Mujeres trans en la industria sexual de Azerbaiyán: ¿Libre elección o solo una ilusión de elección?

Imagen de Arzu Geybullayeva.

La vida de las mujeres trans en Azerbaiyán es ardua y peligrosa: Sufren el drama de vivir en constante miedo de sus familias, de la sociedad y del Estado. Están desprovistas de los derechos básicos, y casi no existen mecanismos (legales, sociales ni financieros) que mejoren ese panorama.

Me llamo Vusala. Soy una mujer trans de 27 años de Azerbaiyán. Tuve que postergar mis estudios por motivos económicos cuando ya estaba con la tesis final.

El camino para llegar a ser yo misma ha sido una odisea agonizante; ahora me encuentro en el proceso de transición de género, y ese camino está lleno de obstáculos, no solo para la persona que experimenta la transición, sino para quienes la rodean, debido al impacto psicológico y al alto costo financiero. Mi proceso comenzó con terapia hormonal, seguida de una cirugía de reasignación de género y considerables procedimientos estéticos.

Los costos empezaron con apenas cien manats (58 dólares) y pueden llegar hasta los 20 000 manats (11 764 dólares), pero suelen ser aún mayores. Toda esta inversión requiere contar con ingresos estables, pero en un país donde las personas trans no tenemos garantías laborales, los costos financieros son un obstáculo para buscar la reasignación. Tenía planeado empezar la terapia hormonal a los 16 años, pero el desempleo, la falta de especialistas en reasignación de género y la medicación prescrita me hicieron postergar los planes nueve años.

Una vez que inicias el proceso de transición, demorarlo es como tomar pequeñas dosis de veneno, lo que te lleva a sufrir disforia de género. En mi caso, tuve una tendencia a la autodestrucción, mi vida social se cayó a pedazos, me distancié de mis amistades: Sabía lo que quería, solo que no tenía el dinero para alcanzarlo. Me di cuenta del efecto que tenía esto sobre la mente de una persona. Decidí que, si  desistiera de la lucha por mi identidad y trabajara en un empleo «normal», como dictaba la sociedad y mi familia, al menos podría ahorrar la cantidad inicial que necesitaba para la primera etapa del tratamiento.

¿Y dónde busco trabajo en un país donde las mujeres trans tienen tan pocas opciones?

Casi siempre, a las mujeres trans nos empujan al trabajo sexual o a los salones de belleza, o nos vemos forzadas a postergar la transición.

Cuando terminé la secundaria, empecé a practicar música, escribí música de géneros alternativos, también empecé diseño de sonido. Tras aprender algunos programas básicos, empecé a trabajar como diseñadora de sonido independiente. Antes había trabajado en estudios, pero luego encontré un empleo que me ayudaría a ahorrar lo suficiente para mantenerme los siguientes seis meses.

El trabajo era exigente, me ocupaba de las operaciones tributarias, la caja registradora, la limpieza y más. La discoteca estaba en un barrio de dudosa reputación: Nuestra principal clientela eran jóvenes que pasaban su vida entre la delincuencia y los hombres mayores, y la proximidad con su estilo de vida me generaba una tensión extrema.

Tenía miedo de irme a casa por la noche. Casi siempre tenía que cuidar de los chicos desmayados por sobredosis en el baño de la discoteca y entregarlos a sus familias. En uno de mis últimos días de trabajo, hubo una pelea. Un cliente habitual apuñalo a alguien; era menor de edad, y yo tuve que llevarlo al hospital. Mientras lloraba y me lavaba la sangre de las manos, me vi en el espejo, llena de odio. Fue la gota que derramó el vaso.

¿Cómo es la industria del sexo?

Decidí no meterme en el trabajo sexual porque siempre pensé que, voluntario o no, era otra forma de explotación de la mujer. El cuerpo es el templo del ser humano, no es para todo el mundo. No se compra ni vende a cambio de dinero. Tal como lo veo, el problema no está en si el trabajo sexual es inmoral, sino que las mujeres son explotadas aprovechando sus dificultades económicas. Esos son mis principios y, simplemente, no podría traicionarlos.

Otras personas no están de acuerdo, hay quienes creen que es una libre elección. En Azerbaiyán, como dije antes, el trabajo sexual suele ser la única opción para las mujeres trans que necesitan ingresos y, como tal, es cualquier cosa menos una libre elección.

Cuando el feminismo neoliberal habla de la «libre elección» o del «derecho a decidir», es solo una fachada para mantener a la mayoría explotada a la sombra de las pocas mujeres que deciden voluntariamente trabajar en la industria sexual.

En países como Azerbaiyán, donde las mujeres trans terminan como trabajadoras sexuales, se cree que la regulación del trabajo sexual será la solución al problema. Ciertamente, la legalización del trabajo sexual aborda algunos problemas, como la arbitrariedad policial, los arrestos ilegales y las torturas en detención. Pero entre contar con las leyes y aplicarlas hay una gran distancia, especialmente en países como Azerbaiyán, donde las leyes son solo letra muerta.

Si bien la legalización puede ayudar a las mujeres cisgénero (o mujeres cis, mujeres cuya identidad coincide con el sexo asignado al nacer) que son trabajadoras sexuales, para las mujeres trans no es suficiente. Las mujeres cis pueden buscar otro empleo fuera de la industria sexual, pero las mujeres trans no tienen esa opción.

La regulación del trabajo sexual priva a las mujeres trans de alternativas de empleo. Si yo hubiese podido encontrar trabajo en cualquier otro rubro cuando lo necesité, no habría sufrido tantos traumas. Por el contrario, estaría más sana, más feliz y mentalmente estable. Por desgracia, no soy la primera ni la última mujer trans que atraviesa todo esto, porque los problemas de los que hablo no están contemplados entre los intereses del Estado ni son relevantes para la sociedad civil. Hoy en día, prácticamente nadie dice que las mujeres trans deberían estar incluidas en el mercado laboral.

Las voces de quienes hablan más fuerte que un susurro mientras marchan por la legalización del trabajo sexual se vuelven el lema dominante. Nos dicen que esperemos a que lleguen los resultados positivos de la legalización.

Pero no tendría que ser así.

Existen formas de crear un mercado laboral inclusivo que involucre a las empresas privadas, a las franquicias de marcas internacionales, a los medios independientes y a la industria del entretenimiento. Organizar capacitaciones y participar en concursos ayudaría a que el mercado laboral fuera más receptivo con las mujeres trans. Las clases pueden enfocarse en crear las condiciones para las oportunidades de trabajo remoto, como diseño de interiores, diseño gráfico y otros. Si la prioridad fuera solucionar el problema de desempleo de las mujeres trans, estas ideas se tendrían que haber gritado. En cambio, solo hay silencio en inacción mientras las trabajadoras sexuales trans viven en riesgo, con miedo y sufrimiento. Cuando asesinaron a Nuray, una mujer trans, la preocupación de las trabajadoras sexuales trans como ella no era la regulación de su trabajo, sino llegar a sobrevivir otro día.

Va en contra de esta cruda realidad que decenas de mujeres trans tengan que renunciar a su identidad porque no quieren trabajar en la industria del sexo y, a cambio, terminen con sus vidas o sigan viviendo en agonía y desolación.

Nuestra vida es doblemente vacía. Decimos basta. Ahora estamos hablando, ahora estamos alzando la voz. La pregunta es: ¿alguien quiere escucharnos? Ojalá tú nos oigas.

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