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Represión de los uigures continúa: Entrevista con Gene Bunin, creador de la Base de Datos de Víctimas de Sinkiang

Categorías: Asia Oriental, China, Activismo digital, Derechos humanos, Etnicidad y raza, Libertad de expresión, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Refugiados, Religión, Celebración de la resistencia uigur

Captura de pantalla del sitio web Shahit [1], que documenta la represión de Pekín en Sinkiang.

Desde 2018, el académico y defensor Gene Bunin es fundador y conservador de Shahit, la Base de Datos de Víctimas de Sinkiang [2], que busca documentar a todas las víctimas conocidas de la campaña de encarcelamiento masivo de China y analizar las diversas facetas de sus políticas represivas contra los uigures y otros grupos minoritarios. Antes se desempeñó como estudioso independiente de las matemáticas, las ciencias y el uigur, además de traductor autónomo que vive desde hace tiempo en Sinkiang. Global Voices entrevistó a Gene para conocer su trabajo, el contexto de la opresión en China y mucho más.

Filip Noubel (FN): La oleada de manifestaciones [3] callejeras contra el COVID cero [4] que recorrió China desde finales de noviembre hasta mediados de diciembre de 2022 comenzó en Ùrümqi, capital de Sinkiang. ¿Puede interpretarse esto como una forma de solidaridad de los chinos han con los uigures?

Gene Bunin (GB): This is a difficult question and one that ultimately requires some sort of poll or social study of the Han Chinese who took part in the protests, since otherwise we’re just left speculating. Trying to reason logically: far worse things have happened in Xinjiang over the past five years, without any protests following, so it’s unlikely that these protests were in solidarity and more likely that they were a result of pent-up frustration with the ‘Zero-COVID [5]‘ policy. The fact that the protests died out so quickly, while the fundamental issues in Xinjiang remain, would also push me to conclude that Uyghur/Xinjiang solidarity was not a key element here, though there are certainly pockets of the Han population that are unhappy with the Xinjiang policies and would certainly speak out against them if it were safe to do so.

Gene Bunin (GB): Esta es una pregunta difícil y que en última instancia requiere alguna encuesta o estudio social de los chinos han que participaron en las protestas, ya que de lo contrario solo nos queda especular. Intentando razonar con lógica: en los últimos cinco años han ocurrido cosas mucho peores en Sinkiang, sin que se produjeran protestas posteriores, por lo que es poco probable que estas protestas fueran solidarias y más probable que fueran el resultado de la frustración contenida por la política de COVID cero [4]. El hecho de que las protestas se extinguieran tan rápidamente, mientras que los problemas fundamentales de Sinkiang permanecen, también me llevaría a concluir que la solidaridad uigur/Sinkiang no fue un elemento clave en este caso, aunque sin duda hay sectores de la población han que no están satisfechos con las políticas de Sinkiang y sin duda se manifestarían en contra si fuera seguro hacerlo.

FN: ¿Ha habido alguna evolución en 2022 en la situación en los campos que detienen y torturan a uigures y otros grupos en Sinkiang? ¿Ha empeorado o cambiado en algo la política de Pekín?

GB: There hasn’t been much noticeable change since 2019, when many of the extrajudicial camps do appear to have been phased out, with many in them released or transferred into “softer” forms of detention (forced job placement, strict community surveillance). Those who were detained in 2017 and 2018 through the nominal judicial system and sentenced to long prison terms — probably half a million people — have continued to serve their terms with no news of anyone being pardoned or released ahead of schedule. International coverage has not focused sufficiently on this issue of mass sentencing and, consequently, the Chinese authorities have had no reason to make concessions. So, the people imprisoned remain imprisoned, with the average sentence length approaching ten years. Those tens of thousands who were arrested in 2017 and sentenced to six years are theoretically scheduled for release this year. But the idea that the government was able to take six years of their lives this way and ‘get away with it’ is really painful for those of us who care about justice.

While there have been reports of continued arrests post-2019, with groups like Uyghur Hjelp [6] (for the Uyghurs) and Atajurt [7] (for the Kazakhs) being instrumental in bringing them to light, the magnitudes seem more comparable to the unwarranted arrests previously observed in 2016 and earlier, and are tiny in comparison to the mass detentions of 2017–2018. In other words, there doesn’t seem to be a continued campaign of “detain all who ought to be detained [8]” that terrorized the region in 2017-2018. This is probably the result of all the international action, coverage, and advocacy for the issue, in 2018 especially, and merits a pat on the back.

However, it would be wrong to conclude that things are significantly better now and that people can relax. Not only because of the hundreds of thousands who remain incarcerated and whose judicial processes remain inaccessible and unknown [9], but also because the region is still a vacuum. Furthermore, the accumulated negative social effects and mental health issues caused by family separation, continued internment, and unaddressed trauma will only continue to worsen with each year that passes. Because the fundamental issues — masses incarcerated, lack of communications, and inability to come and go freely — all remain unresolved.

