Seis latinas con discapacidad intercambiaron sus vivencias sobre cómo la crisis sanitaria mundial impactó sus vidas, más allá de los reportes internacionales. Su voces viajaron de España a México y República Dominicana y de Estados Unidos a Bolivia desde las cuatro paredes de sus ventanas de Zoom. Estas conversaciones facilitadas fueron accesibles para todas y no hubo riesgos de contagiarse.
La exploración del siguiente mapa le ayudará a conocer mejor las participantes:
ALT TEXT: En esta herramienta se aprecia un mosaico con fotos de seis mujeres con mascarillas y el mapa mundial con seis ubicaciones marcadas en Latinoamérica, España y Estados Unidos. Visita aquí la transcripción del contenido del mapa.
Aquí sus historias sobre cómo es poner un pie fuera de casa en un mundo pandémico.
Las calles
Navegar por el mundo como mujer ciega no es igual desde la pandemia, pasando por tocar objetos, encontrar el camino, hasta buscar información crítica sobre coronavirus.
Salir a la calle es primero un reto en el mundo virtual. “Había una web para saber el horario en el que podías salir a comprar. Pero la información estaba en una imagen y en un mapa sin ningún tipo de alternativa textual. Es como si no estuviera viendo nada. Literalmente ciega”, cuenta Karina, quien usa un bastón para moverse. Esto ocurre con el 90 por ciento de los sitios según AbilityNet.
Luego, los efectos del distanciamiento social. “Tuve grandes dudas y temores respecto de cómo vamos a hacer para salir. ¿Cómo moverte por la calle si las personas ciegas nos guiamos por el tacto (y hay que mantener la distancia social y desinfectar las superficies)? Era muy difícil no poder remediarlo”, compartió Karina Ramírez, costarricense que vive en Madrid, España, y que trabaja evaluando tecnología para personas con discapacidad visual.
Algo similar pasó cuando Lida Margarita Carriazo salió de casa para hacer sus compras. Vive en el norte de España, en Sama, Asturias. Es colombiana y trabajó como profesora en su propio kindergarten. Su pérdida de visión avanzó progresivamente hasta la ceguera total. Su perra guía Raquel le facilita desplazarse en el mundo.
Lida fue al supermercado junto a otra persona ciega para ver cómo las trataban en la pandemia mientras un noticiero las filmaba. En el video quedó registrada la indiferencia. “¿Creen que alguien nos dijo: “les ayudó” o “tienen que avanzar”? ¡No, no!”, exclama. Cuenta que eso pasó cuando estaban en la fila y escuchaban cómo las demás personas avanzaban.
El trabajo
En Santa Cruz, Bolivia, Margareth Durán Vaca es integrante de la Asociación de Personas de Talla Baja y mamá de dos varones y una mujer. Recuerda el confinamiento así: “Se nos hacía muy difícil conseguir plata, ir al mercado. Yo estaba embarazada. Me acuerdo que tuve que caminar hartísimo para ir a recoger mi bono de discapacidad porque no había autos”.
Para ganarse la vida, Margareth vendió postres caseros en su barrio. Ella y su familia se expusieron al riesgo de contagiarse con este trabajo informal. “La necesidad nos hacía a hacerlo. Gracias a los postres, hemos salido adelante en todo el tiempo de la pandemia”, explica Margareth, quien terminó contagiándose de COVID-19, pero ya se recuperó.
Pero salir de casa no siempre es una opción. En la Ciudad de México, Zaría Abreu Flores escritora, dramaturga y poeta, sigue en casa aún cuando la cuarentena ha terminado. No sale de casa porque está enfrentando el COVID persistente como una discapacidad adquirida que se suma al autismo, la epilepsia y un sistema inmune comprometido.
“Perdí el trabajo. Económicamente ya no soy una persona independiente. El COVID persistente me ha ido discapacitando progresivamente. Necesito el concentrador de oxígeno días sí y días no. Estoy en reclusión obligatoria: una cárcel. Tengo muchas herramientas para manejarlo. Antes de la pandemia, tuve una vez una depresión que duró dos años en los que no pude salir de la cama ni de la casa. Esa experiencia me está ayudando mucho ahora”.
El punto de vacunación
Cristina Francisco vive en Santo Domingo, República Dominicana. Es la fundadora de la organización sin fines de lucro Círculo de Mujeres con Discapacidad en la República Dominicana (CIMUDIS). Usa una silla de ruedas ya que está paralizada de la cintura para abajo.
El Gobierno de República Dominicana habilitó ayudas que implicaban traslados y filas al realizar trámites presenciales. “¿De qué manera me movilizo yo? ¡De ninguna! Porque no tenía esa forma. Mis compañeras y yo tuvimos mucho temor e incertidumbre porque las políticas estatales no contemplaban protocolos para incluirnos”.
Cristina, junto a otros defensores de derechos, presionaron para que mejorara el acceso a la atención pública: “Todos a una voz comenzamos a protestar y hacer llamados de atención a través de la prensa. Las cosas comenzaron a funcionar mejor. Cuando comenzó la etapa de la vacuna ya decían: “Si tienes una discapacidad, te vamos a dar preferencia”.
En Washington, D.C., Pamela Molina es la directora ejecutiva de la Federación Mundial de Sordos. Es chilena y perdió gradualmente su audición. Fue por su segunda dosis de la vacuna y no había quién interpretará las respuestas a sus consultas pese a que había pedido el servicio con antelación. “Me dijeron que no importaba. Les dije que no me vacunarían hasta que venga mi intérprete. Lo pusieron por videollamada. Es importante para mí poder tener una comunicación fluida. Es un estrés doble el que tienen las personas sordas, y más las mujeres sordas”, compartió Pamela junto a la intérprete de señas Lourdes Cruz.
No todo son vacunas, quienes tuvieron que continuar con atención médica también se enfrentaron a obstáculos como lo que vivió Karina en Madrid. Ella fue diagnosticada de un tumor cancerígeno en su brazo y afrontó idas al hospital para recibir radioterapia al inicio de la pandemia. “Sentía que me estaba metiendo en la boca del lobo. Entraba sola y salía sola del hospital. Después de 23 sesiones, ya conocía el camino y todo el mundo me ayudaba. Fue una época dura y más por la discapacidad”, compartió Karina.
Además, la salud mental tampoco escapa al efecto dominó de la pandemia. Para hacer frente a la fatiga pandémica, Lida opta por el ejercicio: “En el gimnasio, el entrenador me decía: ‘Mira, no te puedo tocar para guiarte”. Llevé mi bastón y él lo cogía por un extremo y yo por el otro. La verdad sea dicha, esto me parecía un poco humillante pero yo decidí no sacrificar mi gimnasio ¡Qué más dá!. Yo me río ahora, pero la verdad era una cosa muy miedosa. Sigue siéndolo”.
El futuro
Aprender a adaptarse como lo hicieron Karina, Lida, Margareth, Zaría y Cristina y Pamela seguirá siendo una habilidad necesaria para las futuras pandemias anunciadas por la Organización Mundial de la Salud. ¿Seguirán los espacios siendo discapacitantes o se adaptarán a las personas?
Desde su confinamiento forzado, Zaría analiza al respecto: “Creo que la pandemia ha modificado lo que se entiende por accesibilidad. Ahora hay quienes necesitamos salir sin riesgo de contagiarnos. Una de las cosas más encabronantes fue escuchar que no había de qué preocuparse porque solo se morían enfermos con condiciones crónicas y personas viejas. ¡Solo! Eso corresponde no solo a los Estados, sino a todos y todas”.