La reina Isabel II y el capitalismo británico: El papel de retóricas y distracciones

Desfile desde el palacio de Buckingham a la capilla ardiente de la reina Isabel II en Westminster Hall. Foto de Katie Chan (CC BY-SA 4.0).

Mientras todos veíamos, considerábamos y reflexionábamos sobre la muerte de Isabel II tras un reinado tan largo y estable, el capitalismo británico se desplomaba a causa de los grandes errores de Liz Truss y los nuevos miembros de su gabinete conservador. La distracción social inherente en semejante acontecimiento cultural, emocional y político, por más que todos lo esperaran y estuvieran preparados, cae del cielo para poderosos y beneficiarios del capitalismo moderno, en Gran Bretaña o en cualquier otro lugar.

Podría ser peligroso para la salud social de Reino Unido en los próximos meses, justo cuando el mundo espera comenzar a recuperarse del COVID-19 y quizás incluso de la guerra de Ucrania. Estamos en proceso de enterrar nuestros problemas reales en nociones de familia, continuidad, fe y la suavidad de la jerarquía monárquica, dando a los tories carta blanca para las próximas elecciones. Por eso, Martin Kettle escribió en el ligeramente izquierdista The Guardian el 9 de septiembre que «Con la muerte de la reina Isabel II en Balmoral, una nación preparada, y aun así conmocionada, se ve en una situación en la que es importante que nuestra turbulenta política y nuestra herida sociedad civil lo enfrente con la mayor tranquilidad y sensatez posible, porque este hecho resonará política y constitucionalmente durante años».

Si como nación queremos ser felices y sentirnos realizados, si queremos que la Commonwealth se convierta realmente en bienestar común, en el proveedor de un mayor grado de seguridad y de comprensión de nuestro complejo mundo, debemos hacer lo contrario a permitir que nuestros líderes parlamentarios se escondan bajo un trauma civil cuyo grado depende de los excesos de los medios británicos.

Desde la necesidad de estimular adecuadamente la productividad para crear una política exterior más independiente e informada, ocultarse tras el elaborado legado de la reina llevará a una continuidad de la inmovilidad, y la única innovación estará en el carácter del insulso lenguaje de las batallas de personalidad y en un peor improperio, mientras a los dos partidos principales les resulta cada vez más difícil discrepar creativamente sobre las trayectorias políticas más importantes.

Yo sugiero que las metáforas y motivos del final del reinado de Isabel II deben forjarse de esta forma:

La reina como símbolo y encarnación del concepto «unido» del término Reino Unido. Apenas ha habido un discurso significativo desde el palacio en los últimos 70 años que no haya ensayado la centralidad de la unidad «cuatro en uno» de las islas británicas. En aras de la condición «apolítico» de la reina, esto ha sido sobre todo una postura sesgada, pero estable. Otros coincidirán conmigo en que con Isabel II, Escocia ha sido la nación favorecida, para lo que hay muchas razones, y desde la época de la reina Victoria, Balmoral ha actuado a menudo como retiro de la soberana y su familia más inmediata. Pero la primera metáfora ha sido la unidad de las islas y una incuestionable paz con la república de Irlanda, cimentada sobre la noción de la «familia» como reino.

La reina como espíritu, presencia y cabeza de la Commonwealth británica. En términos de la reina y sus repetidas acciones y conductas, la Commonwealth extendió la noción de «familia» desde la preservación de la unidad de las cuatro «naciones» del Reino Unido al mantenimiento de la parafernalia de los 14 «reinos» de la Commonwealth. Para la reina, los jefes de estado de la Commonwealth compartían «una sola mente», una figura retórica que exige una inmensa fe y la exigencia de que se reescriba la historia al servicio de la armonía y la estabilidad. También ha exigido que el país entero ignorase las insidiosas tensiones dentro de su propia familia.

La reina como representante de la fe. Por supuesto, Isabel II era la cabeza de la Iglesia de Inglaterra, y claramente tuvo sinceras creencias religiosas toda su vida. Pero aquí nos referimos a la noción de la fuerte y a la vez «suave» naturaleza del poder social de la fe y de las creencias en general, como distinción de un poder más duro obtenido militarmente o en las urnas. La reina representaba la veracidad de creer en el bien, y que esa creencia haría del mundo un lugar mejor. Por mucho que un intelecto racional enfrentaría su «familia Commonwealth» con las detalladas historias sobre esclavitud y colonización, ella se mantendría intacta como principal metáfora de la vida social británica, prueba de que durante años han convivido narrativas irreconciliables en la mente de millones de personas. Lo que sería de gran interés es saber si la soberanía real en la persona de Carlos III podrá desarrollar una función equivalente. ¿Cuántas pruebas persona vs. cargo llegaremos a elaborar?

