Despachos desde Ucrania 3: Ángeles

Anciana intenta llegar a la frontera con una maleta sin ruedas. Foto por Abel Polese, utilizada con autorización.

Este el tercer y último artículo de una serie de tres de Abel Polese sobre su huida de Kiev a Rumanía con sus hijos, dos gatos, su exesposa y el actual esposo de ella tras la invasión rusa de Ucrania. Polese es investigador, formador y promotor del desarrollo, que actualmente dirige varios proyectos de investigación sobre la economía informal en Ucrania. Voló a Kiev la noche del 23 de febrero y tuvo que abandonar la ciudad al amanecer del día siguiente.

La situación es cada vez más tensa. Cada vez se ve más gente caminando hacia la frontera. Muchos son indios. Ves varios autobuses de evacuación que llevan a estudiantes indios, así que te preguntas por qué a esos recién llegado no los han invitado. Pero no hay respuesta. Empiezan a llegar muchos estudiantes extranjeros y caminan hacia la frontera. Familias enteras con bebés pequeños y grandes maletas se dirigen hacia lo desconocido. Preguntas con nerviosismo a qué hora vienen los padres, pero solo hay una cosa que hacer: esperar.

Nunca fuiste aficionado del panettone (pastel navideño italiano, algunos profanos lo llamarían bollo gigante), pero la señora del aeropuerto te había convencido de comprar uno. Después de la Navidad, el precio bajó a la mitad y este era de lujo, relleno con crema de pistacho y granos de pistacho arriba. Este manjar ha viajado contigo desde Italia en febrero y te sigue fielmente en tu odisea. Decides que ha llegado el momento de ponerle fin, buscas un cuchillo e invitas a tu vecino búlgaro y a su hija a una fiesta de panettone. Tu hijo menor te sigue y te vas al patio a cortar el pastel y a beber agua y Pepsi con tus nuevos amigos.

Fiesta de panettone. Foto por Abel Polese, utilizada con autorización.

Los padres están por fin cerca de la frontera así que empiezas a discutir, como en un juego de estrategia, como repartir a las personas en tres equipos que saquen a todo el mundo del país, minimizando el riesgo para los gatos, los niños, el perro, el dinero en efectivo, tu abuelo (de 59 años, con su certificado de discapacidad olvidado en casa) a quien podrían detener en la frontera y enviar directamente a una zona de guerra, ya que todos los hombres menores de 60 años podrían ser llamados a luchar.

Está decidido. Tomas al menor e intentas cruzar a pie. El abuelo se lleva al mayor y dice ser el único pariente que puede sacarlo del país, con la esperanza de conmover a los agentes fronterizos y pasar a pesar de su «joven» edad. La abuela cruzará sola a pie y la exesposa, con su marido y sus dos gatos, vendrá al final en auto cuando se lo permitan.

Empiezas a caminar hacia la frontera y se te caen las lágrimas. Pasarás en cualquier caso, estás seguro y tu situación es tal vez la más fácil. Pero ¿qué pasa con los demás?

Te apartas unos metros antes de los soldados y te diriges a las puertas, pero la situación es desalentadora. Lo que era una cola se ha convertido en un aglomerado sin forma con cientos de estudiantes mezclados con mujeres y niños ucranianos. Con pocas esperanzas, vas preguntando dónde está la cola para los padres con hijos, y te dicen que no, que no hay ninguna cola especial. Tienes que pelearte con los codos para pasar.

Tras unos minutos de preguntar, te unes a algunas ucranianas en su negociación con personas poco habituales. Hablan en rumano y prometen hacer pasar por la frontera mujeres (u hombres, en tu caso) con niños. No hay negociación. En el lapso de 10 minutos, cargas tu equipaje en un todoterreno Audi al frente de la fila de espera. Puedes dejar de preocuparte por el cruce, pero puedes empezar a preocuparte por otra cosa. Conoces la práctica de llevar la gente a través de la frontera, pero eso suele se hace con un pago. Esta gente no quiere nada de ti, así que te preguntas cuál es su ganancia. No es así como se organizan la mayoría de las rutas de tráfico. ¿De una oferta gratuita para ayudar a personas desesperadas como tú? Envías una foto de la matrícula del auto a todos tus amigos rumanos y te preguntas si, después de todo, has hecho una buena elección.

Camino a la frontera. Foto por Abel Polese, utilizada con autorización.

