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Una gordura presente y perdurable

Categorías: Caribe, Trinidad y Tobago, Medios ciudadanos, Mujer y género, The Bridge

La autora, la poetisa Shivanee Ramlochan, en el zoológico Emperor Valley de Trinidad en Puerto España, 2015. Foto cortesía de Ramlochan, utilizada con autorización.

Las reflexiones «Sobre trillar, aventar y pulir el cuerpo» de la poeta trinitense Shivanee Ramlochan, sobre lo que significa tratar de decir que amamos todo sobre nosotros mismos, fueron publicadas por primera vez en su blog, Novel Niche [1], y se reproducen aquí con su amable permiso.

Llevo mucho más que el hecho de mi cuerpo. Aquí estoy en 2015, en el zoológico Emperor Valley. Muy probablemente uno de mis hermanos tomó esta fotografía con mi teléfono. Recuerdo claramente que me atrajeron las jaulas del caracará [2]. Recuerdo estar allí de pie, pensando en una pérdida inconmensurable: mi familia y yo acabábamos de completar un circuito en el Queen's Park Savannah como parte de una recaudación anual de fondos para la Sociedad de Trastornos Sanguíneos Hereditarios y Severos. Estaba pensando en pájaros y pequeños seres queridos que se van muy pronto, en todas las maneras en que luchamos, con lágrimas en nuestros ojos, para preservar lo que ya se está desvaneciendo. “Caracará”, un poema tan querido para mí que incluso después de todos estos años, se siente más salvaje que manso, nació allí y llegó a las páginas de “Todo el mundo sabe que soy un fantasma” [3]. Y además. Ah, además.

Cuando pienso en esa época, ¿por qué debo sentir el peso de mi cuerpo como más de lo que deseaba cargar? ¿Por qué no pueden estar los poemas, no las libras, al pie de la puerta abierta de la bóveda de la memoria?

Médicamente, como a muchos, me han dicho que perder peso está indiscutiblemente vinculado con que vivir una vida mejor, más larga y con más vitalidad. Allí hay todo un campo para estudiar minuciosamente, de intervención médica, supervivencia automilitarizada como una estética disfrazada de cuidados, y ser profundamente infeliz en mi propia piel durante décadas, dietas, disturbios y todo eso.

Pero hoy no quiero hablarte sobre la miseria de mi cuerpo. No. Quiero hablarte de lo contrario.

[4]

Shivanee Ramlochan en la primera lectura de su colección de poesía ‘Todos saben que soy un fantasma’, en 2017. Foto de Marlon James [4], cortesía de Ramlochan, usada con autorización.

Aquí, en 2017, estoy dando la primera lectura pública de «Fantasma», de una copia que aún no se ha lanzado oficialmente. En esta fotografía, tomada por Marlon James [4], recuerdo destellar de alegría en un espacio designado para mi comunidad gay, como parte de un festival con el que he trabajado y al que me dedico desde hace más de diez años. Y. Además.

En mi cuerpo, todo lo que puedo recordar es alegría salvaje. ¿Por qué mi visión intenta raspar esta hoja de oro, retroactivamente, hasta que todo lo que puedo ver son los lugares en los que yo misma me borraría? Es mortificante. En toda mi vida, no creo haber sentido nunca que necesitaba ocupar menos espacio, excepto por el hecho de mi cuerpo. El destino de mi cuerpo ha sido ser profundamente otro, aparte de mí misma, incluso en los momentos más sublimes, como ven aquí, felicidad.

Te prometí que te iba a contar lo contrario de todo esto. Aquí está.

No hace mucho tiempo durante una conversación con mi amante, se le escapó un error de imprenta, «una gordura presente y perdurable», donde debía haberse escrito «hecho» (nota editorial: «gordo/gorda» en inglés es «fat»; «hecho» es «fact»). Sin pensarlo, respondí juguetonamente, «una gorda presente y perdurable, ¡soy yo!» Su respuesta, queridos lectores, fue de júbilo. En ese momento, recordé que hay personas en esta tierra que aman cada una de mis moléculas, incluidas las que podrían llamarse adicionales.

No sé cuál será mi forma final. Bueno, mi forma mortal final va a ser un frasco con polvo de huesos astillados, ya que no estoy de acuerdo con el entierro. ¿Pero el intermedio? Ya sea que esté destinada a bambolearme de arriba abajo en una escalera con algunos kilos de menos, algunos kilos de más durante otra década, ya sea que me vuelva más estilizada y mis pómulos presionen más los promontorios de mi cara, ya sea que encuentre la manera de tener dos veces mi talla y ser tres veces más saludable, desafiando a toda medicina occidental prescriptiva: hoy recuerdo que soy presente y perdurable. La gordura ha sido parte del proceso de mi supervivencia, y estoy aquí para decirte: hoy, estoy jodidamente agradecida por mi gordura.

Sé que soy voluble. Sé que a veces el péndulo oscila y te maldigo, señalo cada rollo, cada protuberancia de anatomía grotesca. Sé que volverá a suceder.

Pero hoy, le doy las gracias a la barriga redonda que me ha ayudado a superar los momentos difíciles. Los muslos gruesos que rozan y que han subido peldaño tras peldaño tras peldaño, arrastrando equipaje y exceso de peso y determinación durante los viajes más solitarios, las marchas más duras para alejarse o para ir hacia otra cosa. La papada adiposa que ha temblado pero que me fortalece, presente en la base de mi rostro en tantas fotografías y videos leyendo mis poemas hacia un ser difícil, desconcertante. Los dedos regordetes qué duelen mientras teclean, pero que lo hacen hasta que la realidad de estar viva nunca se ha sentido más así, más salvajemente.

Gracias, cuerpo. Por la presencia. Por la resistencia. Sí, querida redondez, por la gordura.