Estas macrometáforas de nuestra época reposan sobre una resistente plataforma de más nociones locales, como que una buena macroeconomía depende de microsuposiciones sobre el comportamiento que responde al estímulo económico.

La filosofía de un buen comportamiento social es un importante aspecto de todo el reinado de Isabel II. Por muchos problemas que plantearan las crisis conductuales dentro de su excesivamente visible familia y los considerables desestabilizantes sociales como el COVID-19, de todos los miembros de la élite británica, Isabel II demostró una estabilidad garantizada de cultura y valores durante 70 años, un equilibrio que se mantuvo apolítico mientras vivía presionado entre los amortiguadores de los extremos derecho e izquierdo de la sociedad británica. Las imágenes combinadas de la reina y su familia, los numerosos activos reales del palacio de Buckingham hasta Balmoral, las acciones y las suposiciones claras y simples sobre la realeza han cambiado muy poco a pesar del «annus horribilis«, la tóxica comercialización de la vida de los más importantes miembros de su familia, el lucha del COVID-19 y todas las cosas que escapan a su control. El poder del palacio de Buckingham como metáfora pictórica perdurará muchos años, pero quedó asegurado desde el principio de su reinado, en el momento que los medios electrónicos entraron directamente en los hogares británicos. A las 15:00 horas, el mensaje navideño se digiere con el pavo de Navidad.

Al principio sugerí que estas metáforas y fantasías son más que un simple incidente circunstancial. Más que fortuitos, la forma en la que los sucesos importantes se manipulan mediante metáforas, más aún, su efectividad, fue quizás la característica más singular del mundo a principios del siglo XX. El insidioso carácter del capitalismo de distracción y la forma en que ha quedado incrustado en todo nuestro discurso, es casi seguramente algún resultado de las fuerzas de la demanda y la oferta. En este último caso, en los primeros lugares de la lista está seguramente la facilidad y el caos de las redes sociales, donde casi cualquier cosa imaginable puede hacerse viral a la primera de cambio. Y entre todo ese sinsentido, la creciente frecuencia y dominio de las distracciones está lejos de considerarse un análisis de acontecimientos y procesos políticos, sociales y económicos.

Pero recordemos la demanda. Una gobernabilidad ineficiente, que practican el partido del Gobierno y el de la oposición, exige distracciones que son básicamente benignas, aceptables, relativamente simples o medianamente complicadas, y con suficiente garra y fiabilidad como para disimular realidades económicas y sociales subyacentes. En esta situación, no debemos sorprendernos si no se fomentan las distintas metáforas asociadas con el reinado de Isabel II, y se usan como elementos reformulados de conformidad y aceptación.

Por tanto, hay cosas serias que decir sobre la reina Isabel II y su muerte, pero la mayoría no se dirán o no se debatirán de buen grado dentro de las culturas rutinarias de la sociedad civil.

Mi argumento es que esas metáforas nominalmente benignas se transforman fácilmente en distracciones útiles en la cultura del capitalismo democrático. En el Reino Unido hay pocas dudas de que a partir de los próximos meses comenzará un periodo de extrema dificultad, que podría llevar a un periodo de graves conflictos por un lado, y de críticas mucho más consideradas sobre la ineficiencia de la gobernabilidad británica por otro. Dormida en los laureles de los primeros años del reinado de Isabel II, la nación sigue estando en los primeros puestos de la lista mundial de grandes economías e inversionistas extranjeros, es probablemente el segundo o tercer poder militar y en estrecha alianza con Estados Unidos, de lejos el más poderoso de todos los sistemas, y un centro principal de diplomacia, honradez financiera y producción cultural. La primera tarea del actual estilo de gobernabilidad británica es identificarse con esos activos a largo plazo del prolongado reinado de Isabel II, y añadir a las emociones nacionales presentes las metáforas anteriores, todas las cuales sirven a un continuado e indiscutible dominio de la distracción. Así la sociedad civil seguirá siendo sin poder llamar la atención de la gobernabilidad por su ineptitud al mantener, si no de aumentar, los medios con los que la nación incrementaría su seguridad económica y social en una época en la que el carácter de la inminente recuperación global todavía está por verse.

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