Cuanto más esperas, más hablas con la gente de los autos que te rodean. Vuelve al ambiente del tren nocturno, aunque un poco más tenso. Tal vez los ángeles existan, después de todo. Los estudiantes extranjeros intentan atravesar las puertas porque no los dejan salir, y los guardias cierran la frontera. ¿Y si no consiguen cruzar ahora? ¿Adónde irán? ¿Qué harán?

Te sorprendes cuando el conductor esconde tu equipaje bajo la rueda de repuesto. Otra mujer con un bebé de apenas un mes sube al auto, y te piden que pases al asiento trasero con otro equipaje. Apenas hay espacio para tus piernas. Ahora son cinco adultos y tres niños, y la frontera sigue cerrada.

Lo único que puedes hacer es dormir. Resulta extraño decirlo en esas circunstancias tan tensas, pero te sientes tan cansado tras una noche en blanco que solo pasa un minuto desde que cierras los ojos. Te despiertas un par de veces y, por fin, el auto se pone en marcha y tu sentimiento hacia el conductor pasan de la sospecha a la admiración total.

Angelica, así se llama, es una luchadora. Grita en tres idiomas a la vez, se dirige debidamente a cada interlocutor en su propio idioma. Grita a los guardias, a las personas astutas que intentan adelantar y a los que caminan: «Tengo tres niños en el auto, y ahora es mi turno». Por primera vez en tres días, te sientes bendecido y protegido. Entra en el auto, recoge todos los pasaportes, los entrega a los guardias que ni siquiera te piden que salgas y te dejan pasar. Ya estás fuera.

‘Comida y alojamiento gratuitos’ ( cartel en ucraniano en Rumanía). Foto por Abel Polese, utilizada con autorización.

En el lado rumano, la tensión se derrite. Incluso empieza a burlarse de ti, llama a los guardias para anunciarles que tiene un «italiano vero» (en relación con la canción de Toto Cutugno de 1983, todavía popular en varias partes del mundo) en el auto. Toda la compañía empieza a bromear a gritos y por fin estás en Rumanía. Es tarde y todo está oscuro, pero puedes ver a decenas de voluntarios repartiendo comida y bebida a todo el mundo. Estarán esperando toda la noche para ayudar. Ves un cartel a tu derecha «kharchuvaniya i zhitlo bezplatno» (comida y alojamiento gratuitos) y se te llenan los ojos de lágrimas. Tras días de ser tratados como carne picada y luego casi como bestias, por fin alguien se ocupa de ti.

Has tenido la suerte de que la madre de tu excompañero de apartamento vive allí, así que te cede el apartamento vacío de su hermano y puedes quedarte unos días. Te visita todos los días, te trae comida, tarjetas SIM para que estés en contacto con el resto de la familia. Lleva a tu hijo al centro comercial para comprarle un pastel.

Dondequiera que los lleve, menciona que son refugiados de Ucrania. Cuando oyes esto, sopesas tu propio sentir. Hoy en día es la clave de todo: puedes saltarte una cola, no necesitas un pase verde para entrar en un centro comercial, puedes tomar comida gratis en estaciones y puntos de venta. Pero te preguntas si te gusta que te llamen así. Más aún, intentas imaginar cómo te sentirías si realmente no tuvieras adónde ir y dejaras la mayoría de tus cosas en Kiev, como han hecho muchos a tu alrededor, incluidos tus hijos.

Llega el resto de la compañía, ya están todos instalados en el apartamento, cinco personas, dos gatos asustados, y pueden empezar a discutir planes para el futuro. Dónde ir, la escuela de los niños, y otros arreglos logísticos. Además puedes concentrarte en tus hijos. ¿Cómo están viviendo todo esto? El mayor está callado, el menor es más juguetón, como siempre que viajan juntos, más tarde te dirá que el tiempo que pasaron en Rumanía se parece más a un viaje habitual con papá que a una huida, otro aspecto positivo de haberlos llevados siempre por Asia, África y Europa todos estos años.

Entonces abres su maleta para hacer un inventario de lo que llevas, y encuentras sus calcetines elásticos de trampolín. Tuvo su clase el jueves pasado y se suponía que ibas a ir con él, le gustó mucho. No puedes dejar de preguntarte cuándo (y dónde) será la próxima clase.

Este es el tercer artículo de una serie de tres. Lea aquí el primero y aquí el segundo.

Para más información sobre este tema, consulte nuestra cobertura especial Rusia invade Ucrania.

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