Este artículo, escrito por Ana Amélia Hamdan, Paulo Desana y Daniela Villegas, se publicó originalmente en Agência Pública el 29 de julio de 2022, y se reproduce aquí en virtud de un acuerdo de colaboración con Global Voices. Se traduce de la versión en inglés de Liam Anderson.
Es domingo por la mañana, y los miembros del pueblo indígena tuyuka que viven en São Gabriel da Cachoeira, en el estado de Amazonas, al noroeste de Brasil, están listos para recibir a los visitantes en el mercado semanal. Sin embargo, todo se prepara mucho antes, con los cultivos plantados en una zona agrícola en la selva cercana a la ciudad, donde cultivan yuca, plátano, piña, açaí y cará, entre otros.
Mientras llegan los visitantes, algunas mujeres de la etnia tuyuka –que da nombre al mercado– trabajan la masa de mandioca, que se meterá en el horno para convertirla en «beiju«.
También se sirven platos tradicionales como la quinhapira –caldo de pescado con chiles y tucupi (jugo extraído de la raíz de mandioca)– y, a veces hasta hormigas, habituales en la cocina de la región, sin olvidar el caxiri, bebida fermentada que ameniza los bailes tradicionales. Toda esta variedad procede del Sistema Agrícola Tradicional de Río Negro, que une los conocimientos de la agricultura en las «roças» (zonas de cultivo), los huertos y el bosque, y se basa en el equilibrio de los ciclos de la naturaleza y en el mantenimiento de una cultura que implica intercambios, rituales y bendiciones.
Este sistema está sometido a una presión constante: de la minería ilegal, los sistemas económicos insostenibles, una propuesta de ley como el PL 191, que permitiría la minería y otras actividades extractivas en tierras indígenas, y la crisis climática.
«El año pasado perdimos dos zonas cultivadas precisamente porque el verano no llegó en el momento que esperábamos. Apenas plantamos pocos plátanos, pero no pudimos plantar mandioca», dijo la agricultora tuyuka Florinda Lima Orjuela, una de las personas involucradas en el mercado, mientras describía parte de las etapas de este sistema. «Cuando ves que hay un cambio en este ciclo, entonces se interrumpe todo este proceso de siembra, de quema».
Relatos como el de Florinda son cada vez más frecuentes en el municipio, donde viven 23 pueblos indígenas en unas 750 comunidades y asentamientos. São Gabriel se ubica en el río Negro, y sus habitantes han sufrido especialmente las inundaciones sin precedentes que han afectado al estado de Amazonas en los últimos años.
Además de las inundaciones, los principales efectos señalados por los indígenas son la imprevisibilidad de las estaciones, el aumento de las temperaturas y los cambios en los ciclos ambientales, que afectan directamente a la producción de alimentos de la población local. Muchos han empezado a cambiar los lugares donde plantan los cultivos y a gestionar más de una parcela, así como a modificar sus horarios de trabajo por la mayor intensidad del sol. Ahora la pregunta es hasta cuándo será suficiente esta adaptación.
Lo que los indígenas han observado en su vida cotidiana está en consonancia con el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, que por primera vez dio la voz de alarma sobre las pérdidas irreversibles de los modos de vida de los pueblos indígenas en la Amazonia.
La investigadora y bióloga Patrícia Pinho, del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM), es una de las autoras del informe y explicó que la población indígena es más vulnerable al cambio climático.
«En la Amazonia, la biodiversidad está intrínsecamente ligada al territorio, a la cultura, al modo de vida. Cuando hay erosión o hay choques en el territorio, se pierde el conocimiento tradicional, ya no sabemos cuándo se va a producir el ciclo, qué especies hay que plantar, cuándo se va a producir la floración».
Madres de la granja
El Sistema Agrícola Tradicional de Río Negro fue reconocido como parte del Patrimonio Cultural Brasileño por el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan) en 2010. En este tipo de agricultura, se tala un zona de bosque previamente utilizada para la agricultura, se deja secar y luego se quema. En los claros se plantan cultivos durante unos tres años y, tras ese periodo, las zonas se abandonan gradualmente.
Los hombres talan una zona boscosa y, junto con las mujeres, realizan la quema. A continuación, las mujeres se hacen cargo del espacio. Eligen qué plantar — mandioca, plátano, açaí, bacaba, cupuaçu, chillis– y qué alimentará a la familia. Los indígenas las ven como «madres de la granja» («mães da roça»).
