bielorrusia, antes de que fuera imposible viajar hasta allá. Treinta y dos personas procedentes de Afganistán quedaron varadas en la boscosa tierra de nadie. Esta es la historia de esas personas, y de cómo las organizaciones de derechos humanos y los guardias fronterizos lucharon por su destino

‘Allá no se juega’

«Aquí están los teléfonos satelitales, que tienen que entregar lo antes posible», dice la dueña del apartamento, señalando el paquete.

Estamos en una habitación estrecha, con cosas por todas partes. Un gato ha encontrado su sitio en un suéter gris tirado en el suelo. Otro gato se enrosca en mi pierna. La mujer prepara caóticamente una maleta, explica qué hay que entregar y a quién. Es la segunda dirección de Varsovia que visitamos para recoger cosas de camino a la frontera.

«Mira, aquí tienes. Lo principal ahora es la tecnología, ¡lo importante es estar en contacto con ellos! Viajen con cuidado y tengan cuidado, allá no se juega», nos advierte la propietaria, mientras salimos y cierra la puerta.

Abro el maletero y guardo las dos mochilas con ropa de abrigo y los teléfonos satelitales. Teníamos que haber salido horas antes, pero nos hemos retrasado por las peticiones de los voluntarios de recoger cosas.

No será fácil entregar los teléfonos satelitales: la gente del bosque está rodeada de guardias fronterizos, que ni siquiera dejan ver a los agentes de derechos humanos.

Partimos y llegamos a la carretera 20 minutos después. Somos cinco en dos vehículos, y el viaje desde Varsovia hasta la frontera bielorrusa dura cuatro horas.

Revisión fronteriza

Llegamos a Usnarz Gorny, en el bosque cerca de donde está varado el grupo de 32 personas. Está oscureciendo. Solo nos queda recorrer 10 kilómetros. Una patrulla fronteriza aparece en el carril contrario y, un segundo después, enciende la sirena para indicarnos que nos detengamos. Nos detenemos. Después de que los guardias fronterizos comprobaron nuestros documentos, intentaron averiguar el motivo de nuestra visita y por qué vamos en vehículos tan grandes (viajamos en minibuses con asientos para varios pasajeros).

«Se lo diré directamente. Como van en vehículos grandes, les vamos a prestar mucha atención. ¿Nos entendemos?», dice el guardia fronterizo, mirándome a los ojos.

«Solo hacemos nuestro trabajo», respondo..

«Nosotros también estamos haciendo el nuestro», afirma el joven, mientras anota nuestras matrículas, nuestros datos personales y los detalles de nuestro kilometraje.

Seguimos conduciendo. Unos minutos después, llegamos al pueblo. Nos detenemos frente a una tienda y otra patrulla aparece en la esquina. La situación se repite.

El guardia fronterizo hace exactamente la misma pregunta. «¿Por qué necesitan vehículos tan grandes?».

«Son los que tenemos», respondo.

«No es seguro por aquí. Será mejor que vuelvan», dice, anotando nuestros datos.

«No tienes que preocuparte por nosotros», respondo amablemente.

Salgo del auto. El pequeño pueblo prácticamente no tiene iluminación, no hay más que bosque alrededor. Hay tensión en el aire. No hace mucho tiempo, solo pasaba un auto al día, pero ahora hay patrullas, medios y activistas de derechos humanos por todas partes, y los habitantes locales están aterrorizados.

Bielorrusia

En respuesta a las sanciones impuestas por la Unión Europea a Bielorrusia en agosto, Minsk comenzó a avivar una crisis migratori [4]a en las fronteras con Polonia, Lituania y Letonia.

El plan es relativamente sencillo. Minsk anima a quienes quieren huir de sus países a venir a Bielorrusia. Desde ahlí, pueden cruzar la frontera con Polonia y estar en la Unión Europea. Al ofrecer su propio territorio como zona de tránsito, Bielorrusia creó un problema para la Unión Europea y una oportunidad financiera para el país, porque aunque es fácil conseguir visa para Bielorrusia, no es barato.

Los grupos de interés en el Facebook de habla árabe ofrecen información sobre cómo llegar a Bielorrusia. Los mensajes incluyen un precio y un número de teléfono de contacto. A su llegada en avión a Minsk, las personas son transportadas a la frontera, pero deben cruzarla por su cuenta. Algunas personas llegan a la frontera por sus propios medios. El precio que se pide oscila entre 100 y varios miles de dólares.

Polonia

Del lado polaco, están llevando a cabo una política ilegal de «retroceder», persisten en llamar a estos refugiados de guerra «migrantes ilegales».