GB: No ha habido grandes cambios perceptibles desde 2019, cuando  sí parece que muchos de los campos extrajudiciales fueron eliminados gradualmente, y muchas de las personas que se encontraban ahí han sido liberadas o trasladadas a formas de detención más «suaves» (colocación forzosa en puestos de trabajo, vigilancia estricta de la comunidad). Las personas detenidas en 2017 y 2018 mediante el sistema judicial nominal y condenadas a largas penas de prisión –probablemente medio millón de personas– han seguido cumpliendo sus condenas sin noticias de que nadie haya sido indultado o puesto en libertad antes de lo previsto. La cobertura internacional no se ha centrado lo suficiente en esta cuestión de las condenas masivas y, en consecuencia, las autoridades chinas no han tenido motivos para hacer concesiones. Así pues, los encarcelados siguen encarcelados, y la duración promedio de las condenas se acerca a los diez años. Las decenas de miles de personas que fueron detenidas en 2017 y condenadas a seis años están teóricamente programadas para salir en libertad en 2023. Pero la idea de que el Gobierno haya podido arrebatarles así seis años de sus vidas y «salirse con la suya» es realmente dolorosa para quienes nos preocupamos por la justicia.

Aunque ha habido informes de detenciones continuadas después de 2019, con grupos como Uyghur Hjelp [6] (para los uigures) y Atajurt [7] (para los kazajos) siendo fundamentales para sacarlas a la luz, las magnitudes parecen más comparables a las detenciones injustificadas anteriores a 2016 y antes, y son minúsculas en comparación con las detenciones masivas de 2017-2018. En otras palabras, no parece haber una campaña continuada de «detener a todos los que deban ser detenidos [8]» que aterrorizó a la región en 2017-2018. Esto es probablemente el resultado de toda la acción internacional, la cobertura y la defensa del tema, en 2018 especialmente, y merece una palmadita en la espalda.

Sin embargo, sería un error concluir que las cosas están significativamente mejor ahora y que la gente puede relajarse. No solo por los cientos de miles que siguen encarcelados y cuyos procesos judiciales siguen siendo inaccesibles y desconocidos [9], sino también porque la región sigue siendo un vacío. Además, los efectos sociales negativos acumulados y los problemas de salud mental causados por la separación familiar, el internamiento continuado y los traumas no abordados solo seguirán empeorando con cada año que pase. Porque los problemas fundamentales –masas encarceladas, falta de comunicaciones e imposibilidad de ir y venir libremente– siguen sin resolverse.

FN: ¿Qué opinas de las políticas y decisiones de Kazajistán sobre los uigures y kazajos atrapados en la represión de China?

GB: Although I’m not privy to the internal processes, I think it is important to give the Kazakhstan Ministry of Foreign Affairs credit for working with both local groups in Kazakhstan and the authorities on the Chinese side, in 2018 especially, which did result in thousands of Chinese citizens being able to leave Xinjiang [10] in early 2019, including hundreds of former detainees. I remain convinced that this would have never happened without the significant local grassroots pressure [11] created by Atajurt’s work specifically [12], but the Kazakh MFA still did do something and this should be recognized.

This aside, much of Kazakhstan’s actions, official and not, have been a great source of disappointment and, as one would say in Kazakh, ‘masqara’ (shame). There is, of course, the recent vote [13] on having a debate regarding Xinjiang in the United Nations, which never took place because Kazakhstan was one of the states that voted against it. For close to two years, Kazakh relatives of those still interned or missing in Xinjiang have been protesting [14] outside the Chinese consulate and embassy, and have been met with arrests, police brutality, and astronomical fines. The Kazakhstan government has neither recognized as victims those who were interned in Xinjiang and managed to return nor offered them assistance, with some reporting pressure instead. When the three eyewitnesses from Kazakhstan who testified at the UK-based Uyghur Tribunal tried to leave the country, they were blocked [15], and had to drive to Kyrgyzstan and fly out from there.

In 2019 and 2020, the government essentially crushed Atajurt, which had been an unprecedented and lively hub for Xinjiang witnesses and reporting, arresting its leader [16], Serikjan Bilash, and putting him on trial, before forcing him out of the country [17]. Refugees who crossed illegally, like Qaisha Aqan [18], have essentially been forced to live in limbo — the government denying them permission to travel abroad and seek asylum elsewhere while themselves not issuing permanent residence permits, with reports of harassment and surveillance also present (when Qaisha was physically assaulted [19], the police did not pursue the case and even suggested that she faked the incident herself). I am also now banned [20] from entering Kazakhstan for five years, on grounds that national security refuses to disclose, citing a circular argument [21] that my case belongs to those cases for which information cannot be disclosed.

So, naturally, I have little good to say about Kazakhstan’s actions with regard to Xinjiang. Masqara.