Carine Viriato da Silva, agricultora del pueblo baniwa y residente en la comunidad de Yamado, situada frente al paseo marítimo principal de São Gabriel, describió dos ejemplos de los efectos del cambio climático en su vida cotidiana. Cuenta que después de la cosecha de mandioca, las mujeres suelen remojar la raíz en agua para ablandarla. Sin embargo, con el paso del tiempo, dejó de ser posible hacerlo: cada vez entraba más agua en los igarapés (pequeños cauces del bosque) y la mandioca empezó a ser arrastrada por la fuerza del agua.
También se ha visto afectado el chile, alimento esencial en la cultura baniwa, ya que está en el centro de un complejo sistema de intercambio de plantones que implica relaciones familiares y matrimoniales. «Cuando una mujer se casa y va al hogar de su marido, la planta de chile tiene que ir con ella. Esa es nuestra costumbre, por eso no nos puede faltar el chile. Si no tenemos chile, nadie come», dice Carine.
Este problema se debe principalmente al aumento de las temperaturas, que interfiere en el crecimiento de la planta. Así lo explicó la agricultora Diva de Souza, que habla la lengua indígena baniwa y prefirió que Carine hablara por ella.
«Vio a su abuela moviendo la [planta] de chile ya grande. Cuando mueves una [planta] de chile grande, tiene raíces para que pueda obtener nutrientes de abajo. Pero ahora, cuando trasladas la planta de chile a otro lugar, no puede soportar las temperaturas y empieza a secarse».
Cambios en la pesca
Mientras las mujeres se ocupan de la granja, los hombres se encargan de la pesca, y los peces tampoco han escapado a los cambios. El agricultor y vigilante baniwa Alcir Ricardo, marido de Carine, afirma que los cambios en el régimen de lluvias no permiten que los peces engorden.
«En nuestro cultivo, cuando empieza a llover, comienza la piracema [periodo de cría de algunos peces]. Luego, en junio, los peces están gordos». Explica que el problema es que con el cambio en el régimen de lluvias, los musgos que antes solo aparecían en junio han aparecido en mayo, antes de lo previsto. Los peces empiezan a alimentarse de estas plantas y no engordan. «Así que [los peces] no engordan todavía, y si llueve antes de tiempo, se quedarán delgados», resumió.
Rosivaldo Miranda, de la etnia piratapuya, vive en la comunidad Açaí-Paraná del Territorio Indígena del Alto Río Negro, situado en el curso inferior del río Uaupés, también en la cuenca del río Negro. Ha observado otro cambio importante: hasta las lombrices que se encuentran dentro de las bromelias están disminuyendo.
Normalmente viven en las orillas del río y, cuando el nivel del agua está a punto de subir, se refugian en las flores de las bromelias que están en lo alto de los árboles. La inestabilidad del régimen de lluvias e inundaciones parece estar interfiriendo en este proceso, algo que solo notan quienes viven en el bosque.
Los acontecimientos extremos son cada vez más frecuentes
Las observaciones de los indígenas sobre los cambios en los ciclos ambientales también coinciden con los registros más regulares de los eventos extremos en la Amazonia. La medición de los niveles de agua del río Negro en Manaos comenzó en 1902. La mayor inundación se había registrado en 1953, hasta que se superó en 2009.
Se esperaba que grandes inundaciones como esta ocurrieran aproximadamente una vez cada 50 años. Sin embargo, el récord se batió en 2012 y de nuevo en 2021, según datos del Servicio Geológico de Brasil (CPRM). En 2022, el nivel del agua alcanzó los 29,76 metros, el cuarto más alto desde que comenzaron las mediciones.
Luna Gripp, investigadora de la CPRM, dijo que los eventos extremos son cada vez más frecuentes y más grandes, como lo demuestra la situación en el estado de Amazonas. Ella pide soluciones regionales, incluida la consulta con los pueblos indígenas y las comunidades ribereñas en el desarrollo de políticas públicas, para reducir los impactos negativos y desarrollar propuestas de adaptación.
«Los pueblos indígenas saben qué hacer cuando el río crece», afirma. «Hay que apoyar sus decisiones».