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Cambio de mando en Chile: El retorno de la (frágil) esperanza

Categorías: Latinoamérica, Chile, Elecciones, Medios ciudadanos, Política, The Bridge

Retrato de Gabriel Boric dando su discurso de la victoria en 2021. Wikimedia Commons [1] (CC BY-SA 4.0 [2])

Gabriel Boric, recién electo presidente de Chile para el período 2022-2026, tiene ante sí una tarea de proporciones gigantescas [3]. A partir del 11 de marzo próximo, fecha en la que el actual Presidente Piñera le entregará el mando del Gobierno, deberá encarar un contexto sanitario aún amenazado por el coronavirus, un escenario económico debilitado por la inflación en curso y un nuevo ciclo político —ese día también se renovará una parte del Parlamento— sin grandes mayorías que aseguren consensos amplios. La esperanza que Boric ha despertado en sus votantes muy pronto tendrá que enfrentarse a la difícil realidad. 

A esto se añadirán los desafíos estructurales que el país mantiene pendientes, tales como el endeudamiento de los jóvenes en la educación universitaria [4], la inequidad en el acceso a la salud y el fracaso del sistema privado de pensiones impuesto durante la dictadura cívico-militar de Pinochet [5], entre muchos otros. La dificultad del trabajo por venir no se parecerá a nada que Boric conozca hasta ahora.

La campaña presidencial se produjo en medio de un proceso constituyente [6], activado mediante un plebiscito tras la crisis de octubre de 2019 [7], cuando miles de chilenos se volcaron a las calles para exigir un nuevo pacto social. Gabriel Boric, representante del conglomerado de izquierda Apruebo Dignidad, ganó la presidencia en la segunda vuelta del domingo 19 de diciembre con un 55,87% de los votos, frente al 44,13% del exdiputado ultraderechista José Antonio Kast, quien se oponía enérgicamente a la idea de una nueva Constitución.  

El mandatario electo, de 35 años, algo sabe de emprender misiones cuesta arriba. Una década atrás, encabezó [8] junto a otros dirigentes un movimiento estudiantil masivo que exigía a Sebastián Piñera [9], quien en esa época ejercía su primera gestión, una educación pública gratuita y de calidad. Ahora, durante el último tramo de su segundo período como diputado por la región austral de Magallanes, Boric reunió las firmas de apoyo a su candidatura presidencial a una velocidad récord [10], ganó unas primarias en las que según las encuestas no corría como favorito [11], resistió estoico los ataques personales y fake news de Kast y se impuso en el balotaje con casi un millón de votos de diferencia [12] luego de haber salido segundo en la primera vuelta, además de convertirse en el presidente más joven y en el más votado de la historia de Chile.

Dado el abierto pinochetismo de José Antonio Kast [13], así como sus posiciones y las de sus correligionarios en desmedro de las mujeres [14] y de la diversidad sexual [15], la recta final de la campaña adquirió un cariz comparable a la polarización del plebiscito que puso fin al régimen de Pinochet en 1988, al grado de que, más de 30 años después, los porcentajes obtenidos por una y otra opción fueron prácticamente los mismos de entonces. Así, el 19 de diciembre los electores de Boric experimentaron una alegría doble: por un lado, la del triunfo electoral; por otro, la del retroceso —hasta nuevo aviso— del neoconservadurismo populista al estilo de Trump y Bolsonaro [16].

Tras la efervescencia de esa noche, en la que Gabriel Boric citó a Salvador Allende [17] ante la multitud agolpada en el centro de Santiago, lo que ha surgido es una ansiedad frente al advenimiento de los cambios y una oleada de expectativas [18] que el presidente electo tendrá que administrar con enorme cautela. Sin embargo, el solo hecho de que la esperanza vuelva al léxico colectivo constituye una buena noticia en medio de tanto catastrofismo. En tiempos de pandemia, urgencia climática, migración forzada y otros dramas humanos desalentadores, los ciudadanos chilenos prefirieron un proyecto político que apuesta por un horizonte mejor en lugar de apoyar una narrativa dominada por el miedo a enemigos internos y externos, reales o imaginarios.

Por supuesto, no es suficiente señalar el camino hacia el arcoiris. Si Boric decepciona en su programa redistribuidor, tropieza demasiadas veces en sus aparentes puntos débiles —la delincuencia urbana, el narcotráfico y el terrorismo en la Región de la Araucanía— o incluso si lleva a cabo una gestión mediocre, la decepción calará hondo y la esperanza expondrá su fragilidad. Ese será, justamente, el terreno fértil para que termine de echar raíces el relato de Kast: una promesa restauradora que pretende recuperar un dudoso orden perdido y una supuesta excepcionalidad patriotera que abraza la metáfora, muy frecuente durante los 90, de Chile como un buen vecino en un mal barrio.

A escala continental, con Gabriel Boric cabe esperar el fortalecimiento de esa izquierda soft en la que alguna vez se situó la expresidenta de Chile Michelle Bachelet y el reaparecido Luiz Inácio da Silva [19], y a la cual el inexorable péndulo político tenía fuera del eje predominante hace al menos un lustro. También se espera que impulse con fuerza una diplomacia “turquesa”, como se denomina a la agenda sustentable que cruza la causa forestal con la marítima, y que, a diferencia de otros jefes de Estado progresistas, condene sin ambigüedades las violaciones a los derechos humanos cometidas por cualquier gobierno, incluyendo —como ya ha hecho [20]— aquellos de signo izquierdista.

Asimismo, todo indica que se tratará de un líder respetuoso de las instituciones y el multilateralismo regional, un ánimo de diálogo que ya ha demostrado en el plano interno. Prueba de esto último es que sus primeras actividades como presidente electo fueron una recepción protocolar en el palacio de La Moneda, donde fue recibido por el mismo mandatario a quien ha criticado severamente [21] a propósito de su conducción del país durante el estallido social de 2019, y luego una visita a la sede de la Convención Constitucional, a la que Boric ofreció garantías de apoyo y de autonomía [22].

Aunque la verdad siempre es más compleja que las lecturas habitualmente maniqueas de las redes sociales, la ciudadanía será implacable a la hora de evaluar la presidencia de Gabriel Boric por estos medios. De él y su equipo dependerá que, en cuatro años más, el balance de su administración no se reduzca a aquel meme recurrente que sitúa las expectativas y la realidad en extremos opuestos. Sabemos, por otra parte, que a esas alturas probablemente quedará poco de la “luna de miel” de la que goza por ahora el popular presidente electo. Más allá de las percepciones subjetivas, el verdadero éxito consistirá en que este nuevo liderazgo sirva, como prometió durante su campaña, para que los chilenos vivamos un poco mejor.