Investigar por la historia: Folk on Acid, del grupo estonio OOPUS

Estonia antes del neoliberalismo. Fotografía histórica de 1941 expuesta en el Museo de la Ciudad de Tallin. Foto de A. Davey (CC BY-NC-ND 2.0).

Este artículo de Charlie Bertsch fue publicado originalmente en The Battleground. Una versión editada se reproduce en Global Voices como parte de un acuerdo para compartir contenidos.

Si se tropieza con el grupo estonio OOPUS en un festival en el que hay muchas actuaciones diferentes, puede que tarde unos minutos en darse cuenta de lo especiales que son.

A pesar de sus títulos, los temas «Käi kiike korge'elle» («Balanceo hacia arriba»), «Saunamees» («El hombre del sauna») y «Su vaimu isa palume» («Rezamos a tu Espíritu, Padre») de su nuevo álbum Folk on Acid presentan largos tramos instrumentales que sonarán familiares a cualquiera aficionado a la música electrónica de baile más dura: propulsiva, mínima, amenazante.

Para alguien que esté más interesado en sentir que en pensar, su música puede pasar por el techno duro que se remonta al apogeo de la cultura rave.

Pero como nos dijo George Clinton hace tiempo, si consigues que la gente mueva el cuerpo, la mente pueden seguir. Y OOPUS ofrece un destino fascinante. En este hipotético escenario de festival, cuanto más tiempo se escuchara a OOPUS, más evidente sería que la familiaridad inicial de su sonido era una treta.

«Come and Greet the Moon» de Inventing Lunar Cycle, álbum de improvisación en directo que publicaron un mes antes de Folk on Acid, comienza con un ritmo tecno duro, pero pronto lo sobrepone con letras habladas susurradas que de tanto en tanto se fracturan en ecos.

Una voz femenina aparece en la mayoría de sus temas, ya sea hablando, coreando o cantando en estonio.


Algunas de sus canciones, como «Happy Piper», hacen un uso destacado de un instrumento parecido a la gaita. Otras, como «Norra Reilender», fusionan la paleta sonora electrónica basada en sintetizadores con la flauta.

Como me dijo la vocalista Mari Meentalo cuando la entrevisté a ella y a su compañero de banda Johannes Ahun –su tercer colaborador, Alexander Sprohgis, es el responsable de la atractiva dimensión visual de OOPUS–, esta inusual mezcla surgió porque la banda percibió la semejanza donde otros solo veían la diferencia.

«Cuando estudié música estonia en la universidad», explica, «tuve que analizar muchas piezas tradicionales. Me di cuenta de que se parecían mucho a la música electrónica de baile». Ambas priorizan la repetición sobre la variación, con melodías mínimas, «para que la gente siga bailando». A la luz de esta superposición, «parecía lógico ver cómo esos dos mundos funcionaban juntos».

Continuando con esta reflexión, Ahun señaló que la música tradicional estonia no tiene tambores ni otros instrumentos de percusión. «El instrumento más percusivo, básicamente, es tu cuerpo». Por eso, cuando se sintió más cómodo con los sintetizadores analógicos popularizados por las escenas house y acid de finales del siglo XX –que surgieron justo cuando Estonia recuperaba su independencia de la Unión Soviética–, decidió ver si el espacio negativo de esta música tradicional podía dar cabida a los ritmos modernos.

Aunque el título Folk on Acid podría engañar a algunos aficionados a la música que no saben nada del grupo –especialmente a los mayores–, cualquiera que sepa lo que ocurrió cuando la música house se encontró con el MDMA debería tener una buena idea de lo que el concepto pretende transmitir.

Sin embargo, OOPUS consigue sorprender.

Al hablar de las letras exclusivamente estonias del grupo, Meentalo subraya que difieren mucho del habla cotidiana.

«La mayoría de las canciones tradicionales que usamos son en dialectos antiguos. La mayoría ni siquiera se hablan en la actualidad. O solo algunas personas pueden hablarlos». Esto significa que «la mayoría de los estonios no entienden las letras».

Partiendo de este punto, Ahun señaló que hay dos tipos de canciones tradicionales en la cultura estonia, las más recientes y las que datan de mucho antes. OOPUS da prioridad a estas últimas.

Curiosamente, su colaboración musical comenzó tras un viaje en 2017 al festival Burning Man, en Estados Unidos, cuando se dieron cuenta del potencial que había en su herencia nativa.

«Nos dimos cuenta de que no teníamos que inventar algo de la nada», dijo Meentalo. «En la música tradicional estonia, las historias ya existen».
Con entusiasmo, Ahun describió lo que OOPUS intenta conseguir en términos figurados.

«¿Están preparados para ir al espacio? Nuestro viaje comienza hoy. Antes de ir al espacio, necesitamos trajes espaciales, porque allí no hay oxígeno. Pero tenemos buen ritmo y vamos a conquistar las galaxias más allá. Detrás de la Vía Láctea podemos ver a nuestros antepasados».

