Lula se encuentra con un país dividido en su histórico regreso como presidente de Brasil

Lula sube la rampa del Palacio de Planalto, acompañado de un grupo que representa la diversidad del pueblo de Brasil | Foto: Ricardo Stuckert/Usada con autorización.

El domingo 1 de enero de 2023, Luiz Inácio Lula da Silva subió por la rampa blanca del Palacio de Planalto, sede oficial del poder ejecutivo en Brasilia, por tercera vez en su vida. Estaba acompañado por un grupo diverso de ciudadanos de Brasil, entre quienes estaba el cacique Raoni Metuktire, de 90 años, líder histórico del pueblo indígena kayapó; hasta Francisco, niño de diez años, atleta negro de la periferia de São Paulo.

Ante la ausencia del expresidente Jair Bolsonaro, que abandonó el país, la banda presidencial pasó por las manos de cada uno de los miembros del grupo, y finalmente se la otorgó a Lula la afrobrasileña, Alisa Sousa de 33 años, integrante de una familia que por tres generaciones se han dedicado a recolectar desechos.

En una imagen para los libros de historia, también estaba Ivan Baron, discapacitado activista contra la discriminación por discapacidad; el trabajador de metalurgia Weslley Viesba Rodrigues Rocha; la cocinera Jucimara Fausto dos Santos; el profesor Murilo de Quadros Jesus; y el artesano Flávio Pereira. También estuvo Resistencia, la perra callejera que rescató Janja, la esposa de Lula, cuando apareció eb una de las vigilias organizadas frente al edificio donde Lula estuvo encarcelado.

Esta tercera ocasión significó un retorno histórico para Lula, de 77 años de edad. Pasó de estar 580 días en prisión por cargos de corrupción, a que se anulara su condena, para luego garantizar su victoria en una elección estrecha y profundamente polarizada contra un presidente de ultraderecha; todo después de solo 12 años de dejar la presidencia.

La campaña de Lula reunió partidos de diferentes bandos políticos, que ahora deben ser integrados en el nuevo gobierno, lo que ya ha generado desafíos y críticas.

Durante los dos discursos que dio a lo largo de su tina de mando, frente a más de 100 representantes internacionales, Lula insistió en lo importante que es la democracia y la lucha contra la hambruna y la deforestación, y prometió que no dejará acción impune, tras procesos legales adecuados y con respeto el derecho a la defensa.

Condena y retorno

En un plazo de seis años, Lula paso de ser un político desacreditado, que presenció destitución de su aliada, Dilma Rousseff, a sufrir la muerte de la mujer que fue su esposa por 40 años, a ser sentenciado a prisión, a finalmente, ganar su tercera elección presidencial.

Lula nació en una región pobre en el noreste del estado de Pernambuco, región que él y su familia dejaron para viajar a São Paulo, al igual que miles de otros brasileños llamados «retirantes», durante la década de 1950. Durante su juventud a finales de la década de 1960, cuando trabajaba en una compañía metalúrgica, se integró a un sindicato y comenzó su vida política; participó en huelgas y movimientos mientras que el país seguía bajo el control de la dictadura militar (1964–1985).

En 1980, cuando Brasil estaba en camino a su apertura política, Da Silva fue arrestado por la dictadura durante una serie de huelgas en la región industrial ABC de São Paulo. En 1989, casi una década después, durante la primera elección que el país había visto desde 1964, Lula llegó hasta la segunda vuelta electoral contra Fernando Collor de Mello, quién eventualmente consiguió el cargo después de utilizar el hecho de que Lurian, la hija de Lula, nació fuera del matrimonio, para desacreditarlo. Collor de Mello renunció al puesto después de ser destituido tres años después.

En 1994 y 1998, Lula perdió dos elecciones ante el presidente electo Fernando Henrique Cardoso, sociólogo que contribuyó a implementar la actual divisa del país, el real brasileño, y a aprobar la reelección consecutiva, lo que había estado prohibido.

En 2002, durante su cuarta campaña electoral, Lula intentó cambiar su imagen, de líder sindical de extrema izquierda a político conciliatorio. Fue entonces cuando ganó su primera elección, a pesar de la campaña del «miedo» de su adversario, José Serra. Después de los primeros cuatro años de gobierno, fue reelecto con más de 58 millones de votos, y luego, en 2010, ayudó a su exministra, Dilma Roussef, a convertirse en la primera presidenta de Brasil.

En 2014, durante la campaña de reelección de Dilma, se inició la operación Lava Jato o Lavado de Autos, investigación que investiga casos de soborno, lavado de dinero y corrupción que supuestamente involucraban a los partidos políticos más importantes del país, a algunos gigantes del sector privado, y a la compañía estatal de petróleo, Petrobrás.

Lula se convirtió en el blanco de investigaciones durante 2016 y fue condenado por primera vez al año siguiente. Los principales cargos en su contra se basaban en propiedades inmobiliarias que los fiscales creían producto de sobornos.

Lula fue arrestado en abril de 2018, bajo la interpretación de que una persona condenada tras dos sentencias puede ser encarcelada, hasta en la apelación. Sin embargo, una vez que la Corte Suprema decidió cambiar la interpretación de «detención en segunda instancia«, Lula fue liberado en noviembre de 2019.