Con la política de retroceder, las tropas fronterizas obligan a migrantes refugiados a regresar a la frontera del país del que proceden. Esta política es una violación directa de los derechos humanos constitucionales y de la Convención de Ginebra.

Si alguien que ha cruzado la frontera no tiene visa, es efectivamente un migrante ilegal. Sin embargo, si la persona anuncia que quiere solicitar asilo, entonces no necesita visa. En este caso, los servicios de migración están obligados a aceptar la solicitud e iniciar los procedimientos de verificación. Hasta que las autoridades tomen una decisión sobre la concesión o denegación de a condición de refugiado, Polonia debe dar alojamiento temporal, comida y bebida. Esto está garantizado por el derecho internacional.

Sin embargo, la línea oficial de las autoridades polacas es que no hay refugiados en Polonia. Solo hay intentos de cruzar ilegalmente la frontera de personas que tienen una visa bielorrusa, a las que el presidente Aleksandr Lukashenko no deja volver.

En consecuencia, los guardias fronterizos polacos se limitan a detener a las personas en los pueblos y zonas boscosas de la frontera y a conducirlas de vuelta a Bielorrusia, les rompe los teléfonos para impedir que se comuniquen o filmen lo que ocurre.

Los polacos dejan a la gente en medio del bosque o justo delante de los guardias bielorrusos, que también les obligan a volver. Y así sucesivamente, en un círculo.

Activistas y migrantes

Mientras tanto, las organizaciones de derechos humanos también vigilan la zona fronteriza, tratando de encontrar a quen salga del bosque antes que los guardias fronterizos. Cuando lo logran, anotan rápidamente los datos personales y los historiales de los casos, e intercambian números de teléfono. También emiten un poder notarial que convierte al refugiado en cliente de la organización de derechos humanos, lo que significa que obtiene un abogado para defender sus derechos. Eso en teoría. En la práctica, los guardias fronterizos polacos no les permiten acceso a los abogados, destruyen los acuerdos de poder notarial y se regresan a las personas al bosque.

Las organizaciones y activistas de derechos humanos se comunican por megáfono con quienes acampan entre las fronteras, intentan plantear preguntas de sí o no. A veces consiguen intercambiar mensajes, pero otras veces los guardias fronterizos interfieren. Por ejemplo ponen en marcha motores para que nadie pueda oír nada.

Quienes intentan cruzar a Polonia proceden en su mayoría de Afganistán, Irak, Siria y el Congo. Otros vienen de Somalia, Yemen, Egipto, Camerún y Tayikistán. Todos víctimas de la estafa de Lukashenko y de la migrafobia de las autoridades polacas.

Al llegar a la frontera (por lo que deben pagar mucho dinero), estas personas no tienen ni idea de que estaban sirviendo como herramientas para Lukashenko. No tienen ropa de abrigo, ni medicinas, ni comida. No tienen contacto con sus familiares y amigos, ni nadie a quien pedir ayuda.

Beben agua de arroyos pantanosos y comen las manzanas y el maíz que encuentran..

‘Las personas se han convertido en juguetes’

Un grupo de jóvenes pasa el rato frente a la tienda local. Hay un altavoz en la escalera y están escuchando rap y riendo. Probablemente son los único aquí cuyo comportamiento no indica tensión.

Compro agua y voy al auto.

Algunos periodistas llegan a la esquina, hablan en voz alta sobre la situación en la frontera. Uno casi choca con una mujer que está cerca, pero logra desviarse.

Me acerco a ella y le digo: «Hay demasiada gente estos días; es extraño, ¿no?».

«Hay mucha gente. Hacía años que no veía tanta gente», responde. «Por la noche, hay helicópteros que sobrevuelan e iluminan las calles. Es espeluznante ver esas luces «.

“¿Aterrador?”

«Sí. Es aterrador que jueguen con la gente. No sé quién tiene razón, y nunca lo sabré. Solo sé que la gente del bosque se ha convertido en juguetes, y que esto es inhumano».

Otra patrulla pasa junto a nosotros y reduce la velocidad. La mujer parece recelosa, pero sigue hablando.

«El otro día oí un disparo desde el bosque y se me doblaron las rodillas. No puedo soportar más esta tensión. ¿Es posible resolver este conflicto de forma humana?».

«Tal vez», digo.

«¿Pero lo resolverán?».

«No lo creo».

«¿Cómo acabará?», murmura con tristeza. «¿Qué camino tomará?».