GB: Aunque no estoy al tanto de los procesos internos, creo que es importante dar crédito al Ministerio de Asuntos Exteriores de Kazajistán por trabajar tanto con grupos locales en Kazajistán como con las autoridades del lado chino, especialmente en 2018, lo que dio lugar a que miles de ciudadanos chinos pudieran abandonar Sinkiang [10] a principios de 2019, incluidos cientos de exdetenidos. Sigo convencido de que esto nunca habría sucedido sin la importante presión popular local [11] creada por el trabajo de Atajurt específicamente [12], pero el Ministerio del Exterior kazajo hizo algo y esto debe ser reconocido.

Además, muchas de las acciones de Kazajistán, oficiales o no, han sido una gran fuente de decepción y, como se diría en kazajo, de «masqara» (vergüenza). Está, por supuesto, la reciente votación [13] sobre la celebración de un debate relativo a Sinkiang en Naciones Unidas, que nunca llegó a celebrarse porque Kazajistán fue uno de los Estados que votó en contra. Durante casi dos años, los familiares kazajos de quienes siguen internados o desaparecidos en Sinkiang han protestado [14] ante el consulado y la embajada chinos, y los han recibido con detenciones, violencia policial y multas astronómicas. El Gobierno kazajo no ha reconocido como víctimas a quienes fueron internados en Sinkiang y consiguieron regresar ni les ha ofrecido ayuda, y algunos denuncian presiones en su lugar. Cuando los tres testigos presenciales de Kazajistán que testificaron ante el Tribunal Uigur del Reino Unido intentaron salir del país, se les bloqueó [15] el paso y tuvieron que conducir hasta Kirguistán y volar desde allí.

En 2019 y 2020, el Gobierno esencialmente aplastó Atajurt, que había sido un centro vivo y sin precedentes de testigos e información de Sinkiang, arrestaron a su líder [16], Serikjan Bilash, y lo llevaron a juicio, antes de obligarlo a salir del país [17]. Los refugiados que cruzaron ilegalmente, como Qaisha Aqan [18], se han visto obligados a vivir en un limbo: el Gobierno les niega el permiso para viajar al extranjero y solicitar asilo en otros lugares, pero no expide permisos de residencia permanente, y también hay informes de acoso y vigilancia (cuando Qaisha fue agredida físicamente [19], la Policía no siguió adelante con el caso e incluso sugirió que ella misma había fingido el incidente). Ahora también se me prohíbe entrar [20] en Kazajistán durante cinco años, por motivos que la seguridad nacional se niega a revelar, por un argumento circular [21] según el cual mi caso es de los casos sobre los que no se puede revelar información.

Así que, naturalmente, tengo poco bueno que decir sobre las acciones de Kazajstán con respecto a Sinkiang.

FN: Varios países musulmanes han cedido a la presión de Pekín al repatriar por la fuerza a los refugiados uigures que viven en su territorio. ¿Qué se puede hacer para evitar estas decisiones?

GB: I want to be careful here as we don’t document deportation cases so closely unless the person in question actually gets deported, and the general perception from my side is that summary deportations — at least of people whose cases are public — seem to have been relatively rare since the Xinjiang issue rose to international prominence. That being said, a lot of people are detained and taken to deportation centers, sometimes for months or even years.

While it’s easy to blame the — often autocratic — countries that do this, there is also much to say about the hypocrisy on the side of the non-autocratic countries that condemn what China is doing but do not provide easy corridors for refugees or documented victims. Given the relatively low number of undocumented migrants, incarceration survivors, or people at immediate risk (likely a few thousand at most), it remains inconceivable for me how a developed nation can decry China’s policies but not simultaneously create programs that allow for those at risk fast-track access to safer living spaces. I cannot believe it to be an issue of resources, which suggests it to be a lack of political will. So, the countries that make genocide accusations should get their acts together and be consistent in this regard.

GB: Quiero ser prudente en este punto, ya que no documentamos tan detalladamente los casos de deportación a menos que se deporte realmente la persona en cuestión, y la percepción general por mi parte es que las deportaciones sumarias –al menos de personas cuyos casos son públicos– parecen haber sido relativamente inusuales desde que el asunto de Sinkiang adquirió relevancia internacional. Dicho esto, mucha gente es detenida y llevada a centros de deportación, a veces durante meses o incluso años.

Aunque es fácil culpar a los países –a menudo autocráticos– que hacen esto, también hay mucho que decir sobre la hipocresía por parte de los países no autocráticos que condenan lo que hace China pero no dan corredores fáciles para los refugiados ni las víctimas documentadas. Dado el número relativamente bajo de migrantes indocumentados, sobrevivientes de encarcelamientos o personas en situación de riesgo inmediato (probablemente unos pocos miles como máximo), me sigue pareciendo inconcebible cómo una nación desarrollada puede condenar las políticas de China y no crear al mismo tiempo programas que permitan a las personas en situación de riesgo acceder por la vía rápida a espacios vitales más seguros. No puedo creer que sea una cuestión de recursos, lo que sugiere que es una falta de voluntad política. Así pues, los países que hacen acusaciones de genocidio deberían ponerse las pilas y ser coherentes en este sentido.