Al año siguiente, la Corte Suprema votó por anular la sentencia del expresidente, declaró que el caso no debió haberse tramitado en el estado de Paraná, y que el juez Sergio Moro no actuó de manera imparcial. Las conversaciones que Moro y la fiscalía tuvieron en la plataforma de Telegram—filtradas por un hacker—fueron publicadas en una serie de reportajes en The Intercept Brasil y a través de otros medios asociados.

Moro se convirtió en el ministro de Justicia de Jair Bolsonaro y fue elegido senador en 2022; Deltan Dallagnol, el fiscal de la Operación Lava Jato, fue elegido diputado federal. La anulación de la sentencia de Lula le permitió participar en las elecciones de 2022, de acuerdo con la ley «Expediente Limpio«.

Sin embargo, aunque se le considera como el presidente más popular de la historia de Brasil, con una tasa de aprobación del 87 % al final de su segundo mandato, una parte considerable de los brasileños lo considera como populista y corrupto.

El Partido de los Trabajadores

Como uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores, Lula nunca ha cambiado su lealtad política. En cambio, Bolsonaro formó parte de nueve partidos durante más de tres décadas de carrera política.

El PT, o Partido de los Trabajadores, es el principal partido de izquierda y el segundo más numeroso, compuesto por opositores de la dictadura militar, católicos seguidores de la Teología de la Liberación, trabajadores sindicales, intelectuales y artistas. Sin embargo, el partido se vio involucrado en múltiples escándalos de corrupción durante el gobierno de Lula y Dilma, aunque los casos también involucraron a otros partidos de diferente espectro político.

A finales de 2021, una encuesta del Instituto Datafolha mostraba que el Partido de los Trabajadores era el favorito de un 28 % de los brasileños, su mejor resultado desde 2013.

En 2006, el año en que fue reelecto para su segundo mandato, Lula declaró que su gobierno no era de izquierda, aunque él se consideraba izquierdista. Y en 2022, antes de ser electo por tercera vez, se refirió a sí mismo como a un «socialista refinado, que cree en la propiedad privada, la libertad de organización y en el derecho a huelga».

Los desafíos que se vienen

El nuevo gobierno de Lula ahora debe encontrar un lugar apropiado para todos los partidos que participaron en su campaña, al igual que otros que lo ayudaron a obtener la aprobación para un proyecto de ley que permite incrementar el gasto público durante la transición entre gobiernos, una responsabilidad llena de desafíos y controversias.

El periódico Folha de S. Paulo ha estado publicando las supuestas conexiones que existen entre la nueva ministra de turismo, Daniela Carneiro, con milicias (grupos paramilitares formados por policías) que se encuentran activas en el estado de Rio de Janeiro.

Un grupo de bolsonaristas (partidarios de Bolsonaro) habría protestado ante las unidades militares, reclamando que la toma de mando era un fraude, se dice que las opiniones del ministro de Justicia, Flávio Dino, de de cómo desmantelar el movimiento, están en clara oposición a las opiniones del ministro de Defensa, José Múcio, quién defiende que estas protestas son «democráticas«.

El domingo 8 de enero, una semana después del cambio de mando, una multitud de bolsonaristas tomó por asalto y destruyó múltiples edificios públicos en Brasilia, como la Corte Suprema, el Congreso Nacional y el Palacio de Planalto y la oficina presidencial.

Lula publicó una declaración conjunta con los presidentes del Senado, la Cámara de Diputados y la Corte suprema, que calificó estas acciones como «terrorismo, vandalismo, criminales y golpistas», y aseguró que se unirán para tomar medidas.

REPÚBLICA FEDERAL DE BRASIL
NOTA EN DEFENSA DE LA DEMOCRACIA
Los poderes de la República, defensores de la democracia y de la Carta Constitucional de 1988, rechazan los actos terroristas, vandálicos, criminales y golpistas que tuvieron lugar ayer por la tarde en Brasilia.
Estamos unidos para que se tomen medidas institucionales, conforme a la legislación brasileña.
Hacemos un llamado a la sociedad para que mantenga la serenidad, en defensa de la paz y la democracia en nuestra patria.
El país necesita normalidad, respeto y trabajo para el progreso y la justicia social de la nación.
Luiz Inácio Lula da Silva
Presidente de la República
Senador Veneziano Vital do Rêgo
Presidente en funciones del Senado
Diputado federal Arthur Lira
Presidente de la Cámara de Diputados
Ministra Rosa Maria Pires Weber
Presidente del Tribunal Supremo Federal

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Declaración conjunta con los presidentes de los poderes de la República, firmada esta mañana, en completo rechazo por los actos golpistas que presenciamos ayer en Brasilia.

Celso Rocha de Barros, sociólogo y autor de «PT, uma história». que en octubre insistió que ahora el partido debía compartir más el poder que en gobiernos anteriores, escribió después de la toma de mando:

Ainda não sabemos se, no governo, Lula saberá equilibrar, como fez nos discursos da posse, as políticas que a frente ampla pede e o que Lula prometeu a seus apoiadores mais fiéis. O combate à miséria, principal tema dos discursos da posse, pode ser um programa unificador para uma «frente ampla contra a desigualdade».

Aún no sabemos si Lula logrará balancear todas las políticas que mencionó durante sus discursos de toma de mando; las políticas que exigen los miembros de su frente amplio y las políticas que el mismo Lula les prometió a sus fieles seguidores. La lucha contra la pobreza, el tema principal de los discursos, puede convertirse en un programa unificador para un «frente amplio en contra de la desigualdad».

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