En la tradición estonia, añadió Meentalo, las cigüeñas hacían algo más que traer bebés. «Podían viajar más allá de la Vía Láctea y traer almas a la Tierra». Esas son las historias que OOPUS quieren contar, para que la gente de hoy se reencuentre con la curiosidad primordial en la que se basa su cultura.

Para alguien como yo, que no conoce el idioma, esta descripción juguetona del enfoque de la banda redobla algo que ya había percibido en las letras, y reforzado la extrañeza del intento de OOPUS de fusionar la música de baile tradicional y la electrónica.

Ha habido momentos en los que al escuchar Folk on Acid o el primer álbum de la banda, Nöidus/Sorcery, he tenido la sensación de estar escuchando música de otro planeta, el tipo de sociedad pacífica, aunque problemática, con la que la tripulación de Star Trek podría estar en comunión.

Sin embargo, por muy lejana que sea la música, definitivamente viene de un lugar donde el cuerpo ocupa un lugar de honor.

A OOPUS no le sirven los meandros carentes de ritmo que aparecen en muchos escenarios de ciencia ficción, versiones modernas de la única música que Platón consideraba adecuada para su república. Al igual que los cultos misteriosos dionisíacos que asustaban a Platón, OOPUS miran hacia el este. En su caso, sin embargo, no es Persia lo que tienen en mente, sino algún lugar mucho más al norte, en las remotas tierras siberianas de las que vinieron originalmente los pueblos fino-úgricos.

Sin embargo, su interés por la prehistoria no va acompañado de una política reaccionaria.

La «folktrónica», como prefieren llamar al subgénero que ayudaron a inventar, se esfuerza por reconectar a los oyentes con los orígenes culturales como forma de imaginar un futuro que respete la tradición sin verse obligado a repetir el pasado.
«Ha sido muy difícil definirnos», afirma Meentalo. «Al principio, cuando nos presentábamos a los festivales, nos decían que éramos demasiado folk para los festivales de música electrónica, pero demasiado electrónicos para los de música folk. Tuvimos que crear nuestro propio camino».

Ese impulso progresista es especialmente digno de mención en un país con tan poca historia de independencia como Estonia, porque los intentos de preservar lenguas y tradiciones culturales en peligro –una forma fundamentalmente positiva de conservación– tienden a confundirse con impulsos menos sabrosos.

Al igual que su vecina Finlandia, Estonia coqueteó con el fascismo durante su breve periodo de autonomía entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, en parte porque la Unión Soviética parecía una amenaza mayor que las otras potencias históricas de la región, Alemania y Suecia.

Durante la Guerra Fría, cuando los peores temores de Estonia se habían hecho realidad y, al igual que sus vecinas Letonia y Lituania, había sido reducida a la condición de república soviética, los expatriados mantuvieron tenazmente el sueño de la independencia cuando parecía extremadamente improbable.

Es comprensible que fueran anticomunistas acérrimos. Pero el sentir anticomunista tiene una forma de convertirse en protofascistas, como el mundo ha presenciado en varias naciones que formaron parte del Bloque del Este.

Ya sea local, regional o nacional, la tradición es intrínsecamente divisoria. Aunque nos sintamos unidos por las tradiciones que compartimos, ese sentir de pertenencia nunca puede ser universal. Se deriva de un acto de exclusión. Podemos admirar las tradiciones de otros. Podemos inspirarnos en eso. Incluso podemos copiarlas al completo. Pero por muy sincera que sea nuestra devoción y por muy experta que sea nuestra imitación, seguiremos estando fuera mirando hacia dentro, sin poder conseguir una actuación verdaderamente auténtica.

Aunque es consciente de las diferentes connotaciones que tiene el término «folk» en distintos contextos culturales, Ahun dejó claro que sigue viéndolo de forma positiva, subrayando que OOPUS no lo considera un sinónimo de «tradición». Si esto lleva a la confusión, que así sea.

«Considero que nuestra misión es un éxito», concluyó, «si se entiende tan mal».
Es difícil imaginar un lenguaje más internacional que la música electrónica impulsada por el ritmo que se desarrolló junto a la cultura rave. No importa dónde se encuentre uno en las metrópolis del mundo, puede encontrar gente a la que le gusta salir a bailar en público, ya sea en fiestas caseras, clubes o festivales.

Por eso es tan importante la fusión que realiza OOPUS. Aunque algunos oyentes de fuera de Estonia pueden sentirse movidos a conocer mejor la historia y la cultura de esa «historia de éxito» en el Báltico, es poco probable que la banda inspire conversiones masivas.

Sin embargo, lo que sí puede hacer la «folktrónica» es inspirar a los oyentes a reexaminar su propia herencia cultural –alemana, francesa, rusa, etc.– e imaginar formas de desplegar sus riquezas con fines progresistas.

En otras palabras, OOPUS nos muestra cómo minimizar la división de la tradición y encontrar una manera de subordinarla a los objetivos de un movimiento verdaderamente internacional.

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