Se lavan las manos

A finales de agosto, Polonia anunció que ayudaría a Bielorrusia y que suministraría a los habitantes del bosque de Bielorrusia todo lo que necesitaran (mientras insistía en que no había refugiados en el bosque de Polonia). Varsovia envió un camión con tiendas de campaña, mantas y artículos de higiene personal, y pidió al Gobierno de Minsk que aceptara la ayuda. El camión llegó a la frontera y esperó el permiso para entrar, al mismo tiempo que los guardias fronterizos polacos introducían a la gente en Bielorrusia. Mientras tanto, los bielorrusos los hacían retroceder.

Nos acercamos al punto fronterizo, tratamos de encontrar el camión de ayuda. Tras cinco minutos de conducir por la línea de tráfico, encontramos lo que buscamos.

El conductor se pasea fuera de su vehículo, aburrido. Intento entablar conversación con él, pero se mete en su cabina, y cierrando la puerta con firmeza.

Polonia sabe que Bielorrusia no aceptará la ayuda, pero no se trata de la ayuda, sino de hacer el gesto.

‘Como ser humano’

Se hace tarde y decidimos pasar la noche con un lugareño que conocemos. Decidimos que si detienen a uno de nuestros vehículos, el otro seguirá e intentará no llevar a los guardias fronterizos hasta la puerta de esta persona.

Todo está oscuro. Avanzamos por la carretera del pueblo detrás del auto de nuestro amigo. Vamos despacio para no atropellar a ningún animal. Aquí hay muchos ciervos. Al cabo de un minuto, los guardias fronterizos aparecen detrás de nosotros. Encienden la sirena para indicarnos que nos detengamos. Mis amigos consiguen dar una vuelta al volante y nos detenemos.

Hay cuatro guardias fronterizos. Dos van totalmente equipados: chalecos, máscaras y fusiles de asalto. Uno, que no lleva máscara, es muy joven; parece tener unos 20 años. Otro guardia, algo mayor, nos pide los documentos. Se la entregamos.

«¿Dónde está el segundo vehículo?», pregunta el guardia de fronteras. «Eran dos».

«Se adelantó».

«¿Hacia dónde se dirigía?»

«No lo sabemos; lo estábamos siguiendo».

«¿Podrían llamarlos y preguntarles a dónde iban?»

«No podemos, no tenemos señal».

El guardia fronterizo toma nuestros documentos y se dirige al auto, mientras los dos con las armas automáticas se quedan al lado de la carretera. Oímos que el que había hablado con nosotros intenta leer nuestros datos por teléfono. No lo oyen. Realmente no hay señal aquí, o solo una bielorrusa.

Finalmente vuelve con nuestros documentos.

«¿Puedo preguntar algo?», le digo.

«Claro».

«¿Qué piensas de todo esto?»

«Es difícil».

«¿Difícil para ti como ser humano, o difícil laboralmente?»

«Como ser humano», responde el guardia de frontera. «En lo laboral, también», añade, después de unos segundos.

‘No sé qué decir’

Tras despedirnos de los guardias fronterizos, estacionamos frente a la casa de nuestro contacto. No hay ni una sola lámpara en los alrededores y la única fuente de luz es la casa, que está en medio del bosque. El cielo está nublado y hay humedad. Hay silencio.

Un hombre nos abre la puerta. Tiene ojos melancólicos y un rostro amable. En la entrada de su acogedora casa, un perro blanco grande me lame la mano.

«Me mudé aquí hace unos años, por la paz y la tranquilidad», dice nuestro anfitrión. «Hace solo una semana, los guardias fronterizos pasaron a tomar té, por aburrimiento. Eran agradables. Y ahora golpean la ventanilla del auto con la culata de su rifle y comprueban mis documentos», dice mientras nos sirve la cena.

“Nos detuvieron cuatro veces en los últimos 10 kilómetros», digo. «Uno de los últimos guardias fronterizos fue bastante amable».

«Lo único que no entiendo es por qué cumplen esas órdenes nazis». Molesto, el hombre pone un plato de pasta sobre la mesa. «¿Por qué obligan a la gente agotada a volver a trepar por la alambrada? ¿Por qué no se niegan? Después de todo, no los juzgaran por negarse. La política de retroceso viola la Constitución. Lo que hacen es ilegal. ¡Hicieron su juramento a la Constitución, no a las autoridades! ¿Por qué un hombre se aferra tanto a su cómodo trabajo? ¿Por qué su salario es más importante que la vida de otra persona? ¿Dónde está la frontera con la humanidad?»

«No sé qué decirte».

“No me conozco”, dice nuestro anfitrión mirando la pared.

