Los ignorados, no deseados y no perdonados

Celebración del Día de la Victoria en Bakú. Captura de pantalla del video del informe de Azernews.

Este artículo de Bahruz Samadov se publicó en OC Media. Una versión editada se reproduce aquí en virtud de un acuerdo para compartir contenido.

El 8 de noviembre en la celebración del Día de la Victoria, nueva festividad anual para conmemorar la victoria de Azerbaiyán en la Segund aGuerra de Nagorno-Karabaj de 2020, filmaron a una multitud en el centro de Bakú cuando quemaba banderas armenias. La reunión de una multitud tan grande en el centro de la capital es casi inimaginable en el autoritario Azerbaiyán, y tal como ocurrió durante la propia guerra, esta forma de autoexpresión masiva no solamente era tolerada sino alentada.

La creación dl Día de la Victoria como festividad pública debía capturar y simular el animo público durante la guerra cuando toda la nación estuvo intensamente politizada contra un enemigo extranjero. El Día de la Victoria redefine esta energía para celebrar la victoria de Azerbaiyán en la guerra. De otro lado, las narrativas que no cumplen con el ánimo celebratorio quedan cuidadosamente recortadas.

Y de todas maneras, aunque la narrativa positiva en torno al Día de la Victoria ha logrado dominar el discurso público, ha tenido límites.

Las narrativas que no cumplen y no celebran se conectan con circunscripciones y preocupaciones verdaderas que quedarán olvidadas fácilmente. Y aunque el Gobierno puede haber logrado dejar de lado a la oposición a lo largo de la festividad, los recientes enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán muestran que es menos capaz e usar esta narrativa para movilizar al públicos en conflicto militar adicional.

Ignorados

La victoria en la Segunda Guerra de Nagorno-Karabaj reivindicó una creencia ya popular de que las conversaciones de paz con Armenia no eran adecuadas y que la guerra era una necesidad inevitable. Como resultado, la guerra no era inesperada, ni tampoco su costo humano, particularmente traumático para la mayoría de azerbaiyanos.

No debería sorprender entonces que los parientes de quienes murieron en la guerra hayan permanecido casi invisibles desde el final de la guerra. La presencia de parientes, hijos y cónyuges desconsolados debería dar un contraste muy vergonzoso al júbilo patrocinado por el Estado.

La insatisfacción de los veteranos, común en sociedades posbélicas, también fue dejada de lado en la narrativa del Día de la Victoria. Estos hombres, abstractamente elogiados en canciones, discursos y ceremonias públicas, suelen sentir que el Estado y la sociedad en general los ignora y menosprecia personalmente. Ciertamente, ha habido un desborde de videos, publicados en línea y difundidos en páginas de la oposición, de veteranos que piden donaciones y otra ayuda material para ayudarlos con sus gastos.

Un video que se volvió viral en TikTok el Día de la Victoria es un ejemplo arquetípico de esto. El video, grabado por un transeúnte, muestra a un veterano con uniforme sentado en su auto que discute con policías y que le pidieron que moviera su auto mientras una multitud mira todo.

Después de la amplia difusión del video, la Policía Estatal de Tráfico, emitió una declaración oficial al respecto en la que comentan que aunque están «orgulloso de nuestros veteranos» en algunos comportamientos «[los veteranos] eclipsan esta condición».

No deseados

Aunque la oposición sigue criticando el arreglo posbélico como una «victoria incompleta» por el despliegue de pacificadores rusos en Nagorno-Karabaj, para las personas comunes y corrientes la narrativa del Día de la Victoria ganó. En lo que se refiere al público se refiere, la guerra terminó y la justicia ya se restableció.

En el resplandor nacionalista de esta victoria, no hay señales de que el público quiera que las operaciones militares continúen, a pesar del persistente odio por Armenia. Precisamente por esta razón, los duros enfrentamientos cerca de la frontera no recibieron ni una fracción del apoyo que tuvo la guerra un año antes. Más bien, la lucha causó incomprensión y solamente planteó nuevas preguntas.

Aunque el Gobierno azerbaiyano puede coquetear con duras narrativas irredentistas, como reclamar Ereván o amenazar con abrir un corredor a la fuerza a través del sur de Armenia, se puede encontrar algunos ecos de esto entre el público.

Así, los nuevos enfrentamientos que estallaron apenas una semana después del Día de la Victoria no fueron recibidos con fervor patriótico sino con muchas voces contrarías a la posibilidad de guerra. A pesar de la espectacular y sentida celebración del Día de la Victoria, gran parte del público se dio cuenta de que la economía se vio afectada tras la guerra, y de que no ocurrieron los cambios institucionales que la sociedad civil esperaba.

Esto no quiere decir que este «sentir antibélico» venga de una nueva sensación masiva de humanismo o empatía. Videos em que se va cómo golpean y reprenden a soldados armenios recién capturados solamente generaron silencio de «defensores de derechos humanos» azerbaiyanos. La sociedad civil  azerbaiyana tal vez esté cansada de la guerra, pero los armenios siguen siendo un «otro» odiado.

No perdonados

Salvo las políticas masivas de conmemoración de la victoria autorizadas por el Estado, Azerbaiyán ha entrado en un estado sin precedentes de despolitización pública.

Los partidos de oposición, independientemente de lo nacionalistas que sean, nunca han sido menos débiles ni memos relevantes. Por ejemplo, la actual huelga de hambre de Saleh Rustamli, veterano de la Primera Guerra de Nagorno-Karabaj, prisionero político y activista opositor del Partido Frente Popular (PNFA) casi no ha obtenido apoyo público ni solidaridad.

De otro lado, más y más figuras de oposición están terminando tras las rejas. A comienzos de noviembre, Agil Humbatov, otro activista de PNFA , fue sentenciado a diez años de prisión por cuestionables acusaciones de ataque armado. Un mes antes, Niyammed Ahmedov, otro miembro del partido y partidario del líder de PNFA, Ali Karimli, fue sentenciado a 13 años por supuestas acusaciones de financiar el terrorismo.

Por ahora, el Gobierno de Azerbaiyán ha alcanzado nuevos índices de legitimidad y poder popular, pero teme que algún día eso pueda cambiar.

En última instancia, la narrativa del Día de la Victoria es casi asfixiante en su amplia influencia en la sociedad azerbaiyana, pero también es frágil. La violencia de la guerra, que dice haber terminado, reapareció a los pocos días de la festividad. Muchos veteranos, abstractamente idolatrados por el Estado, en realidad, hierven de resentimiento. El público, contento con la restauración del orgullo nacional en el campo de batalla, no parece dispuesto a sacrificar más sangre.

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