El campamento

Siete de la mañana. Hay una ligera niebla y nuestros pies ya están mojados por el rocío. Hace frío.

El campamento del grupo de derechos humanos está frente a nosotros: cuatro tiendas de campaña y unos diez vehículos.

Justo al lado del campamento, los guardias fronterizos forman una fila, para controlar el acceso al grupo de refugiados. Hace unos días, habríamos podido acercarnos a este grupo de personas, pero ahora a los activistas los han apartado, de modo que no se puede ver a ninguno de los que están sentados en el bosque.

Photo by Maciej Moskwa for Political Critique. Used with permission. [5]

Foto de Maciej Moskwa para Political Critique. Usada con autorización.

Una de las personas de la organización de derechos humanos sale de una tienda, con una taza y un termo humeante.

«Te hemos traído algunas cosas», le digo.

«Gracias. Me las llevo ahora».

«¿Qué tal estás aquí?»

«Hace frío. Toda la gente del bosque ya está enferma. Muchos tienen dolor de estómago, probablemente por el agua. Hay pantanos por aquí».

En los próximos días, la mujer de la organización polaca de derechos humanos Pan y Sal me hablará del hallazgo de una mujer embarazada que había pasado dos semanas en el bosque, o del diabético que cayó en coma, pero los guardias fronterizos se negaron a llamar a una ambulancia para atenderlo.

«La gente nos mostraba los moretones de las palizas, nos contaba cómo los guardias fronterizos les ponían un perro encima. Pero cuando les decían a los bielorrusos que no querían ir a Polonia, y que querían marcharse, los guardias empezaban a disparar alrededor de sus pies, y los obligaban a retroceder», añade.

En este punto, estamos conduciendo a lo largo de la frontera. Detrás del paso fronterizo, Polonia ya ha colocado una valla de alambre de espino de un metro de altura. En agosto, Ucrania entregó a Lituania 38 toneladas de alambre de espino como ayuda humanitaria.

Me detengo en un lugar donde la valla está un poco doblada. Miro con atención las afiladas cuchillas, intento encontrar algún rastro de sangre. Poco después, empezaron a aparecer en internet fotos de heridos en las piernas. Y una semana más tarde, los guardias fronterizos bielorrusos publicarían el primer video del cuerpo mutilado de un ciervo que se había empalado en el alambre.

Dentro y fuera

Volvemos a Varsovia por una carretera vacía. Unos días más tarde, el Gobierno polaco declaró el estado de emergencia [6], y los activistas, los medios y la gente de derechos humanos tendrán que salir de la zona fronteriza. Todo el mundo tendrá que salir a toda prisa, para estar fuera de la zona antes de la medianoche. Habrá un atasco de activistas al salir de la zona… y un atasco de soldados y policías al entrar.

El mismo día en que se declare la emergencia, comenzará una protesta en Varsovia. La gente se reunirá alrededor del Sejm –la cámara baja del Parlamento– para expresar su solidaridad con los migrantes y los refugiados, mientras un grupo de activistas acampa y se pone en huelga de hambre. La Policía superará en número a los manifestantes.

Las organizaciones de derechos humanos se unirán en un único grupo de vigilancia y seguirán documentando los acontecimientos en las zonas fronterizas que no están bajo el estado de emergencia. Los activistas recorrerán los pueblos fronterizos explicando a los lugareños cómo pueden ayudar a los refugiados sin infringir la ley.

Todo queda a la suerte ahora

La situación de emergencia sigue vigente en la zona de Usnarz Gorny. Ya no hay testigos. Todos se han ido. Solo queda el factor personal: a veces la gente se las arregla de algún modo para cruzarse con guardias fronterizos más humanos que les permiten grabar videos de lo que está ocurriendo. A veces logran pasar, o consiguen un poco de agua. O a veces reciben una bala en los pies: ahora todo depende de la suerte.

En la noche del 18 de septiembre, la temperatura bajó a 3 °C, y al día siguiente el servicio fronterizo polaco informó de los primeros cadáveres, tres hombres procedentes de Irak.

Ese mismo día, en el informe del servicio fronterizo bielorruso apareció información sobre el hallazgo del cadáver de una mujer. Se informó que en el puesto fronterizo polaco, no muy lejos del lugar donde se encontró el cadáver, había claras huellas de que un cuerpo había sido arrastrado desde Polonia a Bielorrusia.

El relato del incidente decía: «Alrededor del cuerpo había tres niños, de entre 7 y 15 años, y también un hombre y una mujer mayor. Declararon que los habían obligado a caminar hasta la frontera y luego a cruzar la frontera polaco-bielorrusa, a punta de pistola».